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EL CELTA NO ES UN CLUB DE FÚTBOL, ES UN NEGOCIO.

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Carlos Mouriño ha reunido esta semana a los empleados del Real Club Celta para alertarles de que el club de fútbol representativo de Vigo, la ciudad más grande de Galicia, está en riesgo de desaparición. La razón que les dio es la carencia de un patrimonio fuerte por parte de la entidad.

Seguramente lo que persigue este empresario, ya más mexicano que gallego y con escaso amor a otra cosa que no sea el dinero, es que los trabajadores célticos ejerzan presión sobre las autoridades municipales para que le vendan el Estadio de Balaídos, su último capricho, en el que se propone la construcción en paralelo de un gran centro comercial. La disculpa es el futuro del club.

Verás. Faltan un par de semanas para la junta general de accionistas y Mouriño tiene minuciosamente organizado el traspaso de la sociedad deportiva a un grupo inversor chino. El hoy presidente del Celta sabe perfectamente que la ley de Administraciones Públicas del año 2003 no permite al Ayuntamiento ni la venta ni la compra de este tipo de bienes. Esa ley impide cambiar la titularidad del estadio porque es una propiedad inalienable, imprescriptible e inembargable. Únicamente cabría una recalificación urbanística en caso de que hubiese razones de interés público que no concurren en este caso.

Mouriño conoce este impedimento y también el criterio de todos los grupos políticos que componen la Corporación Municipal de Vigo, el de que Balaídos no se vende pero estará siempre a disposición del Celta.

—–  ¿Por qué entonces condiciona la adquisición del Estadio a la venta del club a los chinos?

Porque la venta es una operación cerrada, salvo que en la asamblea convocada para el 12 de Diciembre en el Auditorio Mar de Vigo ocurra un milagro y aparezca un grupo de accionistas que pongan a Mouriño contra las cuerdas con una oferta sobre la mesa que supere a la del grupo inversor chino. Porque el empresario y presidente céltico lo que quiere es marcharse a México y ganar dinero con el Celta. Por eso pone una condición imposible para quedarse, a la que añade para disimular, la construcción de la Ciudad Deportiva.

Lo único que le preocupa en este momento a Carlos Mouriño es el dinero que va a obtener; o con la venta del Celta o con los negocios paralelos que haría si acceden a sus caprichos y sigue siendo el dueño del club.

El presidente está preocupado por su imagen pese a que pocos medios se prestan a descubrir su pastel, al menos por el momento. Pero mintió descaradamente a los empleados del club porque el Celta es uno de los equipos más asentados en la Primera División española.  Deportivamente y como sociedad anónima,  puesto que carece de deudas, tiene una nueva sede como patrimonio y parte de unos ingresos fijos de cincuenta millones de euros por temporada. Además, puede mejorar el valor de su marca, aumentar su masa social y lograr el refrendo internacional que precisa como club de fútbol.

El único peligro que corre el Celta es el de en qué manos cae. Porque hace falta ser muy cenutrio como gestor deportivo para mandar este barco a las piedras.

—– ¿Está ya hecha la venta al grupo chino?

Por lo de pronto se ha firmado ya el acuerdo de compraventa de acciones, es decir, se cumplió lo que se llama en las transacciones SPA, siglas de “share purchase agreement”. Es el primer paso en firme pero quedan meses por delante para que Mouriño obtenga finalmente su dinero.

Hace algunos años –tantos que ya me olvidé- escribí un artículo sobre la Ley del Deporte que obligaba a la mayoría de los clubes a convertirse en sociedades anónimas. En el afirmaba que esa ley suponía la muerte de los equipos más modestos, porque se convertirían en un mero objeto del deseo de la gente con mayor poder económico.

La prueba de que tenía razón salta a la vista. Lo que está ocurriendo en las ligas europeas es que los sueños de las aficiones, la base social de cualquier equipo, son un mero juguete para los ricachos dueños de las sociedades anónimas deportivas.

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