galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

DE BIGOTE P’ARRIBA (Escríbeme Paloma)

Por J.J. García Pena

—- Cada poesía nace con su propia musicalidad, muchacho. Solo tenés que descubrirla- , me asegura Washington, mi amigo músico.

—- Las tallas y las estatuas, provengan del árbol o del mármol, ya las creó la naturaleza, Javier. Yo solo les retiro el material sobrante -me responde, con retranca gallega, mi socarrón amigo José,  ebanista tallador.

Ambos  artistas, a partir de disciplinas diferentes  arriban, por separado, a similar conclusión: la forma y la música están implícitas en toda obra de arte ya antes de nacer.

Y debe ser así nomás, ya que son innumerables las poesías de todas las latitudes que, una vez llevadas al pentagrama, parecerían haber traído consigo la melodía que las popularizó. Se produce entre ellas una simbiosis perfecta, hasta hacer indisoluble  una de la otra.

Quizás el caso más emblemático en lengua castellana sea el de Gardel. Sin conocimientos musicales formales, supo encontrar la musicalidad  atesorada en los poemas de su amigo y socio Alfredo Lepera. ¿Podemos imaginar una melodía mejor para Volvió una noche?

Hablando de poesía y su  musicalidad intrínseca, quizás ningún poeta le deba tanto como Antonio Machado, Miguel Hernández o Mario Benedetti, a  Joan  Manuel Serrat. Fue él quien puso al alcance gustoso de generaciones de hispanohablantes (especialmente iberoamericanos) los versos que, de otra forma, estarían  reservados a una élite.

Otro tanto podría decirse de Paco Ibáñez con su rescate musical de poesías enmohecidas -cuando no directamente desconocidas- para las multitudes.

Uruguay, por cierto, no se quedó corto de  poetas  ni de trovadores que, como los citados, saben hallarle el sonido consecuente al mensaje que el poeta- cualquier poeta- hubiera escrito.

En el caso que tengo sobre la mesa, me refiero al poema Tus cartas son un vino (Escríbeme paloma), del combativo poeta Miguel Hernández.

Héctor Numa Moráes, que también supo protagonizar, recrear y musicalizar sus propios  episodios contestatarios, halló el sonido exacto en el subterráneo  mensaje de Miguel. No sé por qué, tanto su voz como su personalísimo estilo, me acercan a las imaginadas cantigas medievales, resucitados por un Joaquín Díaz o un Paco Ibáñez.

Esta versión musicalizada por Numa, la escucho desde que la grabó a sus (y mis) veinte años en aquel Montevideo convulsionado.          

Una y otra vez, su voz  me devuelve  a  un imaginado  juglar medieval con jubón, calzas, escarpines, pergamino y todo,   recitando a puro pulmón en la vía pública, una imposible  proclama subversiva desde un pergamino  desenrollado entre sus manos.

Miguel, al oír  al guitarrero de Curtina, se levantaría y, aunque  escuálido  y  sin pulmones, lo hubiera envuelto en sus brazos tísicos antes de expirar. 

Yo, español y afortunado, sí  pude darle ese abrazo. Y le agradecí, tardíamente, en nombre del pastor…

– ¡Gracias, Numita ! Encontraste  la música que le asignó Miguel.

Una feliz sonrisa casi le borró los ojos tras la maraña de sus tupidos bigotazos.  Un rotundo «de bigote  pa’rriba», sí señor. Que de esa  forma graficamos la felicidad – con el índice y el pulgar horizontales bajo la nariz-  por estos bellos pagos de pastoreo.