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EL CASO MARÍA

LA NOTICIA

María, en marzo de 2016, acusó al padre de su hija de tres años de abuso sexual y violencia doméstica, en Uruguay.  

Hoy martes, 8 de octubre, hace cinco días que María y su hija -ahora con siete años- permanecen atrincheradas en el Consulado de Uruguay en Barcelona. Según una sentencia emitida por el Juzgado nº1 de Vielha el 25 de septiembre, María, de nacionalidad uruguaya, debía de entregar el pasado viernes a la pequeña a su progenitor, el español Pablo S. G., que goza de la custodia.

La jueza había determinado la sede consular uruguaya como lugar de entrega al entender que era un entorno cómodo para la madre de la niña. Sin embargo, el consulado se negó a llevar a cabo el trámite al entender que no entraba dentro de sus funciones.

Desde entonces, madre e hija viven recluidas en ese espacio, evitando pisar la calle porque, de hacerlo, los Mossos d’Esquadra harán efectiva la entrega.

En España se compara este asunto con el Caso Juana Rivas, que terminó con sus dos niños en Italia, bajo la custodia de su padre.

NO PONGAS A UN ZORRO A CUIDAR GALLINAS

Por J. J. García Pena

Ante los casos que apuntan directo al corazón, nadie permanece -ni puede permanecer -indiferente. En Uruguay, donde los derechos de la mujer y el niño -los derechos humanos, en suma- son de larga data, gran parte de su población se manifiesta proclive a defender los reclamos de justicia de María para con su hijita de escasos siete años. Un calvario que, por lo leído, comenzó hace tres años, o más,  en Barcelona.

No sé quién tiene razón. Pero sí sé -sin la menor duda – que al menos uno de los involucrados en el «Caso María» ya está pagando culpas ajenas: la niña. Paradójicamente,  es la única fuera de toda sospecha. Una mártir que, sin saber ni cómo hacerlo, nos clama piedad. 

Dice la ley  – aceptada por todos y en los hechos practicada por nadie-  que debe velarse, en primera y última instancia, por el bien del más débil. Si así fuese, alguien se está olvidando que, a falta de justicia humana o divina, nos queda -y podríamos aplicar, sin más- el sentido común.

Creo que el sabio Salomón no le entregaría la custodia de la niña a alguien acusado de abuso sexual . Al menos hasta que se probase su absoluta inocencia. 

Quizás, mientras tanto la justicia de los hombres no se expidiera con total claridad, y para evitarle más sufrimientos a la castigada criatura,  desde su trono, Salomón soltaría su  mano a la niña, y dejaría que, escaleras abajo, decidiera, libremente, con cuál de sus progenitores vivir.

Los niños saben, instintivamente, dónde está el amor. Y nosotros, ni sabios ni reyes, aplaudiríamos su gesto de sentido común aplicado.