galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ALVARO CUNQUEIRO EN MI MEMORIA

Mondoñedo está en un regazo verde, entre altos y oscuros montes de características formas. Son el Padornelo, A Pena da Roca y A Toxiza… Altos que inspiraron el que para mí resulta ser el mejor poema gallego del siglo XX: “No niño novo do vento” al que la mayoría conoce como “Quen poidera namorala” porque con ese título lo musicó Luis Emilio Batallán). Es de la autoría de una de las mentes más creativas nacidas en el país, Alvaro Cunqueiro.

Mondoñedo, donde nació,  es ciudad callada y tranquila. Está presidida por los tejados de pizarra en los que florece el piripol y la coloreada valeriana… Y por las torres de la Catedral de la Asunción. Es ciudad para pasar horas de ocio, para el vagabundeo por las viejas y estrechas calles… y para conocer de cerca a Alvaro Cunqueiro y a su mago Merlín aún a través de testimonios vivos.

Conocí a Alvaro Cunqueiro de smoking, cuando yo era una de aquellas voces del Miño juntamente con mis queridos colegas Adela García Bouzas y Pepe Nuñez. Aquella emisora ourensana fue el embrión de lo que es hoy Radio Nacional. Éramos de los pocos en Galicia que hacíamos periodismo camuflado en los programas de entretenimiento, porque informar solo podía hacerlo la RNE de Franco.

Os hablo de los sesenta y muchos, cuando para mí  Cunqueiro era adicto al Régimen o lo parecía, porque participaba activamente en cuanto acto oficial le proponían.

En Monterrei, aquel agosto, se celebraba uno de esos eventos medievales que tanto le gustaban a Fraga, a la sazón ministro de Información. Era en el Castillo de la duquesa de Alba, allí presente. Se celebraba una cena medieval en honor del ministro portugués del ramo y Cunqueiro era el encargado de recordarnos la historia de aquel magnífico entorno.

Yo iba acompañado por Eduardo Blancoamor, autor de la mejor novela gallega, “A Esmorga”; y de Arturo Benito Silva, el “poeta de la rebeldía”. Y claro, no nos dejaron pasar al recinto del castillo ni falta que nos hizo, que aquella cena que sobrevino después “no Grande Hotel de Vidago” es de las que no se olvidan. De vez en cuando aún voy a ese hotel, ejemplo de la hostelería clásica portuguesa.

A lo que iba. Aquel encuentro fue breve, pero suficiente para que Cunqueiro se disculpase con aquellos dos magníficos escritores que, por hacer gala de su antifranquismo, apenas ganaban unos duros para poder comer… ¡Porque esos sí eran malos tiempos para la lírica, mis amigos!

Luego traté a Cunqueiro en Vigo, cuando era director del Faro. Fui muy amigo de José Francisco Armesto Faginas, el periodista que mejor le conoció. A través de él me quedaron algunas anécdotas en el recuerdo y creo que el inolvidable compañero fue quien me hizo cambiar el chip sobre el escritor mindoniense.

A partir de ahí, comencé a leerle con mayor asiduidad y comprendí que las apariencias –sobre todo el smoking- siempre engañan. Y me he arrepentido muchas veces de no haber llegado a tiempo a sus tertulias magistrales, en las que se sentaron las bases para el desarrollo de un periodismo propio, del país, de Vigo, que se estudió y creo que aún se estudia en las modernas facultades.

Porque a mí me gustó tanto el Cunqueiro periodista como el fabulador, el más grande de nuestra literatura. Y destaco su magisterio porque de sus alumnos aprendí yo a leer a Rilke, aquel que decía que “la infancia es la patria del hombre”, de ahí que cuando hablamos de la Tierra lo hagamos apasionadamente, recordando solo los tiempos felices.

En la obra de Cunqueiro hay mucha crónica del país camuflada de ficción y en Mondoñedo aún puedes ver a algunos de sus personajes de novela, paseando por las calles estrechas o en la plaza de la Catedral, en donde tiene estatua y dos casas.  Una pertenece a las hermanas Pernas y otra, en la que vivía su hermana Carmiña y que hoy es propiedad de dos emprendedores hoteleros…

Pero, según me contó mi amiga Carmen Fernández Chao, “del fondo de esta que llaman su casa vital emergen nuevas historias escondidas en restos del alto Medievo, con alguna huella romana”.

Yo me imagino a Cunqueiro saludando, afablemente, vecino a vecino, en sus paseos por las calles mindonienses a las que Orlando Gonzalez definió como “un camiño que leva ó corazón do home”.

Pero cuando me siento frente a la antigua casa de Carmiña, en mi experiencia, siempre más abierta al periodista que al literato, no puedo menos que retrotraerme a aquellos días de guerra que me contaba mi padre… 

Porque fue entonces cuando Álvaro Cunqueiro convirtió en mago a Merlín, escribió también las “Crónicas do Sochantre” y “Si o vello Sinbad volvese ás illas”, que son, para mí,  sus tres mejores fábulas.