A MI BARRIO DE A TENENCIA, DE SADA
NOCTURNO ABSURDO
Por J. Javier García Pena
Aún hoy, cincuenta y cuatro años después, al despertarme en mi tierra uruguaya, me pregunto si todo ha sido un sueño o la casa gallega y marinera de la calle General Sanjurjo, número 8, habrá cobijado, de verdad, mis primeros alientos de vida y las cálidas voces de mis hermanos. Todo aparece entre brumas, y de ellas salen rostros y voces, nombres y anécdotas, olores y sonidos, risas y llantos, dichas y desgracias…. ¡Todo parece tan, tan, pero tan, tan lejano!
¡Tan lejano…!
Tal vez no fui yo. Quizás ni siquiera estuve allí…
A lo mejor me lo contaron. ¿Quién sabe si no lo leí y fascinado por lo bello de sus personajes, quise hacerlo mío, y lo inventé?
Pero, entonces, ¿no fui yo quién aspiró el denso aroma del negro chapapote, al encascar las redes de hilo que mi familia marinera tejía?
¿Imaginé los mimos de Angelita da Pintora, mientras acariciaba mi infantil cabecita de rulos dorados?
¿No existió nadie que se llamase Manolo do Bombo, incondicional amigo de mi padre?
¿Es producto de mi febril imaginación el Callejón de Venus, donde vivían mi amigo Pepiño da Rabela , y su hermano Mariano?
¿Nunca robé, en complicidad con mi hermano Fernando, una chalupa para imaginar abordajes piratas rumbo a Fontán?
¿Existió, existe Fontán? ¿Existe Gandarío?
¿Sería cierto que no había agua corriente en los hogares y que las mozas acostumbraban a ir por ella a la fuente de la Plaza de San Roque o a la Barrosa?
¿Alguien podría creerme que esas mismas mozas llevaban canastos de ropa a lavar en el río?
Escoitade o cantar:
—– Marica si vas ao río a lavar ,non zoupes na roupa ca vas a rachar….
Absurdo.
Sé que no puede ser.
Eso pasaba hace quinientos años, en el bajo medioevo.
Totalmente absurdo: el agua siempre salió del grifo…
Jamás tuve un sueño tan real y, al mismo tiempo tan absurdo.
Un dictador con voz de duende, que no sabía reír, pequeñito, amargado y sin cara, que le rezaba a una momia, bajaba de un yate y se metía en un coche blindado. Daba y tenía miedo.
Porque era dueño de vivos y esclavo de muertos.
Absurdo.
En Montevideo no tenemos dictadores que viajen en yates ni blindados.
Y menos que recen. Ni a momias ni a vivos. Y los uruguayos ni les temeríamos ni los ofenderíamos, como nos enseñó nuestro padre Artigas.
Absurdo.
Ya no tengo dudas: fue un sueño. Y absurdo como tal: un sueño.
Sin embargo, fue tan, tan absurdo que merece ser real.
Porque la realidad es absurda.
¡Si será absurda que, viviendo en la cumbre del Cerrito de la Victoria, la mar sube y llega, trayendo ahogados, caracolas, algas y redes!
Y hasta salpica mi rostro, en mi cuna de General Sanjurjo Nº 8, de A Tenencia…
Sé quién soy… o… creo saberlo.
Pero jamás sabré quién pude ser… ¡Si me hubiese despertado a tiempo…!