EL ANIMAL MAS PODEROSO DEL PLANETA
«…un episodio muy grave en nuestra interminable historia, pero solo un episodio, no el epílogo.»
Por J.J. García Pena
La
Naturaleza, una vez más, pone a prueba a nuestra especie, su mejor
alumna. No nos trata con cariño; nunca lo hizo. Pero tampoco es amable con
ninguna de sus otras criaturas. Tampoco nosotros somos especialmente
amables con ella, todo hay que decirlo.
Fría e imparcial, nos dotó de libre
albedrío e instinto de supervivencia en un caldo de cultivo apto para
multiplicarnos y nos dejó librados a nuestra suerte. Ha pasado mucho
tiempo desde el primer día experimental. Las primeras manifestaciones de vida,
de tan pequeñas, eran invisibles. Pero ya eran tan agresivas y pertinaces
como nosotros, el punto más alto de un experimento evolutivo
sin límite de tiempo. Pero, a pesar de nuestra altura zoológica,
solo un punto. Tan vulnerable como cualquier otro.
En el laboratorio de Natura se han ido sucediendo los modelos que no soportaron
las duras pruebas de vivir. Miles de tipos y prototipos fueron a dar a la
basura, desde microalgas a dinosaurios descomunales y mastodontes lanudos. Los
humanos, los recién llegados más exitosos, debimos -aún debemos- compartir
el tiempo y disputar el mismo espacio con todo organismo viviente. No ha
sido -ni es- fácil sobrevivir en un medio cuya principal característica es la
agresividad.
La vida es agresiva, invasora e inmisericorde. Lo queramos ver, lo aceptemos o no, somos eternos agresores y agredidos. La vida vive matando, solo hay que saberlo ver.
Tenemos sensores (oído, vista, tacto, olfato), que nos permiten detectar a tiempo el peligro para defendernos, atacar o huir de nuestros adversarios. También los tienen nuestros enemigos, competidores por el mismo espacio de este planeta finito. Pero…
—– ¿Cómo defendernos de un enemigo invisible e implacable, que siempre nos ha atacado y diezmado sin piedad, cumpliendo una ineludible ley universal que también nos involucra?
Al principio, ignorantes e inermes ante los males que más tarde bautizaríamos e identificaríamos con los nombres de Virus y Bacterias, comprobamos que nuestras armas de piedra, gritos, metal y fuego, que tan eficientes resultaban contra los jabalíes y osos, eran ineficaces contra aquel poder maléfico y desconocido.
Entonces ensayamos una posible defensa y cura mediante salmos, clamores esotéricos y velas. Inventamos las plegarias grupales. Toda la tribu, asustada, participaba del ritual.
Fue peor el remedio que la invisible enfermedad o al menos la multiplicó, irreductible. Ante el fracaso, intuimos que debía haber alguna otra forma de vencer al mal; y en esa búsqueda, paciente e inteligente, se nos pasaron los siglos, los milenios,
Hasta que, recién en esta última etapa de nuestro durísimo y desigual batallar con la muerte y gracias al pragmático cúmulo de conocimientos que dimos en llamar Ciencia y Tecnología, conocemos el cuerpo de los más diminutos enemigos físicos que, imperceptibles a nuestra limitada visión natural, nos rodean por todos lados. Inventamos el microscopio, otro recurso que no venía en el equipo de supervivencia original. El microscopio, che, no crece en los árboles, ni de da bajo tierra ,como las trufas. Es otra de las muchas herramientas que nos debemos a nosotros mismos… y solo a nosotros mismos.
Ahora podemos defendernos mejor de nuestros enemigos ocultos, hasta de los más recónditos, como los virus, elementales y minúsculos competidores. (Recordá que «no hay enemigo pequeño, solo hay enemigos , a secas»).
Minúsculos, pero para nuestros frágiles organismos, peores que los tangibles chacales hambrientos de las sabanas africanas. Hoy, frente a los virus y las bacterias, comenzamos a estar munidos de nuestros inventos recientes, el microscopio, las vacunas y los bactericidas. Solo nos urge el tiempo para lograr el siguiente triunfo.
Es como si de repente nos proveyesen de gafas infrarrojas en medio de la noche africana, aterrados por los ladridos de jaurías de hienas hambrientas. Descubiertas las bestias carniceras, nos sobraría coraje, inventiva y puntería para partirles el cráneo a cada uno de los miembros de la manada.
¿Qué cambió entre ver y no ver a nuestro enemigo? El poder que nos faltaba de ver en las tinieblas. De nuevo la luz , natural o artificial, -tanto nos da- pero luz, nos sacará adelante..
Del mismo modo que reinventamos el fuego en las cavernas, reinventamos la visión nocturna, que nos limitaba. Así también, inventamos el microscopio salvador y seguiremos inventado lo que nos haga falta.
Todo lo que no trajimos en el bagaje natal, somos capaces de inventarlo. Tenemos imaginación, decisión y manos.
Y así seguiremos hasta salir de la cuna hacia el universo. Ya crecimos y los pies se nos salen por los barrotes de la camita, orinada y contaminada por nuestras propias heces. Por ahora, aún sucia y maloliente, es la única. Así que, mientras tanto, levantémonos para adecentarla nosotros mismos, que el servicio de cámara se tomó licencia médica.
Querido Prójimo: esta lucha contra el neovirus, será un episodio muy grave en nuestra interminable historia, pero solo un episodio, no el epílogo. Somos el único animal que escribe, deformada o no, su propia historia y puede incidir , para bien o para mal, en su rumbo.
Nadie ni nada nos limitará en nuestra azarosa evolución, salvo una planetaria, repentina y explosiva fragmentación. En cualquier otra circunstancia, hipotéticamente catastrófica, volveríamos a ponernos de pié y, reanudando el camino, comenzaríamos de nuevo. Solo nos haría falta el fuego. Y sabemos cómo hacerlo.
Tenemos la mejor herramienta y escudo del universo: nuestra inteligencia de animal superior. Creeré lo contrario cuando vea abejas que nos esclavizan para fabricarles miel y delfines que nos hagan saltar por el aro para divertirse a nuestra costa.
Así que, ¡Ánimo, paciencia y esperanza! Aunque todavía falta salir del túnel y transitar estrechos pedregales, nos espera una vida que podemos y hemos de perfeccionar entre todos.
Es nuestra mejor oportunidad.