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CRISTINA, LA ÚLTIMA FARERA

Echo de menos aquellos viajes, de faro en faro, a lo largo de 1.300 kilómetros de costa. Ahora el cuerpo no aguanta aquellos maratones… pero aún disfruto de los de mi cercanía y de cuando en vez voy a Fisterra, a Touriñán, a Cabo Vilán e incluso llego a la punta Nariga, a San Adrián.

Es que la visión del mar desde un faro es otra cosa. No sé, debe de ser porque soy un romántico, pero cada faro me cuenta mil historias diferentes. De pequeño quería ser farero y de mayor tengo soñado con dormirme frente al mar siguiendo la trayectoria de esa luz que rompe la noche, una vez y otra, y otra vez y una.

¡Imagínate si admiro a los y a las fareras!

Aunque fareras en realidad solo queda una… La tengo localizada en el corazón de la Costa da Morte, en Cabo Vilán. Se llama Cristina Fernández, es de Camariñas y lleva 43 años en el oficio, tratando de evitar que este Atlántico infinito,  cuando se pone bravo, mande a más barcos contra las piedras, que según la historia… ya le abundó.

Cabo Vilán es fascinante. Por sus verdades y por sus leyendas. Tanto que Cristina, cuando le traen al faro a un grupo de niños de algún colegio suele contarles…

—- Dentro del faro hay un bicho enorme que se vuelve loco y gira y gira y lanza luz.

Esos mismos niños crecerán y algún día sabrán de los mil naufragios de la Costa da Morte, incluso estudiarán el del “Serpent” y puede que alguno escriba otro libro.

Precisamente Cristina era aún una niña cuando naufragó el “Banora” y la marea trajo a tierra 1.600 toneladas de naranjas. Los vecinos de Camariñas estaban acostumbrados por entonces a esos “regalos” del mar, pero a aquella niña solo le interesaba el destello del sol en la linterna del faro.

Luego, el tiempo le descubrió el amor y se ennovió con el hijo del farero a los 13 años. Aquel novio fue quien la avisó un buen día de 1969 de que la próxima oposición estaría abierta a las mujeres y tres años más tarde, Cristina Fernández aprobaba para convertirse en la primera mujer farera de España. Ahora dice que se jubilará cuando tenga setenta años, así que aún le falta.

—- Estuve a punto de dejarlo cuando murió mi marido, pero aún estoy aquí…

Antes, cuando sentía miedo en las noches de temporal pensaba en los marineros y se le pasaba…

—- Yo vivo del faro, pero también vivo para el faro y para los marineros que son, en definitiva, a quienes hay que ayudar.

Los temporales en Cabo Vilán son duros de llevar. Hay vientos por encima de los cien, olas de más de diez metros que sobrepasan la illa del Vilán de Fora y el mar toca de vez en cuando una trágica sinfonía que debe ser muy similar a la de un tsunami. ¿Cómo no sentir pánico en la soledad de la noche?

—- Pues claro, he pensado muchas veces en que se estaba produciendo una tragedia. Es inevitable.

Es curioso, pero el Vilán fue el primer faro español alimentado por electricidad. Su linterna está a 104 metros de altura sobre el nivel del mar y la luz que emite puede verse desde una distancia de cuarenta millas náuticas. Lanza dos destellos cada 15 segundos.

Hablando de música. Una de las más curiosas leyendas que se cuentan en Camariñas es que, allá por el siglo XIX, naufragó un barco que llevaba algunos acordeones… y con el movimiento de las olas comenzaron a sonar, lo que fue considerado un milagro. En realidad yo creo que lo que sonaba de madrugada era un acordeón, sí, pero el que tocaba algún antepasado de José Luís Blanco Campaña, que aún sigue descubriéndonos en “Luar” a los genios de la cultura popular de nuestra prehistoria.

Por cierto, nuestra farera es palilleira como  buena camariñana y dice que eso le ayudó  mucho. Además, cuenta…

—-  Cuando yo llegué al faro de prácticas tuve que aprender a tocar la gaita porque el torrero siempre nos hacía levantar tocando la gaita. Él siempre decía: en los faros hay que tener ocupación. Fue una muy buena lección. Hay que estar ocupados, porque si no, las neuronas…

Obviamente, la tecnología lo cambió todo. Cristina trabaja hoy en día en varios faros,  entre la punta Roncudo y Fisterra; y los avances le evitan tener que subir varias veces al día los 250 escalones de Faro Vilán. Su móvil le avisa de cualquier anomalía.

—-  La tecnología ha desplazado a los fareros, pero la tecnología es importante y es el futuro. Ahora el faro se apaga y se enciende solo. Aplaudo la tecnología porque ahora el móvil avisa.

Y añade…

—- Canta mais tecnoloxía, mais averías, polo tanto, ten que seguir habendo fareiros.

Me la imagino en otro tiempo, con su marido y sus hijos, viviendo en esa torre que fue testigo de tanta tragedia marinera. En esas noches en las que el viento rompía cristales y entraba por toda la estancia hasta que conseguían cerrar las contras. Esta farera que empezó como mecanógrafa y también fue maestra, ya tiene mérito. Mucho mérito.

Ahí te la dejo contemplando su faro, un instante que captó con su cámara Daniel Llamas. Es de tal belleza que obtuvo el premio nacional Ocean Photo Contest. Nadie consiguió nunca mezclar una farera, la luz del Vilán y las estrellas con tanto arte.