galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

AS FRAGAS, UN REGALO PARA LOS SENTIDOS

Por José Carlos Romero Pérez

No levantaba ni dos palmos, cálculo que eran mis primero años de infancia, qué sé yo, cinco o seis años de edad, pero olía a fraga en mi  hogar. Era una casa de una sola planta, con bodega soterrada, patio en pendiente y corredor orientado al este. Sí, lo que mejor recuerdo de ese espacio abalaustrado, con dos alcobas a cada lado y el en el centro una mesa con banco de respaldo, era la vista a las fragas del río Deva. De puntillas me asomada para ver lo que para mí era un terreno por explorar. También desde esa pequeña atalaya veía lo que supe después que era Portugal.

Aún recuerdo cuando las nubes de polen, que en primavera movidas  por vientos que subían por las valles orientados al padre Miño,  parecían la aurora boreal. Todo lo veía desde esta tribuna para los privilegiados que era mi corredor.

Los días de vendaval y tormenta, no eran traicioneros, pues los vientos del sureste nos dejaban oír el tañer de campanas de la parroquia de al lado que  avisaban de lo que se avecinaba.  Mucha vida había y aún hay hoy en aquellas fragas.

Todas esas sensaciones es imposible que no te marquen para siempre, y,  ahora cuando nos vamos haciendo viejos y ya tenemos tiempo para pensar, solo podemos dar gracias por tanta fortuna.

Al otro lado de río se oía el chirriar de los carros de los madereros tirados por yuntas de bueyes, y también las riñas de las mujeres en el tiempo de regar el maíz. Típicas eran las ofensas proferidas cuando no se respetaban los turnos del agua; lo de mendrugo, pendejo y repollo de candean era de lo más socorrido. Nunca llegaba la sangre al río. Era del teatro de la vida en directo, mejor dicho, la vida misma.

El maíz cosechado se molía en los molinos de agua que se asomaban a la orilla del río. Para acceder a ellos había que bajar por riscos de difícil tránsito con un saco de un ferrado a cuestas. Aún quedan estas construcciones en ruinas y también aún conservan restos de la belleza que algún día tuvieron.

Los molinos de agua nos podrían contar muchas cosas. Cuando era niño no alcanzaba a descifrar aquellos mensajes grabados que alguien había dejado en las paredes y la puerta de madera a golpe de carbón y navaja; unos eran declaraciones de amor, otros eran erotismo de lo más primitivo. Creo que de allí viene esta popular cantiga:

«Unha noite no muíño, unha noite non é nada

unha semaniña enteira, esa si que é muiñada.

Deus cho pague churrusqueira,

téñocho que agradecer,

cando vou ao teu muíño

sempre me deixas moer».

Y no nos olvidemos de la diversidad bilógica de la fraga, el caballo común, el alcornoque, el acebo, el peral silvestre, el sauce,el fresno, etc. que ajardinan este bosque. Todo este decorado alberga una riquísimas diversidad faunística.

En primavera, más que nunca, se escuchan los sonidos de la vida que bulle por todas las partes, es la sinfonía perfecta que jamás las grandes orquestas atinarán a interpretar, ni incluso dirigidas por el prodigioso Riccardo Muti.

El río Deva es la arteria aorta que ayuda a saciar la sed de este bosque atlántico  casi virgen, sobre todo cuando llegan los rigores del verano. Sus fervenzas llevan esculpiendo la piedra  durante miles  de años cual Miguel Ángel el mármol de Carrara. Sus orillas se unen  por puentes románicos y por las típicas construcciones del megalítico conocidas como poldras.

Todo esto que estaba casi olvidado, hoy se empieza a recuperar movido por la fiebre senderista ¡Bienvenido sea!

Las fragas del río Calvo y Deva, en el Ayuntamiento de A Cañiza-Pontevedra, son un regalo para los sentidos y un ejemplo de recuperación y conservación.