galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

COVADONGA DE AÑO EN AÑO

Por Diego Carcedo

 

Hace unos días estuve en Covadonga, como hago por lo menos una vez al año. Nací a pocos kilómetros del Santuario y desde pequeño mis padres – que no eran especialmente fervorosos, tengo que reconocerlo, pero eso no importaba – me llevaban cada verano a visitar a la Virgen. Tampoco soy fervoroso ni me tengo por buen cristiano pero aquella tradición la mantengo con la misma ilusión de siempre: además de la historia que se concentra en aquellos parajes maravillosos, reconozco que me deslumbra el paisaje, tanto da que haga sol como que lo invada la niebla, y el ambiente me hace reflexionar como en ningún otro lugar.

En Covadonga asistí siendo adolescente a la primera boda y fue en el centenario Gran Hotel Pelayo donde venciendo la timidez, una prima mayor me hizo bailar – es un decir porque aquella tarde demostré que hasta el pasodoble se me daba fatal – la música con que concluía la fiesta del enlace. Entonces Covadonga era para el imaginario intelectual, cultural y político un santuario sórdido al que se le adjudicaban todos los valores del nacionalismo franquista que había ganado la guerra y mantenía su obcecación reaccionaria bajo el slogan Covadonga y cierra España.
Aquello ha pasado al olvido de la rica historia que Covadonga alberga. El Santuario ha cobrado vida sin haber perdido el contenido de espiritualidad que encierra. Ahora es más alegre y abierto. Ya no se ven escenas sangrientas de peregrinos subiendo de rodillas las escaleras de la Cueva ni mujeres tragando agua de la fuente, sacrificio que según la creencia popular facilitaba la búsqueda de novio. Hoy los peregrinos pasan por el Santuario, depositan una vela encendida en el lugar dispuesto para este acto simbólico se adentran en la Cueva y luego siguen carretera arriba hasta los Lagos de Enol y la Encina.

Ahora Covadonga atrae a visitantes de todas las nacionalidades. En la explanada de la basílica me crucé con un grupo de japoneses apiñados en torno a una guía que les mercaba el camino con un paraguas con los colores del sol naciente. Muchos sin duda son turistas y no peregrinos, algunos incluso no serán católicos, pero casi todos combinan la contemplación del paisaje que se abre ante sus ojos con la visita obligada a los lugares sagradas, unos para asistir a misa o rezar una oración que quizás no tenían prevista y otros, sí por simple curiosidad.

Me alegró ver y compartir aquel ambiente respetuoso y desenfadado, propio de nuestro tiempo. No vi ni un solo gesto obsceno ni una sola muestra de gamberrismo. Busqué, como tenía por costumbre, a don Juan, el culto abad, gran historiador y pensador, con quien tan inolvidables conversaciones mantenía cada año aprovechándome de sus minutos libres, y me encontré con la noticia de que había sido relevado de sus funciones. Su ausencia me causó cierta frustración lo mismo que la noticia de que a pesar del aumento de visitantes cada vez son menos los canónigos que se encargan del culto y se celebran menos bodas.

Hace años casarse en Covadonga era la ilusión de muchas parejas de toda Asturias que ahora buscan otros escenarios para su fiesta nupcial donde encuentran mayores facilidades para celebrarla con música y baile. Lo malo, se lamentaba una persona vinculada a la tradición religiosa de Covadonga, es que eso está llevando a que muchos opten por bodas civiles y, más tarde, al no estar casados por la Iglesia y desvinculados de sus principios, a olvidarse de bautizar a sus hijos. Nada es perfecto, pero Covadonga sigue siendo un lugar único en el mundo.