galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

DE LO VISIBLE Y LO INVISIBLE

En nuestro país, la mentira se ha convertido no sólo en categoría moral, sino en un pilar del Estado.

(Alexander Solzhentsyn)

Por Carlos Penelas

Desde antes de nuestro nacimiento estamos rodeados de mitos, leyendas, falsedades, crímenes, guerras y demás yerbas. Al crecer nos inundan con creencias, relatos, instituciones, banderas, líderes, patrias y voces laberínticas. Caro lector: no se entiende la política sin la religión.

Podemos tomar diversos caminos. El más sencillo es el asesinato. Desde un púlpito – laico o religioso – nos suelen hablar de moral, de ética, de humanismo. Y proponen la justicia, la igualdad, el esfuerzo, la solidaridad, el comportamiento cotidiano en base a la paz, la nobleza, la lucha contra el hambre, contra la pobreza. A veces hasta nos hablan de educación, de cultura, de ciencia. Lo cierto es que vivimos rodeados de ignorancia.

Hubo un caballero cuyo nombre cayó en el olvido. El hidalgo se llamó Mastro Titta. Con su mujer pintaba sombrillas que vendía a los turistas que recorrían Roma. Tenía, por supuesto, otro trabajo, era funcionario del Vaticano. Trabajó bajo las órdenes del Papa Pío VI desde los diecisiete años. Pudo jubilarse a los ochenta y cinco bajo el Papado Pío IX. Una pensión considerable de treinta escudos anuales. No era poco en 1865.

Giovanni Battista Bugatti es el verdadero nombre de Mastro Titta. Desde 1796 hasta 1865 fue el verdugo del Vaticano. O si usted quiere, el verdugo del Papa. O el verdugo de los Estados Pontificios. Dejó, para algunos, cerca de ochocientos decapitados; para otros, quinientos dieciséis. Lo hizo de a uno y a la vista de la buena gente. Leamos un fragmento de Javier Sanz:

“Era un hombre corriente, tranquilo. El día que tocaba muerte se levantaba con la fresca, se ponía su capa roja y cruzaba el puente de Sant’Angelo, sobre el Tíber, para ir al trabajo. El cadalso estaba situado habitualmente en la Piazza del Popolo o el Campo dei Fiori. No, nunca hay nombre apropiado para el lugar de una ejecución. Tras finalizar, se volvía a su barrio, del que no salía nunca porque lo tenía prohibido. En parte por su propia seguridad. La frase “Mastro Titta passa ponte”, quedó en Roma para referirse a una ejecución anunciada.

Era un tipo versátil. Durante su carrera profesional utilizó varios métodos: la maza, con la que aplastaba la cabeza del reo, el hacha o la horca. Cuando las tropas napoleónicas entraron en Roma, en 1798, trajeron con ellas la última tecnología en ejecuciones, La Guillotina, a la que Bugatti, como buen profesional, no se pudo resistir. De hecho, fue durante el periodo de dominación francés del Vaticano cuando el trabajo del Mastro Titta se multiplicó. A los delincuentes comunes se añadieron los políticos. Y bien es sabido que cuando empiezan a brotar, los presos políticos se multiplican por algún motivo que no logro entender.

A pesar de todo lo anterior, la mayoría de los testimonios nos dicen que el Mastro Titta no era un psicópata, no disfrutaba matando, sino todo lo contrario. Procuraba ser lo más profesional posible, ejecutar rápido y evitar el sufrimiento del condenado. Les trataba de forma amable (no sé qué da más miedo) y era delicado con ellos en tan difíciles momentos. Varios grabados nos lo muestran ofreciendo tabaco al reo o unas palabras de aliento. De hecho, a él le gustaba usar la palabra pacientes para hablar de los ajusticiados y tratamiento para referirse a las ejecuciones.

La masa aplacaba sus peores instintos a la vez que el príncipe exhibía su poder. En este caso el poder, temporal, del Papa. Había cosas para las que la excomunión y la condena a los infiernos eternos parece que no era suficiente.

Cuatro años después de su jubilación, en noviembre de 1868, se produjo la última ejecución en Roma, a manos de Antonio Balducci, que fue aprendiz del Mastro Titta durante años. Ignoro si don Giovanni acudió y pudo sentirse orgulloso del trabajo de su pupilo”.

Sabemos, estimado amigo, que la pena de muerte fue mantenida por los Estados Pontificios hasta 1969. La última ejecución data de 1870. Ahora, el Santo Padre, la acaba de derogar. Estamos en 2018. Un avance progresista, que tiene su trasfondo. Averígüelo usted, no tengo por qué decir todo.

No recordaremos al Santo Padre que tenía un elefante como mascota ni a Juan VIII ni a Juan XII o la silla gestatoria. Tampoco los Evangelios apócrifos o las indulgencias. No hablaremos de la Inquisición en América, ni de los Antipapas. Otro tema que no trataremos es el de la pedofilia en Irlanda, Estados Unidos, Alemania y Chile, de La legión de Cristo, de la responsabilidad de Juan Pablo II y de Benedicto XVI al haber encubierto el abuso sexual infantil. Hablamos de sexo anal y penetración oral a niños de tres a doce años. Seminarios y orfanatos, caballeros. Entre nosotros el famoso padre Grassi y su Fundación Felices los Niños. No está preso hasta la fecha. Y mucho menos recordaremos lo que ocurre con las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África violadas con total impunidad por sacerdotes y misioneros. Desde los años noventa hasta hoy se viene denunciando ante la Santa Sede. (Se acusaron, en estos días, a trescientos sacerdotes por pedofilia en Estados Unidos). Hay bibliotecas enteras, documentación en todo el universo. Y más allá.

Pero vamos a los asesinatos concretos y acreditados. Con guadaña, hacha y cuchillo. Los prelados se solazaban en el lodo, en lo más abyecto. He aquí una verdad irrefutable. Los primeros aparecieron con Agustín de Tagarte (345-430). Seguimos, respire hondo. Teodosio (382), Cirilo I, verdugo de Hipatia (415), Concilio de Clermont (1095), Papa Urbano II con su frase enigmática: “Dios lo quiere”. En 1184 -lo anterior fue el preámbulo- se crea la Inquisitio Haeretiace Pravitatis Sanctum Officium. Vulgarmente conocida como Inquisición. En 1542 el Papa Paulo III da a conocer el célebre Licet ab initio. Hay más. Llegamos al Banco Ambrosiano, al Banco del Espiritu Santo, a la Banca Cattolica del Veneto, a Michele Sindona o al cardenal Paul Marcinkus. Sin mencionar la muerte de Albino Luciani -Juan Pablo I- el 4 de octubre de 1978. La Santa Sede todavía no ha investigado su defunción.

El estalinismo, el franquismo, el fascismo, el castrismo, el chavismo, el nazismo, dictaduras nacionalistas, populismos, frentes de liberación, tercermundistas y de las otras, nacen de este mundo maravilloso. En cada religión encontrará estas semillas. Inmaculado todo: el fin justifica los medios. Campos de concentración, cámaras de gas, torturas, secuestros, profanaciones, impunidad. Siempre en nombre de la revolución, siempre en nombre de la libertad. Luego se mezclan, se oponen, se olvidan, se elevan, se bendicen, se maldicen, se transmutan, se recrean, se frivoliza. Pero ya no tengo ganas de seguir escribiendo. Usted comprenderá, usted comprenderá. Déjeme paso.