galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

DEL GUISO DE ÓRDAGO A LA IGNORANCIA SUPINA

Si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá.

Quintus Horatius Flaccus, poeta latino (65 a.C.- 8 a.C.)

Por Carlos Penelas

No cualquiera puede ser argentino. Argentino se nace, se crece, se extravía. Hay estudios realizados en el Institut Fraunhofer-Gesellschaft en los cuales se advierte el ADN argentino. No existe en el mundo una genética de esta especie. Los que no tienen el polímero de nucleótidos, es decir, un polinucleótido nacional y popular nunca llegarán a ser argentinos, a sentir como argentino. Cada nucleótido, a su tiempo, está formado por un glúcido, una base con grupos de fosfatos, choripán, peróxido de hidrógeno y vincha. Lo que distingue a un polinucleótido de otro es, entonces, la base nitrogenada, y por ello la secuencia del ADN se especifica nombrando sólo la secuencia de sus bases. La disposición secuencial de estas bases (zambombas, estampitas, plano cartesiano afro- C2H60-latino y diagrama de Lewis) a lo largo de la cadena es la que codifica la información del verdadero y auténtico peronista, perdón, argentino.

No cualquiera hace lo que hacemos. En fútbol, en economía, en relaciones diplomáticas, en oficinas públicas, en calles, en escuelas, en teatros, en plazas. No cualquiera sube al poder sindical durante veinte, treinta o cuarenta años. No cualquiera es macho y homosexual al mismo tiempo. Y viceversa. O lleva la picaresca porteña a regiones inimaginables. Cábalas, improvisación, fetichismo, mitos, queja, certezas. Nadie que no sea argentino hasta la muerte puede decir: “Las amenazas que han ocurrido nos han llevado a tomar la decisión de no viajar. Me gustaría que todos tomen esta decisión como un aporte a la paz mundial«.

Ser argentino es un sentimiento. Tiramos papelitos, lloramos en los cumpleaños de quince, amamos la incertidumbre, viajamos “de colados” en los trenes. Creemos en el dulce de leche, en el gauchito Gil, en los líderes con patillas, en los bizcos, en los sargentos. Jorge Luis Borges escribió en 1973, que «el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello se puede atribuir a la circunstancia de que en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano…»

Nosotros creemos al pie de la letra en la interpretación de los sueños, en el horóscopo chino, en las mesas familiares sabemos de todo. Somos el pueblo elegido. A París, Londres o Madrid los comparamos con Buenos Aires, con el barrio, con el obelisco, con el tango, con las minas. Tenemos metáforas para referirnos al tema que tratamos, a los impuestos, a la devaluación, al FMI, a la salud sexual, a la vida de los otros. Lo solucionamos en un santiamén. Vivimos entre la imagen y la realidad. Tenemos la avenida más larga del mundo, el río más ancho, la cantidad de psicólogos y psiquiatras mayor del globo. Somos españoles, italianos, mapuches, alemanes, tobas, gringos, judíos, guaraníes, franceses, ingleses, rusos y porteños. Todo junto. A veces enfrentados, siempre superiores. Campeones y hasta campeones morales. Esto es así porque el concepto de molécula populista fue introducido por el filósofo y científico francés Pierre Gassendi hacia 1650. Una molécula es la mínima unidad de una sustancia que conserva sus propiedades químicas, es eléctricamente neutra hasta que no la toque el chimichurri o la hormona lutropina llamada vulgarmente ameba insciens.

Casi sobre el final, amigo lector, casi sobre el final. Usted sabe mi admiración por Domingo Faustino Sarmiento y por Juan Bautista Alberdi. Éste último escribió: “…haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume…”

Algunos otros escritores dejaron su impronta. No se enoje, tengo pocos lectores. Jorge Luis Borges: «El argentino suele carecer de conducta moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla”.

Joaquín V. González: «Nuestro principal defecto consiste en la falta absoluta de autocrítica, mejor dicho: la creencia persistente de que somos los mejores seres del mundo. Llamamos patriotismo a esta ciega alabanza de nosotros mismos, y arrugamos el airado entrecejo contra el ciudadano que se aventura a enrostrarnos nuestros feos detalles”.

Una más, de nuestro recordado Marco Denevi: «El argentino tiene una mentalidad de huésped de hotel, el hotel es el país y el argentino es un pasajero que no se mete con los otros. Si los administradores administran mal, si roban y hacen asientos falsos en los libros de contabilidad es asunto del dueño del hotel, no de los pasajeros a quienes en otro sitio los espera su futura casa propia, ahora en construcción…”

(Algo que les interesa a muy pocos. Sabemos de la pobreza intelectual de periodistas, intelectuales, escritores del medio. Recordemos –nos viene bien en estos días – algo de Islandia. Niels Finsen Ryberg, premio Nobel de Medicina; Björk, una de las cantantes célebres de nuestros días; Leif Ericson, llega a América 500 años antes que Colón; Laxness, poeta, escritor, ensayista; Anita Briem, actriz; Eidur Gudjohnsen, deportista internacional; Bobby Fischer, nació en EEUU pero adoptó la nacionalidad islandesa y murió en Reikiavik. Islandia, apenas 300.000 habitantes. Rodeada de volcanes, campos de lava, glaciares y géiseres).

Somos capaces de afirmar:

—-  La Argentina es un país condenado al éxito.

Y también:

—- El que depositó dólares recibirá dólares.

Me quedo, como siempre, con Tato Bores:

—- Vermouth con papas fritas y good show.