galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL LICOR ASESINO

En los años sesenta, cuando uno era un humilde redactor de sucesos del “Diario de Pontevedra”, los periodistas nos tomábamos muy en serio la muerte; y algunos incluso nos atrevíamos a imitar a los detectives de la policía. Procurábamos asistir a las autopsias en los cementerios y veíamos cadáveres en los improvisados e insanos depósitos de algunos hospitales.

Del  “Caso Metílico” escribí yo cientos de folios para mí periódico y también para tres revistas extranjeras; de Suiza, Canadá e Italia. Te lo cuento para resaltar la importancia del mayor envenenamiento de la historia de España, una tragedia de alcance internacional que había despertado un inusitado interés informativo.

Me resulta imposible en un artículo descender al detalle de lo que significó aquel suceso de efectos tan tremendos. Aún hoy nadie se atreve a concretar el número de víctimas mortales en nada menos que ocho países africanos, además de en toda la península Ibérica y Canarias.

Según el fiscal del caso, el jurista ourensano Fernando Seoane, fallecieron o quedaron ciegas cientos de personas a causa de beber licores fabricados con alcohol metílico en vez de con alcohol etílico.

Una sola copa de licor café elaborada con metílico  era suficiente para causarte la ceguera o la muerte.  Este tipo de alcohol se extraía y aún se extrae de la madera para usos industriales, nunca para el consumo humano. Seguramente lo conocerás en la actualidad como metanol.

Bidones de alcohol metílico puro incautados en 1963

La ambición fue, una vez más, el eje de tanto crimen.

El metílico se vendía 16 pesetas más barato por litro, lo que suponía grandes beneficios para todos los implicados en esta trama, seguramente muchos más de los que se sentaron en el banquillo, un total de 11 personas; solo los bodegueros y los agentes que comercializaron los licores…       

Y los beneficios aún aumentarían más tras la fabricación del licor, porque como el metílico era de mayor graduación,  los desaprensivos bodegueros rebajaban con agua cada botella.

No voy a desvelar como, pero cuando aún no se celebrara el juicio, del que fui cronista, logré dialogar, ya detenido, con Rogelio Aguiar González, que se convertiría en el principal encausado,  porque era el origen de aquella tragedia…

—- Eu non sabía que facía daño a xente e menos que matara… Pensei que ca auga que lle botábamos non o notarían nin faría daño.

Rogelio había nacido en Escairón, cerca de Monforte de Lemos. Montara  sus reales en el Barrio del Puente de la capital ourensana tres años antes de comenzar sus actividades ilícitas: un almacén de vinos y licores al por mayor.

—- ¿E que fabricaron, Rogelio?

—- Nós o licor café facíamolo en garrafós que distribuíamos en tendas de comestibles de por aquí; e mandábamos para Vigo o que non dábamos vendido. Pero nunca supemos o daño que facía…

Rogelio Aguiar y María Ferreiro

El día anterior, un vecino de Rogelio me contara que lo descubriera a él y a su mujer, María Ferreiro, arrojando ingentes cantidades de vino tinto al Miño, hecho que sorprendió a la buena gente de El Puente,  porque parecía que alguien hiciera con el agua del río el milagro de las Bodas de Canaán.

El humilde bodeguero de Escairón comenzó su despegue como nuevo rico allá a finales de 1962 y principios de 1963, cuando el matrimonio se cambia a un lujoso piso, estrena un Seat 1.500, se le ve por los buenos restaurantes y María luce abrigo de pieles comprado al Amador, sonado contrabandista pontino.

Rogelio no se cansaba de decir en el Café Perla, a donde iba muy a menudo…

— Eu teño unha fórmula máxica para facer cartos…

Y así ocurrió hasta que empezó a morir gente y a exhumarse cadáveres… Recuerdo una tarde, en el cementerio de Punxín, la autopsia de una familia completa. Salí llorando de aquel camposanto al ver el cadáver de un niño y recordé lo que me había contado alguna vez mi cuñado, el pediatra José Mato

— Ahora está cambiando la cosa, porque cuando yo abrí la consulta, en las zonas deprimidas, le daban a los niños aguardiente en el biberón para que no pasaran frío.

En la primavera de 1963, fallecía más gente de lo normal en el rural gallego  y los servicios sanitarios facilitaban partes en los que hablaban de una epidemia de meningitis. Mi cuñado en ese tiempo, no atendió ningún caso de meningitis.

Se llevaban exhumados ya cincuenta cadáveres cuando apareció la pista que daría con toda la trama: una etiqueta de “Lago e Hijos, S. L.”

Solo hubo que inspeccionar la empresa viguesa, que era la gran distribuidora…

— Eu vendinlle a Lago –me dijo Aguiar- uns mil litros de alcohol “da madeira”.

— ¿Entón como explica tanta morte, Rogelio?

— ¡Eu que sei! ¡Botaríanlle mais da conta!

Nunca tuve la menor duda de que Rogelio Aguiar y su mujer María Ferreiro sabían muy bien lo que hacían y también de la falta de controles sanitarios que, en aquel entonces, había en Ourense.

El origen de todo, la oficina de Aguiar .

José Gonzalez Sama, gobernador civil de Pontevedra por aquellas fechas, me había contado que el control sanitario era prácticamente inexistente, en toda España.

— Vostedes non pasaron nunca unha inspección Rogelio…

— De eso non quero falarche…

En el juicio se supo que Rogelio había adquirido a una empresa de Madrid nada menos que 72.000 litros de alcohol metílico, muy tóxico, prohibido para el consumo humano como advertían las etiquetas en el envase…

La venta libre del metílico, la carencia de inspecciones y la falta de escrúpulos de Aguiar, su mujer y otra mucha gente que ni siquiera fue juzgada, fueron los causantes de la mayor tragedia producida por envenenamiento que yo recuerdo.

El gobierno de Franco salió absuelto en el juicio y nunca reconoció el tremendo error que supuso la venta libre del metanol y otras mercancías peligrosas.

El juicio, que duró tres semanas, se celebró en 1967 y los 11 acusados fueron condenados a penas entre 1 y 11 años de cárcel, por haber cometido “delitos contra la salud pública” e “imprudencia temeraria”. A ninguno, ni siquiera a Rogelio Aguiar,  se les aplicó la ley como asesinos a los que movió el afán de enriquecimiento.

Aguiar y su esposa solo cumplieron cinco años de condena.

Yo no volví a verle.  

Pasaron ya más de cincuenta años de estos trágicos hechos y aún resulta inevitable el sufrimiento de los que quedaron ciegos y de las familias de las víctimas de aquellos licores de la muerte…

La cara de Rogelio Aguiar la tengo clavada en mi memoria, como si estos hechos hubiesen sucedido ayer.