galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL LENGUAJE DE LOS OJOS

Por Alberto Barciela

Las circunstancias nos han enmascarillado. Nos asemejamos más a los vaqueros y forajidos del viejo Oeste americano, que a las mascaritas. Se han disfrazo formas y modos, se exige distancia y comportamientos higiénicos inusuales. Somos los mismos pero la armonía social es distinta. Por encima de los sistemas de protección o desviando la mirada de las pantallas debemos aprender a entender de nuevo el lenguaje de los ojos, para comunicarnos y comprender a los demás en lo inmediato.

Lo visible se hace patente en la expresividad de una mirada, un medidor emocional insuperable. Es cierto, nos estamos reinventando, readaptando los ritos de saludo y despedida, acostumbrándonos a conversaciones filtradas por la incomodad de una tela o de un papel verdiazul con gomas, pero ya estábamos siendo condicionados por lo digital, deshumanizándonos.

Las medidas, distancia física o temperatura, adquieren ahora una dimensión de cálculo que han venido a estandarizar comportamientos teóricamente saludables en una sociedad apresurada en sus ambiciones, acelerada por la tecnología, desmedida por el consumo compulsivo, extremadamente contaminante, vanagloriada en el individualismo, alejada del otro y de los valores comunes.

Vivimos  unos tiempos en los que existe una necesidad compulsiva de intervenir en la actualidad con protagonismo, se pretende notoriedad instantánea. Cada ciudadano, con sus excepciones, claro, se reviste de político, de abogado, de médico, de humorista, de periodista, de fotógrafo, de realizador, de emisor y de mensaje. Algunos no conocen límite, solo parecen condicionados por la disposición técnica de emisión. El reparo, si existe, es el pago de una cuota a una telefónica, el resto es prisa por participar con ansiedad irreflexiva de una teórica influencia, sea la hora que fuere, sin reparar que con ello se arriesgan la intimidad, los datos personales y el tiempo de los demás. El caso es estar, así se evidencie la incoherencia, el analfabetismo e incluso, en algunos casos, la idiocia. La sociedad se ha apantallado para buscar introducirse en el espejo, protagonizarlo y disfrutarlo individualmente ante los demás y ante nuestra propia psique, que demanda ego satisfecho.

Digo lo que digo desde un claro posicionamiento en defensa de la libertad de expresión y opinión, incluso de la creatividad,  para atreverme a sugerir una cierta moderación en el uso de las redes y un respeto por las opiniones autorizadas.

Un buen amigo, Ramón, profesor, natural de Villalba, en la provincia de Lugo, me contó que allá por los años sesenta del siglo pasado, a su padre, técnico instalador de televisiones, un abuelo le solicitó conocer no cómo se encendía el artilugio sino cómo apagarlo… 

—- Esto de la modernidad es cosa de los jóvenes, pero yo no quiero que los que salen en esa caja tonta sepan lo qué cenamos. 

Hoy parecemos no saber cómo desconectar esa pequeña caja inteligente que nos han puesto en las manos, siquiera para fijarnos en lo que dicen los ojos de nuestros contertulios.

Sin censuras deberemos seguir confiando en que las tecnologías tienen cosas buenas, aunque no sepamos con exactitud cuáles son, pero no deberemos olvidar que conllevan riesgos, entre ellos cegarnos ante nuestro entorno inmediato, confundirnos o inducirnos a comportamientos indeseables.  Quedémonos con lo bueno, incluso con los mensajes que en positivo puede  implicar lo malo. Salud.