«ANÉCDOTA», por MATILDE LÓPEZ CAMELO, desde Buenos Aires.
Hace añares, en uno de nuestros viajes a la quinta “La Catu”, él conduciendo y yo con mi manía de leer, luego de conversar como siempre comencé a hojear un librito que nunca supe cómo llegó a mis manos, porque no me agradan los aforismos y se trataba de ellos.
Estaba por dejarlo, cuando uno llamó mi atención. Decía:
—- Cuando la alegría impera, el dolor espera turno.
Lo comenté con mi esposo y conocedor profundo de mi sentir, me propuso:
—- Deja de leer, Negrita, y mirá los terneritos…
Se dio cuenta de inmediato que esa frase me había dañado y sugirió que mirara y admirara a las vacas con sus crías que por aquellos años pastaban en los campos a la vera de la Panamericana.
Ese fin de semana, ni la llegada alborozada de los nietos, corriendo como siempre desde el auto del padre a zambullirse en la pileta, borró la tristeza que me invadió. Entonces éramos abuelos jóvenes y felices, trabajando mucho pero con la vida a nuestro favor.
No pude superar aquél pensamiento y me preguntaba en qué lugar el dolor esperaba turno…
Pasó no mucho tiempo y aquella sentencia llegó como un huracán arrasando hasta mi razón.
Del brazo de mi hijo, la comprensión de Sarita, su esposa; el cariño de mis dos nietos tan chiquitos y la ayuda increíble de un psiquiatra que halló mi hijo de entre tantos que consultó, mi tan querido Raúl Rollán, muy, pero muy lentamente, regresé a la vida, no sin caer y levantarme varias veces…
Es que me habían arrebatado al muchacho que conocí a los catorce años y me amó y amé, más que a nadie en este mundo.
Pasaron los años, pero nada fue igual, ni siquiera el sol… Todo era visto como tras un velo, hasta parecía que me hablaban en otro idioma y lo más grave es que arrastré a todos en mi desesperación con un egoísmo que no podía comprender. Sufrí graves enfermedades, pero ese maravilloso sabio que es el tiempo, a los cuatro o cinco años, me permitió respirar bien y sonreír tímidamente.
Al pasar de los años, aprendí, ya no en los libros sino en la vida que transcurrió, que…
—- Cuando el dolor impera, en algún recodo del camino, la alegría espera turno…
Sabedora que entre los amigos debe haber gente que está sufriendo, tal vez demasiado, les digo que la alegría llega una y otra vez y la paz y el sosiego y la esperanza en un mañana mejor.
No es un cuento, es una anécdota muy fragmentada, lógicamente, pero con un sufrimiento inconmensurable…que pido a Dios o a la vida, no se repita nunca más.