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DIATRIBA SOBRE LA REALIDAD

Por Alberto Barciela

El Diccionario de la Real Academia Española resulta un instrumento delicioso, propicio al hallazgo de novedades innúmeras, un sistema abierto a su corrección, evolutivo y que es capaz de concretar como axioma –proposición tan clara y evidente que se admite sin demostración-, lo que la Filosofía se ha visto imposibilitada a precisar en milenios.

En la obra lexicográfica de referencia,  realidad, se fija en segunda acepción, como “2. f. Verdad, lo que ocurre verdaderamente”. Y, tras decirnos que también es “3. f. Lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio”, se imbuye en la definición de realidad virtual : -“1. f. Inform. Representación de escenas o imágenes de objetos producida por un sistema informático, que da la sensación de su existencia real”-.

Los Académicos han hecho un esfuerzo considerable para, en el filo de lo contradictorio, reflejar lo que, por uso, sin invenciones banales ni baladíes, merece aparecer sin llegar a ser. Casi un galimatías. Más lo parece si valoramos que, según la misma fuente, virtual, del latín medieval virtualis, y este derivado del latín virtus ‘poder, facultad’, ‘fuerza’, ‘virtud’., significa “1. adj. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real / 2. adj. Implícito, tácito / 3. adj. Fís. Que tiene existencia aparente y no real”. ¿En qué quedamos? Nos movemos en el filo de la navaja semántica y, en el fondo, reconocemos que la imaginación forma parte de lo real, como los sueños.

El Diccionario de la Lengua Española es el resultado de la colaboración veintidós corporaciones integradas en la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Esa es la realidad -“1. f. Existencia real y efectiva de algo”- del trabajo de nuestros sabios, nada diletantes. La obra se corresponde con el esfuerzo de eruditos, ilustrados, doctos, cultos, inteligentes, versados, listos, lumbreras, juiciosos, letrados, prudentes, sapientes, expertos, peritos, enterados, sensatos. Prodigios humanos al servicio del común.

Hechas la alabanzas, aprudentándome en la circunspección, buscando la excusa aún no pedida,  he de tornar a lo que iba, a los sustantivo. La escala global, las comunicaciones instantáneas, están ofreciendo un campo de juego perfecto para quienes desean falsificar la realidad o, lo que es peor, una verdad construida, mentirosa, sustitutiva de aquello que ocurre, de lo que es auténtico y todo a cambio de una moneda. El sacrificado es el ser humano y lo que lo justifica.

La masa y, dentro de la misma, una mayoría culta y silenciosa, la más reprobable, asiste complaciente y acepta sin más una paulatina destrucción de la cultura propia, la que nace en su hogar, atraviesa su tribu o pueblo, construye su país, y está llamada a instalarse y sustituir a un comportamiento cimentado en miles de años de costumbres forjadas en valores éticos y morales, comúnmente aceptados en un determinado entorno, inculcados a través de la familia, la educación, la vida social y la profesional.

El “ser global” no es descriptible en lo singular. Habría que compararle con un extraterrestre y, al menos hasta ahora, eso no ha sido posible. No somos reflejo más que en los otros. El vidrio nos corrompe e ilusiona con un laberinto en el que nos hemos perdido de antemano. Vivimos en un globo, literal o metafóricamente hablando, en un receptáculo flexible, dirigido, no dirigible, menos digerible. Y en él, uno permanece perplejo, como esperando una implosión de una burbuja y consumiendo lo que se nos impone desde quién sabe dónde.

El espejo nos devuelve apantallada una realidad construida, una ya irrealidad, lo que ya no es, lo que nadie puede percibir como nosotros y en nuestro ahora. Corremos detrás de un futuro que ya fue en otros lugares, en una acelerada prisa sin aparente destino asumible. Vislumbramos el incendio, el caos medio ambiental, la nueva barbarie migratoria, las guerras con drones, la amenaza de los robots. Casi impasibles padecemos el deterioro del bienestar social. Vivimos más, sí, pero atestiguamos un mundo que, siendo mucho mejor que en el pasado, ofreciéndonos más oportunidades, nos atenaza con nuevos conflictos cuya solución parece alejarse de nuestro alcance. La escala no es humana y menos lo es la aceleración.

Las nuevas generaciones, mejor formadas, creen entender mejor el presente. Sabedores de las posibilidades y los riesgos comunes, aceleran las experiencias, especialmente en esos mundos creados, virtuales, propuestos por las grandes industrias de la ficción, sean del cine o del juego. Los referentes éticos y morales de los mayores se han diluido sin transición, produciendo una crisis generacional sin precedentes en una sociedad sin reflexión en la que la experiencia no es valorada.

Las multinacionales no son míticas, pero nos ofrecen e imponen sus narraciones fantásticas. Son admirables en sus logros económicos y estimables en sus alcances, cualidades más o menos tangibles, pero no encarnan un ejemplo esencial de lo que la condición humana ha de buscar para su felicidad común. Sus tácticas de penetración mercantil destruyen filosofías, saberes, tradiciones, familias y relaciones, sin hallar sustitutos asumibles por las capacidades mentales, la economía y el tiempo limitado de los humanos. Nuestra relación con lo que nos ha permitido llegar hasta aquí ha cambiado

La realidad actual parece indefinible. Porvenir bruto. Lo que es ya no es, o ya no sirve. No debemos resignarnos a lo deshumanizante, brutal, superador. Hay que cambiar. Eso solo podemos hacerlo los humanos, Académicos o no. Tenemos que definir el problema, establecer una estrategia y trabajar juntos.

Un teórico poema compuesto por un robot puede gozar de ritmo, de musicalidad, de inusitada belleza incluso, pero carecerá de espíritu. Las musas no participarán, ni tampoco la espontaneidad. Ninguno de ellos podrá decir, como lo hizo Luis Cernuda, que la realidad es una respuesta cuyas preguntas hemos de plantear continuamente para sentir que seguimos vivos.

Mi diatriba, este escrito acre, casi violento, que hoy trato de promulgar, es quizás un mero lamento, pleno de desasosiego e incluso lágrimas ante el peligro de lo que estimo será una civilización sin emociones. La humanidad se terminará el día en el que un robot sea Académico y elimine la palabra humano del Diccionario, o la califique como en desuso.