galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ANA SILVEIRA BUENDÍA

LA MULATA SOÑADORA

Aquella mulata presumida, de cadencioso andar y cuerpo esbelto,  iba camino del Capri por El Vedado de La Habana, con un helado del Copelia entre los labios, provocando a cuantos pasaban a su lado. Era miembro del Ballet Oficial de Cuba pero su arte solo le permitía ser la primera bailarina del viejo cabaret, donde dominaba el son y su salsa.

Aquella calurosa tarde tenía ensayos. Los “tanteos” eran lo que menos le gustaba a ella porque de público solo podía estar aquel mariquita simpático creador de unas coreografías del siglo XIX, de las que estaba harta por ser “recatadas”, nada “provocadoras”.

—- El son tiene que “provocar” mi viejo, esto no es ritmo…

—-  ¿Qué dices? ¡Es lo más bello que has bailado en tu vida!

Sonaba “El amor de mi Bohío” que era un bolero y ella debía de hacer ballet en vez de son…

En realidad, Gladys Vera estaba harta de bailar, harta de su familia del Partido, harta de Cuba… Y su sueño de cada amanecer no era otro que volar hacia Europa y casarse de blanco con un hombre guapo, también blanco…

Este sueño tenía su explicación: nos la hubiera dado el abuelo de Chavín-Viveiro si Francisco Silveira Arenal aún viviese. Porque Gladys Vera era nombre artístico. En realidad aquel cuerpo estaba sometido al alma de Ana Silveira Buendía, nieta de abuelo gallego y de Arianna, negrita guapa de Santiago, el cubano.

Ana, la mulatita preciosa, escuchó mil historias bellas de aquella boca sabia que le contaba cuentos de aldea y leyendas de príncipes azules que rescataban de la furia del mar a las jóvenes ninfas, con solo mirarles a los  ojos, de color esmeralda.

Luego de escuchar tan bellos relatos, Anita Silveira se subía a la banqueta del baño para mirarse en el espejo y sorprenderse cada amanecer con el príncipe blanco que posaba su mano en su hombro infantil.

Y así sucedió siempre, incluso cuando se convirtió en Gladys Vera y llegó a ser la gran estrella del famoso “Tropicana”.

De verdad te cuento que aquellas bailarinas y bailarines de la terna del “Tropicana 1989”, paralizaron el aeropuerto de Santiago a su llegada. Y su actuación en el Parque de Castrelos, en el segundo de los “Galicia para el Mundo” que hicimos, fue tan apoteósica que nadie recuerda espectáculo semejante en Vigo.

Pasó aquel día y pasó una gran romería. El “Tropicana” estaba presto ya para embarcar otra vez en Lavacolla y faltaban tres de sus mejores bailarinas… Martha, Elsa y… Gladys.

Nadie supo más de ellas. Ni en Cuba ni en Galicia. Hasta que…

Un buen día se me ocurrió conocer Chavín porque en uno de sus montes forestales se halla el eucalipto más viejo del mundo. Y allí estaba ella, sentada en el quicio de una casa vieja, semiderruida, al lado de un guaperas que me saludó con acento francés:

—- Buenos díasss. ¿Sabrrría usted si vive algún familiar de Frrrancisco Silveija, Agenal…?

—- No, joven. Yo no soy de aquí, ni siquiera de Viveiro…

—- ¿Cómo podrrríamos averiguarlo?

Y les acompañé hasta la iglesia parroquial donde un amable don Amando les contó que Francisco Silveira Arenal se marchó para Cuba soltero, que era hijo único de una pareja de foráneos y sus padres habían muerto hacía muchos años… Tantos, que ya no se acordaba.

Salimos de la sacristía y le pregunté a ella…

—- ¿Eres Gladys?

—- Sí, pero ahora soy francesa, una mulata francesa…

Y como había encontrado a su “príncipe blanco” me contó su vida y sus sueños, convertidos en realidad.

Gladys se convirtió en Ana de Levlón y sus amigas Martha y Elsa eran aún las mejores bailarinas del Moulin Rouge, a donde iba de vez en cuando a verlas. Vivía en una hermosa casa de campo de las afueras de París y tenía dos hijos mulatitos. Ella se llamaba Arianna y él Francisco.

Me prometió que reconstruiría aquella casa de sus orígenes gallegos. Era lo que soñaba ahora cada vez que se miraba en el espejo…