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AVANCES DE LA CIENCIA

Los árboles también tienen corazón. Una investigación liderada por Adras Zlinszky para la Universidad de Aarhus (Países Bajos) asegura que los árboles regularmente cambian de forma en maneras ligadas estrechamente a la presión del agua dentro del mismo.

El científico aplicó su estudio a un total de 22 especies de árboles que fueron controlados día y noche para registrar cada uno de los cambios encontrados. Y las conclusiones arrojaron una gran cantidad de comportamientos dentro de cada árbol.

Por J.J. García Pena

La ciencia se apoya y a su vez es apoyo del sentido común.

Si tenemos en cuenta que los árboles,  y en general todos los vegetales,  son de aparición temprana respecto a los demás seres vivos, no es de extrañar que tengan sistemas orgánicos que les permitan mantenerse vivos y reproducirse.

Han sido  demasiados siglos de creer que solo los seres que se pueden trasladar por sus medios son dignos de considerarse «animados».

De ahí que solo a estos últimos les llamamos «animales», es decir con ánima o ánimo, con voluntad.

Los árboles, sin necesidad de mutar su  estado de perfecto sedente a ser «animado», han encontrado formas de propagarse  por el mundo.

«Inmóviles» han utilizando las virtudes del  mundo «animoso» de su entorno, para diseminar sus semillas: la propia tierra en que se asientan, las corrientes de agua, el pico,  buche,  heces, plumajes y pelambres de aves, insectos, mamíferos (incluso el hombre)  el viento, los cataclismos, los meteoros.

Hasta ingeniosos sistemas de lanzamiento a distancia, basados en el estallido de cápsulas que, llegadas las condiciones propicias disparan, a gran velocidad y distancia, su simiente.

Producen sus propias medicinas y armas (resinas, venenos, púas) contra las especies que los agreden y mantienen simbióticas alianzas con otras que los favorecen, ni más ni menos que como lo hace, entre otros muchos ejemplos, el poderoso hipopótamo del Nilo, que permite que  un audaz y buscavidas pajarito «odontólogo» se alimente de los restos que halla  entre sus dientes descomunales. 

¿Debe sorprendernos, entonces, que unos seres tan arcaicos y maravillosos como los árboles, capaces de prosperar a pesar de no poder huir ante el peligro,  tengan un completo sistema circulatorio que incluye el equivalente a un corazón animal?      

Paso a paso, de la mano de la ciencia, inapelable aniquiladora de toda superchería, vamos saliendo  de las garras del oscurantismo y la bobería.

Ella  nos irá revelando los misterios que intuimos desde hace siglos,  pero que  solo ella  es capaz de confirmárnoslos.