galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL CRIMEN DE A MADROA

En aquellos tiempos en los que ejercía de vigués, aún no tan lejanos, acostumbraba a pasear mis noches por el Berbés para ver cómo iban entrando los barcos del cerco y entretenerme con la lucha de los peces que, entre aquellas cajas de hielo, seguían saltando por alcanzar la utopía de su mar. Su destino, sin embargo, era el Pabellón de la Lonja como paso transitorio de su destino final, en Merca Madrid, Merca Barcelona o Merca Calvario

—- ¿Y este que pescado es?

—- Es mero, señora, “de la mar el cordero”.

Había siempre turistas o gente bien de la ciudad que pensaba que podía comprar algún “peixe” más barato…

De madrugada me tomaba la “última” con mis amigos en el “Almas Perdidas” en donde aprendías a mejor comprender el complejo mundo de la mar…  De vez en cuando, con ellos,  asistía a la ceremonia de la descarga de aquellos barcos de gran altura, los que llegaban de Namibia con merluza…

En una de esas conocí a Rogelio Pintos, el de Bouzas, treinta y tres años navegando por los mares del sur, luchando contra el calor de África, durmiendo poco y trabajando mucho, de sol a sol, pescando, congelando, almacenando…

—- La vida en la mar es dura, muy dura…

—- ¿Y por qué no te retiras? Tienes casi sesenta y podrías hacerlo.

Pintos se tomó de un trago la última copa de whisky y dijo lacónicamente…

—- No tengo un duro. No me preguntes por qué… No lo sé. Las cuentas siempre las llevó mi mujer… Así que tengo que seguir trabajando hasta que me muera, que a este paso, será pronto.

Casi  todas las noches en el “Almas Perdidas” se me quejaban todos…

—- O Mar eche moi duro, Xerardiño…

—- Nada, non nos pajan nada…

—- Menos mal que a muller e mariscadora en Alcabre, senón non comemos…

—- ¡E así a vida!

De cuando en vez iba con Xosé Luís Méndez Ferrín que pronunciaba con solemnidad su visión poética de la ciudad y de la noche…

—- Vigo é unha maravilla ao entrarmos no porto polo mar. E preferible facelo polo lusco fusco, cando se prenden as luces pero ainda se albiscan  as moles dos edificios altos, acentuadas polas ribeiras que caen abruptas sobre o mar…”

(¡Cuánto aprendí contigo en aquellas noches, maestro! Te doy las gracias por aquellas lecciones con las que me hiciste comprender que Galicia era un País, un gran País). 

Otras veces, ellos,  me pedían que les dedicara canciones de Manolo Escobar para escucharlas a bordo… ¡Les encantaba y a mí me horrorizaba! Pero terminaba cediendo porque, según decían,  su voz era “una buena compañía que atraía buena pesca”.

Había días que llegaba a casa con el sol del amanecer y es ahora, con la perspectiva del tiempo, cuando sé lo mucho que me aguantó mi mujer, Gloria, en aquella mi etapa marinera… en tierra.

Era aquella época de los bingos; y no había nadie, ni siquiera yo, que no sintiera la tentación de jugar un cartoncito, a ver si la suerte nos sonreía alguna vez en los juegos de azar. Yo ponía como ejemplo a mi padre al que, tras cincuenta años jugando a la Lotería Nacional, nunca le tocó ni el reintegro. Como “de tal palo tal astilla” también yo fui un perdedor hasta que me di cuenta de que con aquel invento solo ganaban Hacienda y los dueños de la sala.

El bingo era el gran vicio de las señoras. De las “finas” y de las normales. Las salas de juego sustituyeran a las cafeterías del cotilleo a la hora del té y aquel juego, una de las “libertades” que nos trajo la transición, fue la ruina de muchas familias…

Otra de esas noches cálidas, en las que cambiaba el Berbés por Samil  para ver como la Luna se miraba en el espejo de la Ría, se me ocurrió pensar en la mujer de Pintos, la que administraba los escasos capitales de la familia, que eran los que provenían de aquellas largas jornadas de pesca en Namibia

—- ¿Tendrá el vicio del Bingo esta buena señora?

La madrugada era espléndida y hasta nosotros –me acompañaba mi amigo Suso Sanxuás– llegaba el eco del vodevil que esa semana presentaba “Riomar Club” con 25 Bellas Super Vedettes, según rezaba en la propaganda.

Se nos ocurrió entrar y allí estaba Rogelio más marinero que nunca, ahogado en una copa de whisky y sostenido por los brazos de una mujer cuya ligereza de ropa ponía más de manifiesto su escaso atractivo…

—- Así que es verdad eso de que en cada puerto tienes una mujer, Rogelio…

—- Cala, home cala… Deixame disfroitar da miña desesperación…

Y allá se quedó hasta que…

    

Aquel sábado toda la ciudad estaba escandalizada por el suceso, Decía “El Pueblo Gallego”:

Alguien quemó viva a una mujer en La Madroa provocando incluso un pequeño incendio, por lo que hubieron de acudir los bomberos; uno de ellos descubrió el cadáver. Se ha detenido al marido de la víctima como sospechoso. Todo hace indicar que se trata de un crimen más del amplio catálogo de la violencia de género…”

Los hechos ocurrieran en la madrugada del viernes. Tres horas después de producirse el terrible suceso el sospechoso había sido detenido “en un cabaret de la Playa de Samil”.

