galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ANDRÉS DOBARRO, MI INOLVIDABLE ARTISTIÑA

Este viento y lluvia golpeando los cristales de la ventana me retrotraen a los tiempos de la saudade, cuando todos teníamos un corpiño xeitoso y cantábamos en el tren que iba pola beira do Miño, de regreso del San Antón y tras un paseo nun bou por Bueu.

Fíjate, la última vez que vi a Andresiño fue en As Neves, tierra saludable y noble donde nacieron algunos queridos amigos que me invitan siempre a comer buena lamprea. Aquel día, en la sala Montesol, estaba sembrado. Recuerdo aquel coro de unos mil jóvenes que se las sabían todas. Esa vez Andrés desapareció de mi vida y cuando me enteré de su muerte, tan prematura, mis lágrimas fueron inevitables.

Ya, tú eres demasiado joven como para conocer a Andrés Lapique Dobarro. Lo sé, pero seguro que formaste coro alguna vez para entonar alguna de aquellas canciones, las primeras composiciones en galego de mi mundo pop, que servían para bailar y para tomar una copa en los días de gloria.

En realidad Andrés Dobarro fue un artista de los setenta y de los más intensos que he conocido. Nació en la música en aquel año 70 en el que yo volví a casa, a Galicia, porque me lo pedía la morriña. Recién retornado de mi corto exilio vasco, aquellas canciones de Andrés eran una invitación a la fiesta.

Para mí no era un gran cantante pero sí un buen estilista, prototipo del gallego meloso que todo el mundo saludaba con afecto. Triunfó más que ningún otro paisano a nivel estatal y fue el único artistiña que yo recuerdo capaz de colocar, en el corto espacio de dos años, cuatro canciones en el importantísimo número uno estatal de la época, en las listas de éxito de entonces, elaboradas una por la SER y otra por la COPE.

Aquellas canciones sonaban en todas partes, fueron y son aún las más populares de la historia de nuestro repertorio pop.

A ver, te las recuerdo… “O Tren”, “Corpiño Xeitoso”, “San Antón” y “Pandeirada”. Esas fueron sus y nuestros números unos, pero hay otras composiciones suyas que aún merece la pena seguir escuchando. De hecho, estoy escribiendo y tengo una recopilación de sus éxitos en mi antena.

A mí me gusta especialmente “Teño Saudade”, que define el espíritu del emigrante joven que dejó su novia en la aldea a la que espera volver algún día. Otra de las que aún entono en la ducha es “Vou a Bueu”, porque me encanta levantarme con ritmo y admiro ese juego que logró con el nombre de la villa y su embarcación más emblemática, el bou. Y “Rapaciña”, que es un divertido piropo a las mozas de mi época.

Andrés no sabía música y lo destaco porque componer de oído, ayudado solo por el rasgueo de una guitarra, es muy meritorio. En algunos discos, he de decírtelo, se notan los modos de su productor, Juan Pardo. Creo que ambos formaron un corto pero buen tándem.

Por cierto, no sé como el hijo de un coronel pudo meterse en aquella farándula cantando en galego, un idioma que algunos empleamos desde siempre, pero que en las ciudades y entre la gente fina, estaba mal visto. Digo yo que sería por ese espíritu bohemio que representaba su vida, cuando se ponía la guitarra al hombro.

Andresiño aún vive, mi gente. Que aún esta semana pasada estuvimos hablando largo y tendido de él, varios colegas, reunidos en torno a la lareira. Por eso sé que en los coros de “O tren” participó Emy de la Cal, la ex de Juan Pardo y nada menos que un desconocido Camilo Sesto, que cantaba en un grupo llamado “Los Botines”.

Juan grabó “A charanga” en galego, otro de los grandes temas de nuestro pop, porque Andrés triunfó en nuestro idioma. Lo que no me explico es como terminaron ambos su relación. Su matrimonio artístico duró menos de un año y a partir de ese momento dejaron incluso de hablarse. Algunos achacan esto al ego del productor y otros incluso lo acusan de querer aprovecharse del éxito de su producido.

La ruptura coincidió con una penosa película de Andrés, “En la red de mi canción”, que a pesar de la popularidad del actor fue uno de sus peores fracasos… que los tuvo.

Andrés Dobarro se casó con Paula López, que era de Bilbao a pesar de su cuerpo “xeitoso”. Hizo algunas giras por países latinoamericanos en donde la galleguidad se notaba más, pero…

Las cosas empezaron a ir mal, tuvo mil líos económicos porque le engañó su representante, vendió su casa de la sierra madrileña y un buen día, con Paula y sus cuatro hijos se fue a México. Allí trabajó como gerente de una sala de fiestas hasta que en 1980 regresó con su quinto hijo a A Coruña, ya olvidado por el público, con una fuerte crisis creativa.

Mi amigo Nonito Pereira le ayudó y Andrés tuvo entonces un programa de radio con el que fue tirando, pero no tenía ni ganas, ni disciplina ni oficio para seguir. Luego vendría otro intento con una gira y otro representante que también le estafa. Deprimido, se separa de Paula y cae en el pozo del que intenta rescatarle su amiga Margarita.

Sin éxitos discográficos, sin fama y con los ahorros fundidos, cayó como tantos artistas en un pozo negro del que es muy difícil salir. Volvió a Madrid con ganas de seguir, pero en 1989 se lo llevó un maldito tumor hepático.

Yo lo recuerdo con mucho cariño y doy gracias a este viento y a esta lluvia que me han devuelto la saudade y me he puesto a contarte cosas de él y a escuchar sus canciones… ¡Póntelas y pónselas a tu gente, verás que bonitas!