galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

AQUELLOS QUERIDOS MAESTROS

Por José Carlos Romero Pérez

En el álbum de imágenes de mi  infancia, y en lugar destacado, están aquellos pupitres con tablero inclinado  y  tinteros de plomo roídos por los niños y niñas que allí se sentaban. Pocos de estos pupitres vieron crecer a  estas criaturas con normalidad, pues solo algunos terminaban la enseñanza primaria impartida.

Eran años duros para estos chavales que a menudo tenían que ayudar a sus padres campesinos. Fueron infancias robadas, y, también sus padres, en  aquellos años tremendos, sufrían los días silenciados por la dictadura y las largas noches de piedra, como señaló en su poema Celso Emilio Ferreiro:

“O teito é de pedra.
De pedra son os muros
i as tebras.
De pedra o chan
i as reixas.
As portas,
as cadeas,
o aire,
as fenestras,
as olladas,
son de pedra.
Os corazós dos homes
que ao lonxe espreitan,
feitos están
tamén
de pedra.
I eu, morrendo
nesta longa noite
de pedra”.

Celso Emilio Ferreiro
(Longa noite de pedra, 1962)

En aquella escuela yo era un afortunado y no atinaba a comprender tanta injusticia que me rodeaba. Lo peor eran los eternos días de invierno, los niños llegaban de todas partes casi siempre empapados por la fuerte lluvia que arreciaba del suroeste, y ateridos de frío. Para mi eran los años sesenta, para muchos de los que allí compartían pupitre conmigo, días de sufrimiento sin calendario. Cómo pedir que aquellos seres atinasen a estudiar, ¡la letra con sangre entra! decían algunos.

Pero en esta vida siempre hubo un rayo de sol, y, el pobre maestro, éste era literalmente pobre, se las apañaba tirando de vocación. Con chaqueta zurcida en los codos y zapatos gastados, todas las mañanas entraba en la escuela con una sonrisa amplia y muchísima dignidad.  El respeto que le teníamos era enorme y la admiración mayor.

En la escuela todos los niveles de enseñanza estaban juntos, las niñas en la primera planta y los niños en la baja, los pequeños aprendían la tabla cantando y los mayores, que sé yo, quizás en su mundo imaginario intentaban olvidar la suerte que habían tenido.

Eran tiempos muy duros, pero los niños olvidan y se quedan siempre con lo bueno, y también con la imagen de aquel maestro y aquella maestra ejemplares que para nosotros eran alguien a quien imitar. Y a menudo nos olvidamos de la maestra, lo suyo no era heroísmo, era otra cosa, no solo tenía que atender a sus alumnos, sino también a su prole que a menudo era numerosa.

La enseñanza pública fue siempre la forja de mujeres y hombres, y cada vez es más cierto que nunca lo de “cuanto más invirtamos en educación menos gastaremos en centros penitenciarios”, la escuela rural no era la excepción. De allí salieron las niñas y niños que escribieron la historia de este país, héroes anónimos que con mucho trabajo e ilusión formaron la parte principal del tejido social que disfrutamos hoy.

Estos hombres y mujeres jamás han enarbolado banderas, ni se sintieron más patriotas que nadie, sienten este país y nada tienen que demostrar, porque ellos son la auténtica patria.

La educación son los cimientos en los que se sustentan los pueblos. En las manos de los que nos educan y transmiten valores… está el futuro.

Leía, no sé dónde, que un buen padre no es el que prepara el camino para el  hijo, sino el que prepara al hijo para el camino; no puedo estar más de acuerdo con esta apreciación.  Exijamos una enseñanza de calidad al alcance de todos, pues en esto se nos va el futuro.