galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL ABUELO DE GALICIA

Mi estimado amigo Aníbal Otero, en nuestras andanzas xacobeas, siempre me hablaba de Foz como si la villa veraniega de A Mariña lucense fuese un sanatorio. Decía…

—- Eu voume a Foz, paso uns días tranquilo e veño novo.

La verdad es que algo debe de traer esa brisa marina cantábrica para que sus moradores lleguen tan lejos en su singladura por la vida, que vas por ese paseo que hicieron por la orilla del mar y ves como los mayores que por allí caminan son de alma tranquila y cuerpo joven, pese a la edad.

Mi gente única de hoy es un buen ejemplo. Este jueves pasado cumplió 107 años de vida estupenda en el barrio de Marzán. Vive con su familia y no necesita ayuda para nada, incluso de vez en cuando se toma una cerveza, aunque prefiere vino.

Ayer, el menú de su fiesta fue a base de callos, su plato favorito, y como no la gran tarta con un 107 de velas ardientes colocado en el centro que apagó con maestría, tal es la costumbre, todos los años, cada 30 de noviembre.

Francisco Lestegás Eiras es el abuelo de Galicia. Me parece a mí que ningún otro le supera en edad pero sobre todo, nadie que pase de los cien tomará callos con tanto placer como él. Es curioso que el hombre se crea un tipo normal cuando el periodista le pregunta cómo se llega a ser tan longevo.

—- ¡Eu non fixen nada especial por chegar e aquí me tés!

Francisco me recuerda a mi amigo Manuel porque también es un antipastillas y dio mucha suela toda su vida, por eso no sabe nada del colesterol. Tampoco fumó nunca y eso que pasó en la mar algunos temporales y más de un susto, que hasta los sesenta y desde los trece fue de los mejores marineros de la flota focense. Le apodan como su primer barco, el “Relámpago”, al que sustituyó al final el “Brisas”.

Sus amigos le llaman Pancho y aún pertenece por derecho propio a la estirpe marinera de Foz que por algo fue de los que sacaron adelante la Cofradía. A sus 107 aún se le nota la piel de salitre, esa que se distingue en los hombres que llegan a viejos tras haber vivido siempre enraizados en las olas y son los esenciales protagonistas del paisaje que contemplamos junto al mar.

Hasta los cien se encargó del bar de la comisión de fiestas pero ahora se cansó de hacer vida social. El bar no le llama ni siquiera para echar la partida, como hace poco; pero en casa se mueve: barre alguna estancia, incluso la acera, echa leña al fuego de la cocina, habla mucho y ve un poco la tele. Eso sí, se acuesta más temprano que nadie, sana costumbre que siguió a rajatabla toda su vida.

—- Non, ós enterros non me gusta ir… Levo ido a poucos.

A los cien años se tuvo que operar de cataratas pero en el Hospital da Costa no tenía historial clínico. Y su familia, pásmate, ha tenido que enviar a la Seguridad Social por dos veces certificados de vida.

Pancho es todo un ejemplo de salud por eso no es de extrañar que se haya convertido, todos los veranos desde hace varios, en una atracción turística. Todos quieren hacerse un selfie con él.  Es un tipo feliz que sigue gozando de la familia, su hija, su yerno, tres nietos y otros tantos bisnietos.  ¡No me digas que no es gente única!