galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

DEMÓCRATAS POR NECESIDAD

Por José Carlos Romero Pérez

Como siempre coloco la maleta grande detrás del conductor, después la otra maleta en el maletero junto con la bolsa de los zapatos y  la nevera portátil, y también el viejo mueble que nunca sabemos que hacer con él, etc., etc. Con esta solemnidad rutinaria emprendemos siempre los viajes que hacemos de Madrid a Galicia: quinientos ochenta y cinco hasta la puerta de casa. Merece la pena.

Hacemos un alto a medio camino para echar combustible, estirar las piernas y tomarnos algo para después seguir la ruta; nos quedan otras dos horas y media hasta casa.

El viajar es algo mágico que nos permite conocer y comparar culturas, como si pudiésemos pasar del presente al  futuro a nuestro antojo, también, muchas veces, a nuestro pesar, al pasado más oscuro.

Siempre volvemos a Galicia con la esperanza  de que nuestras gentes queridas y paisajes añorados gocen de una salud y lozanía razonables,  de que las cosas se vayan moviendo en la dirección acertada y  de que el futuro espere generoso con los brazos abiertos.

Después de cinco horas y media por autovía enfilamos una carretera local; en estos momentos en el coche nadie habla, vienen a nuestra mente recuerdos maravillosos mezclados con cierta frustración. Aquí no teníamos futuro. Han pasado ya muchos años y  las cosas van más lentas que en el resto del Estado.

En el medio rural la mayoría de los lugares están habitados por una o dos personas, con suerte unas pocas más, y no hablemos del envejecimiento de la población.

En mi ayuntamiento la única política territorial que se ha hecho  en las aldeas  es que, lo que antes eran fincas rústicas, ahora a algunas las han recalificado como urbanizables para cobrar el IBI. A cambio, la basura hay que llevarla a un contenedor que está a más de medio kilómetro, no hay alcantarillado, el agua para uso doméstico la tienen que gestionar los vecinos y los caminos asfaltados que dan servicio a los distintos lugares, que algunos dieron en llamar pistas, suelen estar llenos de baches que nunca se arreglan, etc., etc.

Antes se sabía que pronto había elecciones municipales porque era cuando se renovaban los carteles indicativos en la vía pública de los pequeños núcleos de población, todo esto para que pareciese que el consistorio había hecho algo. Ahora lo hacen con más frecuencia, pues ya se han dado cuenta de que los aldeanos no son tontos.

Después de mucho insistir, a lo mejor te arreglan una fuente de agua potable o  levantan un muro que se llevó la tormenta.

Todo el mundo tiene asumido que si quieres que el consistorio haga algo tienes que ir a pedírselo al alcalde, y,  como si de un favor se tratase, te recibe y nunca te dice que no,…pero ponte a esperar. Pocos entienden que son los concejales del ramo los que tienen que detectar las necesidades de la comunidad, y que es su obligación. La paradoja está en que todos deben estar contentos, pues siguen mandado los mismos. Os acordáis de aquel ourensano que le decía a Don Manuel Fraga que él iba por las aldeas y acarrexaba muitos votos, aquí está el  quid de la cuestión. Un favor a cambio de un voto tiene un nombre, a mí se me ocurre que encaja perfectamente en una de las acepciones de caciquismo.

Sabemos que lo de llevar al paisano en taxi a votar y entregarle el voto por el camino ya casi ha desaparecido, pero aun existe esa tentación por parte de los que son demócratas por necesidad. Tampoco está nada bien que el alcalde en funciones y el cura estén presentes en el asilo cuando los ancianos residentes votan. Si queremos que nuestros pueblos evolucionen, tenemos que ser libres para decidir por nosotros mismos y que nadie nos imponga sus ideas, y mucho menos a cambio de favores, pues sabemos que cuando todos piensan igual, es que o nadie piensa o uno piensa por todos. Hay que estar vigilantes.