—-  ¡No me lo puedo creer! ¿Sería Rogelio Pintos?

Y recordé sus palabras:

— “Deixame gozar da miña desesperación”.

“LA QUEMÉ POR SU TRAICIÓN”

Yo vivía en la que entonces era calle del General Aranda y hoy es Pi y Margall. Me puse unos vaqueros y una camisa, y allá me fui, a la Comisaría de Policía en donde tuve la suerte de encontrar al inspector Garrido, mi compañero de pupitre en el Instituto de Ourense

—- Hola, compañero… Estoy interesado en el crimen de A Madroa…

—- Algo espeluznante, machiño. En mi vida me encontré con algo igual…

—- ¿El asesino se llama Rogelio Pintos?

—- Sabes que solo te puedo dar las iniciales pero se corresponden con ese nombre y ese apellido…

—- ¿Es marinero?

—- Sí…

—- De los de gran altura…

—- Sí…

—- Lo detuvisteis en el “Riomar Club” pasadas las dos de la madrugada…

—- A las seis y media, para ser exactos… ¿Oye, pero tú como sabes tanto de este caso?

—- Lo conocía, José… Compartí con él algunas tertulias en el “Almas Perdidas” y el día de autos lo vi en el “Riomar”, ahogado en alcohol, abrazando a una muchacha poco afortunada…

Y aquel buen policía,  del que no he vuelto a saber nada desde que se marchó a Madrid, me hizo una crónica exacta de los hechos…

Rogelio invitó a cenar a su mujer. Concretamente en el “Rías Baixas” quizá con intención de llevarla luego a ver como hacía yo el “Popular Show” en Radio Popular, que estaba enfrente, puesto que más de una vez lo había invitado a venir al programa.

Pero debió de cambiar de idea cuando su mujer le dijo que no les quedaba ni un duro en la Caja de Ahorros Municipal de Vigo. Que le perdonara, que lo había gastado todo en el bingo…

—- Son unha enferma, Rogelio. Son ludópata e téñenme que tratar para que non o faga outra vez. Xa pedín no Goberno Civil que non me deixaran entrar nas salas de xogo… Pero ainda así teño medo…

—- ¡Non me chores, carallo! ¡Qué non tes perdón de Dios! ¡Mentras eu matóme a traballar ti que eres… ¿Qué? ¿Qué eres ti? ¡Unha filla de puta e tua nai é unha santa!

—- Perdoame, meu amor…

—- Veña, vámonos… ¡Xa cenamos dabondo!

Según me contó el inspector Garrido,  Pintos confesó que la había subido hasta la Madroa en su propio coche sin atender a los sollozos de la mujer. Poco antes de llegar al Zoo, detuvo el vehículo y la bajó proporcionándole tal paliza que la dejó inconsciente.

Cogió una cuerda y una lata de gasolina del maletero y se adentró entre los pinos que había entonces frente a lo que hoy son los campos de futbol del Real Club Celta

—- La ató a un pino… Roció el cuerpo con gasolina… Le plantó fuego y se marchó del lugar por la carreterita que va a dar a Teis…

—-  Debió de sufrir mucho…

—- Sí porque los bomberos fueron avisados para apagar un incendio forestal… Ellos descubrieron el cadáver una vez apagado el fuego…

—-  Es el crimen más horrible que recuerdo y eso que he sido redactor de sucesos en Diario de Pontevedra…

—-  Tremendo. Llevo ocho años como inspector de la Criminal y no he visto cosa que se le parezca…

Teniendo en cuenta lo mucho que tarda en celebrarse un juicio de este tipo, habitualmente, la vista oral en la Audiencia de Pontevedra tuvo lugar en un plazo corto,  al año siguiente. Rogelio Pintos fue condenado a treinta años y un día de cárcel, pero no llegó a cumplir ni la mitad de la pena…

— La Justicia en España siempre fue muy compasiva con el reo…

Ahora ya no se puede pasear por un Berbés cerrado al público, por eso siempre que voy a Vigo paso de largo hasta Samil y contemplo desde la arena ese mar perfecto con las Cíes enfrente. Con la música de las olas de fondo, aún me sigo preguntando…

—- ¿Cómo es posible que un hombre bueno, trabajador, honesto y amante de su familia se convierta en el más cruel de los asesinos?

Por lo visto en el juicio, Rogelio Pintos dejó un titular para la prensa…

—- La quemé por su traición…