galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

AUN QUEDAN DÍAS DE VERANO

La estética del verano se prolonga en esta Tierra Única hasta que se agota septiembre, que es mes aún seco en la montaña y de cálida atmósfera marina. Este fin de semana pasado, las olas le devolvieron al paisaje atlántico su paz de playa y en la ruta cantábrica predominó la bella música del mar, esa que suena cuando la escultura pétrea emerge del acantilado entre la espuma blanca.

Te digo que en septiembre aún quedan días de verano para disfrutar de las horas de playa, donde se acaba el cansancio del eterno ir y venir por el mundo, como en aquel otro tiempo.

Claro que, también, a veces, caprichosamente, revienta el cielo para gastar la fisonomía de la tierra y producir la derrota de la belleza. Es cuando nos manda esa lluvia final de temporada que en otros lares de la península trae fragmentos de ruina y muerte.

Para ellos, andaluces, murcianos y valencianos guardamos hoy un abrazo solidario, que, estos días los telediarios nos metieron el miedo en el cuerpo a todos y todos nosotros nos pasamos las horas mirando a ver si en los cielos limpios asomaban las nubes y nos brindaban sus códigos…

—- Non hai problema, van para o mar.

—- Hoxe non chove, que hay nordés…

Sin embargo volvió a llover y siempre que llueve los días se vuelven oscuros; por eso resultan largos, muy largos. Pero el agua nos hace falta para los campos y para que se lleve las alergias y los malos bichos.

En Galicia, casi siempre, el agua del cielo nos empapa y enamora porque es quien provoca, en definitiva, la hermosura del paisaje: La perspectiva de la ancestral laguna glaciar. La traza del regato que supera el vértigo de la cascada. Los espejos donde se miran las ribeiras sagradas por naturaleza. El ensueño de las rías donde se acuesta el sol. Los mares vivos que esculpen estatuas de salitre. La ola suave que besa la playa interminable… El agua es la vida y nos guía hasta el paraíso que buscamos.

Dicen mis viejos sabios que “nunca choveu que non escampara” y los meteorólogos ya nos anuncian un postverano otoñal, como hacen todos los años cuando desde el castiñeiro de Manuel de Outeiro empiezan a saltar los erizos para mostrarnos su fruto, la castaña.

En cierta ocasión, una anciana de Vilariño de Conso que pasaba de los cien, me dijo…

—- A castaña ten moita enerxía: desfai os meigallos. Todolos anos debes de gardar unha que salte cando pasas diante dun castiñeiro. E nunca as tires, deixas a vista no sitio onde traballes pra que che déan forza.

Desde entonces guardo mis castañas en fila y escribo con ellas a la vista, por si me dan suerte. Aunque Gloria siempre frota con alguna los billetes de lotería y nunca le toca… Así que tú verás si te tomas la molestia.

Sigo. No recuerdo quien, pero el año pasado por estas fechas un ilustre catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela llegó a contarme:

—-  El cambio climático no sólo tiene consecuencias negativas. También tiene su lado positivo: Galicia puede ser un destino turístico playero de primer orden y criar vinos que nada envidiarán a los afamados de la Rioja.

Por lo visto, hace un lustro, la USC hizo un estudio sobre la influencia del cambio climático en el país y ya preveía la prolongación de la temporada estival al aumentar la temperatura en dos grados. Eso quiere decir que vendrán más turistas…

—- ¿Maaás? ¡Horror!

Sí, muchos más; y el clima beneficiará muchísimo el cultivo de la uva. Lloverá menos…

Y si esto ocurre iremos mas a la playa, como en este mes de septiembre en el que a mis nietos pequeños, Paula y Guille, me los llevan a la Illa de Arousa, Bettiña se va a enseñarle A Coruña a una amiguísima de Madrid y yo, para no ser menos, tiro de recuerdos y me ensueño con los arenales de Cangas, los mismos que descubrí cuando volar sobre la ría de Vigo era mi gran pasión.

Así que, imitando a Berobreo, aquel dios que adoraban los galaicos Helleni en nada menos que 161 altares, ascendamos al Monte do Facho, el gran vigía de la Costa de la Vela. Desde aquí bien se ve  cómo van y vienen las olas a los arenales de Cangas testigos del embrujo de aquella meiga, María Soliña, cuyos ojos brillaban más que el agua vibrátil, de plata y oro.

Este es el mar del Capitán Nemo por obra de Julio Verne. Mágico mar de leyendas de meigas y tesoros, cantado por los poetas medievales, por los románticos del siglo XIX y también por los contemporáneos.

Y es el mar de la gente con salitre en la piel, protagonista de la eterna aventura en las horas de la luz herida. Mariñeiros que siempre lo miran y casi siempre están sobre él; porque solo en este mar encuentran la vida.

Esta es la Bahía generosa,  capaz de enjugar las lágrimas del alma de mi gente de la diáspora y las lágrimas negras de aquel invierno de negra sombra sobre la costa. Pero hoy, sin embargo,  resplandece y brilla sintiendo  el placer de besar una y otra vez la misma playa meiga de Limens, de Nerga, de Barra o de Menduiña

Encontramos la paz de sal elemental cuando aún es posible la magia del paisaje  iluminado por la luz cambiante de cuatro estaciones en un solo día. Desde el mirador de la Ría vemos como de ella emergen islas y crecen  puertos en sus riberas. Como nacen a flor de agua las bateas bajo el símbolo de la modernidad. Y como se convierte toda esta Bahía en un gran espacio de ocio para que los viajeros del mar sientan el placer de navegar…

Al final, simplemente paseando por la mágica playa, el sol adormece la tarde para que las nubes rojas pasen viajeras, mientras del agua surge el espíritu de María Soliña, que responde a la llamada del poeta:

“Nos areales de Cangas muros de noite se erguían:

¡Ai, que soliña quedaches, María Soliña!”