galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL BUEN CHEF MIGUEL GONZÁLEZ AGUIAR

Desde unos años para acá la televisión popularizó a una serie de cocineros españoles a los que catapultó a una merecida fama. Conocí a alguno de ellos, como Juan Mari Arzak, cuando mi trabajo me llevó a Donostia y tuve el placer de vivir en una de las ciudades más bellas de cuantas he conocido, que no fueron pocas.

Sin embargo ninguno de ellos me ilustró en el arte culinario tan bien y tantas veces como Miguel González Aguiar al que conocí ya como chef del Restaurante Sexto, en la ruta gastronómica de San Marcos, muy cerca del lugar en donde se ubican los estudios de TVG y de TVE Galicia.

Ese restaurante, durante una larga época de mi vida, se convirtió en mi segunda casa a la hora de comer y a través de Miguel y su afabilidad infinita fui descubriendo otros mundos gastronómicos con productos que jamás había soñado llevarme a la boca. Puedo afirmar y afirmo que el buen chef me enseñó un mundo tan variopinto de sabores que nunca he olvidado sus platos, especialmente aquellos que elaboraba con los productos más modestos que te puedas imaginar.

A mí me permitía llegar hasta sus fogones para comprobar el mimo con el que cocinaba los secretos de su éxito. Fue el primero que me hizo probar una ensalada de algas, el único al que acepté comer su jabalí preparado con ciruelas, el que me enseñó a comer la lamprea cocinada en su sangre…

En realidad Miguel fue el inventor de los divinos sabores y todos los días guardaba alguna sorpresa en alguna de sus tarteras.

Alguna de aquellas exquisiteces sirvió para que el mundo conociese otra cocina gallega más allá del caldo, el pulpo o el marisco; incluso del jarrete o el chuletón de vaca; o de los pescados que en su día dieron gloria y fama a este país. Miguel fue mi chef estrella “Desde Galicia para el Mundo” y jamás olvidaré su inventiva y su capacidad para transmitir el salto que en su día dio la nueva cocina gallega. 

El domingo pasado, Miguel González Aguiar estaba trabajando… porque decía “non servimos para outra cousa”. Estaba en su “Restaurante San Martiño”, en Calo, al pie de la carretera vieja de Padrón. Un lugar idílico, tranquilo, ideal para desarrollar sus proyectos y probar nuevas fantasías gastronómicas, que su cerebro seguía siendo una máquina de inventar.

Había dado de comer a unas doscientas personas y se disponía a descansar, que falta le hacía con tanto tute. Fue cuando se le paró el corazón y comenzó eso que llamamos por aquí el último viaje. Compostela le dio entonces su adiós definitivo, pero su funeral fue una multitudinaria muestra de afectos que seguramente le acompañaron a donde quiera que fuere.  

Miguel nos deja varios libros de recetas únicas para que nunca lo olvidemos y seguro que por Latinoamérica todos recordáis sus numerosas visitas, en las que impartía aquellos cursos de cocina gallega.

Ni os podéis imaginar lo que siento el final de una vida plena de saber y bonhomía. Espero reencontrarme con el amigo cuando me llegue la hora para echarnos unas risas y comernos juntos una ensalada de algas, aunque sea.