galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

DEL AZOR AL PAZO DE MEIRÁS

EL NIÑO

Por J. Javier García Pena

 

Era un ave joven, aquella gaviota.  Tal vez de un año, quizás de dos.

Nunca antes había visto una nave como aquella, tan grande, tan blanca, con tantos ojos de buey. ¿Qué sería aquella especie de apéndice en la popa que brillaba extrañamente?

Le recordaba, vagamente, las cañas de pescar de los niños de la villa marinera; pero era infinitamente más larga.

De la multitud, abigarrada y  congregada, salían algunos  asordinados  clamores que nada  le decían:

—– El Azor… el Azor.

Oyó palabras  nuevas,  sin sentido para ella:

–—- Franco, caudillo, moros… 

Y, ya casi en un susurro:

—- –Atentado… escolta… Pazo de Meirás.

Miró el rostro de los concurrentes: sonrientes, tensos,  alegres, asombrados, rencorosos, esperanzados, expectantes, maldicientes, inocentes, muchos inocentes.   Ni uno solo indiferente.

A lo largo de toda  la costa de Sada se prolongaba el estrecho corredor humano, controlado por la Guardia Civil, dispuesta  a trechos regulares. El teniente Moldes  impartía  órdenes tajantes  a sus hombres.

Desde la escollera partió la caravana encabezada por la temida escolta de moros  en sus poderosas motos protegiendo, envolventes y a prudente  distancia, al  vehículo oscuro y cortinado, portador de un enigmático personaje.

La cortinilla del lado derecho trasero por momentos se descorría casi  imperceptiblemente, para dejar entrever un rostro adusto y blanco.

La multitud  coreaba:

—-– ¡Fran-có, Fran –có, Fran-có!

La comitiva,  como una enorme boa, circulaba contorneando la geografía sadense y ya se acercaba al “Cargadoiro” entre el agitar de banderas rojigualdas y el grito cada vez más frenético  y  ronco de…

—-– ¡Fran-có, Fran-có-Fran-có!

La gaviota, atraída por la novedad, no quiso perderse detalle y, en cortante vuelo cruzó Fontán, pasó por la fábrica de Xefa, rozó los manzanos de As Figueiras, miró de reojo al cementerio, planeó sobre la Escuela “Laica” y fue a posarse sobre la iglesia de Sadadarriba.

Desde allí contempló el desplazamiento de la severa  procesión. El frenesí de la muchedumbre iba en aumento. Las  rojas  borlas de los fez en las cabezas de los moros motorizados giraban al capricho del aire en movimiento y el coro de:

—– ¡Fran-có, Fran-có, Fran-có!, repitió su eco en las pétreas paredes del Frente de Juventudes.

En la negra  y brillante carrocería del coche del Caudillo se reflejaba, como en un espejo acharolado, el entorno cambiante de rostros torvos o delirantes.

Entre el ensordecedor bramido del gentío ni un solo cohete o petardo se escuchaba: estaban prohibidísimos para la ocasión. Se confundirían fácilmente con  disparos  de armas de fuego… Por otro lado serían innecesarios, tal era el batifondo y bullicio producido por  cientos de pechos vociferando:

——  ¡Fran-có, Fran-có, Fran-có, Fran-có!

Entonces, al pasar por La Tenencia se produjo, repentinamente, el más pavoroso silencio que se recuerde en la comarca.

El feroz grito de…

—— ¡Fran-có, Fran-có, Fran-có, Fran-có-Fran-có!… 

…Exhalado por mil gargantas enronquecidas, se estranguló  súbitamente:

¡- Fran…

Se detuvo el pulso.

Los pelos se erizaron.

Al igual que el mar en Malasia se retira de la orilla sigilosamente, dejando tras de sí un abominable silencio para luego descargar sobre las costas toda su furia concentrada, así fue la reacción del pueblo congregado.

Las mismas mil bocas aullaron:

—– ¡Que lo matan!, ¡Qué horror! Padre nuestro que estas en los  cielos…

Era el responso anticipado por el alma de un inocente que tuvo la infeliz ocurrencia de cruzar frente a  los aguerridos moros.

La gaviota huyó hacia Souto  mirando con su ojo izquierdo enloquecido cómo la solemne comitiva, que jamás detenía su marcha por temor a un atentado, se acercaba inexorablemente a destrozar al incauto párvulo rubio.

Por huir tan  precipitadamente la gaviota no alcanzó a ver que el poderoso cortejo  clavó frenos.

La cortinilla derecha trasera del custodiado automóvil se descorrió completamente, dejando ver a su aclamado ocupante.

No puedo  jurar que haya sonreído. Tal vez me lo impidieron ver con nitidez los focos intermitentes de las motos, más altos que mis cuatro  años. Tal vez el sacudón materno.  No lo sé.

Aquel Azor también se pudre...

Aquel Azor también se pudre…