galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

CUANDO, DE NIÑA, DESCUBRÍ FINISTERRE – Por Ana María E. Valiño, desde Santa Cruz de Tenerife.

El sol se acuesta en el Fin del Mundo.

Un juego de adivinanzas con imágenes de faros en un muro de Facebook me hizo recordar la primera vez que, siendo una niña, vi el faro más antiguo de Galicia y el lugar más visitado después de Santiago de Compostela: El Faro de Finis Terrae, Fisterra o Finisterre en  A Costa da Morte  (La Costa de la Muerte).

Un viaje familiar de esos de entonces,  ciertamente extraordinarios en todos los sentidos.  ¡Ay, aquellos seiscientos! Tíos, primos, abuela, un jamón, chorizos, queso, un pan enorme  -del de antes, que aguantaba toda la semana sin ponerse duro-  algo de fruta y una garrafa de vino para las “meriendas” de tres días. Por supuesto, todo hecho en casa. Agua había la que se quisiera por el camino.

No recuerdo las paradas para enfriar el coche y estirar las piernas pero sí que salimos de casa (un pueblo de Ourense) a las 5 de la madrugada para llegar sobre las 10 a Santiago  (Unos 300 Kms.  Todo un record). Tenía yo, por aquel  entonces, unos 10 años llenos de curiosidad y una imaginación desbordante. Los diez estaban decorados  por dos odiosas coletas,  una a cada lado de mi cabeza que, aún hoy, sigo sin saber  si con ellas intentaban mantener mi  equilibrio mental  o eran armas de tecnología punta de aquellos tiempos y estratégicamente situadas con las que paralizarme al primer tirón y a la voz de ¡sooooo!

Pero a lo que iba. No recuerdo qué vimos en Santiago además de la catedral. No olviden mis diez años…

Seguimos a Muxía  a visitar el santuario de Nosa Señora da Barca y esto,  ya lo recuerdo con detalle porque todos los que allí estaban, parecían verdaderos posesos empeñados en no perder su turno para subirse en una enorme piedra y balancearse pero sobre todo, en pasar a rastras por debajo de otra.

”Qué manera  más extraña de divertirse tienen algunas veces los mayores” pensé yo e imagino que con cara de enterada.

—-  “Ven hija, ven. Ven a pasar por debajo de la piedra”… reclamaba muy sonriente mi abuela.

—-   ¿Quéee?  ¡Ni hablar!

¿Dije ni hablar? ¡Vaya que sí pasé! Sobre todo,  al oírle decir a mi abuela todo lo malo que la Virgen me haría  si no pasaba.  Y  debía de ser verdad pues, al menos,  un aviso divino recibí en la cabeza al pasar por debajo de la dichosa piedrecita ¡nueve veces!

Años más tarde supe a qué era debido este petro-juego:

A pedra dos Cadrís, la vela da barca da Nosa Señora

“El culto a las piedras está muy desarrollado en la zona. Según la leyenda, la Virgen llegó en barca:  la vela es  a Pedra de Abalar (balencear), el barco A Pedra dos Cadrís (cadrís=riñones) y el timón la Pedra do Timón”

Son los restos de piedra de la embarcación que merecen la pena ser visitados.

A Pedra de Abalar es un megalito de 9 metros de largo y un espesor medio de 30 centímetros que tiene la curiosidad de que se balancea  cuando las gentes se suben en ella, emitiendo un ligero sonido ronco. La tradición cuenta que este movimiento se produce cuando las personas que se suben en ella son inocentes de pecados. Otra leyenda es que se mueve sola para avisar de los peligros de los temporales en el duro invierno.

A Pedra dos Cadrís tiene forma de riñón y es el resto de la barca de la Virgen. Según la costumbre, los romeros deben de pasar nueve veces bajo ella para curar sus dolencias reumáticas y de riñones.

Debajo de esta piedra fue encontrada la imagen de la virgen, que fue transladada a la iglesia parroquial, desapareciendo de esta y volviendo a su lugar de origen, construyéndose allí el santuario.

La primera ermita fue construida en el siglo XII. El templo actual de estilo barroco fue construido a principios del XVIII gracias al donativo de los Condes de Maceda, cuyas cenizas se encuentran en unos sepulcros dentro de santuario. Su planta es de cruz latina. En su interior, destaca el retablo barroco obra del escultor Miguel de Romay. En él aparecen representados los doce apóstoles rodeando al camarín donde se encuentra la Virgen de la Barca.

Seguimos nuestro camino a Finisterre y más concretamente a su faro,  momento en el que el madrugón y el trajín, nos vencieron con el sueño.

Al parar el coche y despertar, vi una montaña con un edificio. ¡Menuda decepción! ¡Vaya un viaje más tonto! Con toda seguridad, se podía subir hasta él en coche pero el nuestro no haría alpinismo. Nosotros lo haríamos a pie. No le íbamos a quitar la parte deportiva al viaje ¿no?

—-  ¡A ver esas piernas. Que no se diga! Dice mi tío.

Y allí vamos los menudos intentando demostrar lo fuertes, rápidos pero sobre todo, mayores que ya éramos. Claro que, visto el resultado, yo como que me negaba a hacerme mayor pues llegué arriba con dos hermosas rodilleras color rojo.

¡Ay, alma de cántaro! Pero lo que más me jorobó, fue ver cómo mi abuela y mis tíos llegaron casi al mismo tiempo y además cargados con la merienda.

Aún me quedaban unos cuantos pasos más hasta alcanzar la cima de este Everest particular pero cuando lo hice… bueno, pues eso. Me quedé clavada al suelo de la impresión. Ojos como platos, boca abierta, totalmente inmóvil y por lo visto, sorda. Sí, sorda pues no oía cuando me llamaban para merendar y ¡mira que tenía sed y hambre!

El Fin del Mundo

Mi tía nos contaba mientras tanto que, los peregrinos a Compostela y después de visitar al Apóstol, continuaban su viaje hasta este lugar en donde quemaban sus ropas y arrojaban las cenizas al mar para quedar completamente purificados. Mi tío nos embobaba con las historias de barcos piratas que se habían hundido allí abajo y cuyos restos aún continuaban bajo el agua y que, si nos fijábamos bien, podríamos ver. Creo que nuestros infantiles y crédulos ojos, alcanzaron a ver hasta los garfios en los esqueletos de los piratas.

Poco a poco, caía la tarde en un formidable día de verano. Sentada sobre una piedra con un buen bocadillo de jamón, miraba completamente absorta, el mar furioso rompiendo contra las rocas mientras mi imaginación iba por libre. Empezaba a ponerse el sol y entonces mi abuela, nos pidió que guardásemos silencio porque el sol iba a hundirse en el mar y el agua apagaría su fuego y podríamos escucharlo.

Ante tal historia, permanecimos en el más absoluto silencio… ¡Fue un espectáculo  extraordinario! La puesta de sol más maravillosa que he visto en mi vida y dicen que es una de las más bellas del mundo. He vuelto en varias ocasiones y… llegado ese momento mágico de la puesta de sol… recojo mi pelo en dos coletas -como tantos años atrás-  para que no me impida escuchar el sonido que hace el mar al apagar el sol.

* ANA MARIA E. VALIÑO es analista financiera, vive en Santa Cruz de Tenerife pero nació en O Barco de Valdeorras, Galicia. Le agradezco esta manera tan sencilla y sentida de decir como es esta Tierra Única, a la que admiramos mucho más cuando vivimos fuera de ella.

.