galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL PREVISIBLE FIN DE LOS SEPARATISMOS

Por J.J. García Pena

El pequeño sufría por el inminente arribo de un nuevo integrante a la pequeña familia en la cual él había sido , durante ocho años, único vástago y , por tanto, centro de todas las atenciones y carantoñas familiares. La llegada, ahora, de una hermanita, creía él, lo desplazaría del amor de sus padres. Eso lo sumergía en un estado de confusos sentimientos, produciéndole súbitos cambios de humor en su carácter de naturaleza habitualmente serena y alegre.

Ese errático comportamiento, debido a sus encontrados y novedosos sentimientos se desbordó en llanto al saber que ya había nacido la causa de su quebranto y que en contadas horas estaría compitiendo por el amor que le pertenecía, por derecho de heredad y de conquista, a él solo.

Su padre, sentándolo en su regazo y hamacándose muy suavemente,  lo dejó desahogarse mientras, abrazándolo, lo acariciaba y le susurraba  las palabras de consuelo y protección que ambos conocían desde sus primeros  años, cuando lo arrullaba para  convocar al sueño.

Luego que el chiquilín se hubo serenado un tanto y su cara empezaba a secarse de la suma de sus lágrimas y las de su conmovido padre, pudo balbucear la pena  de saber que ya no lo querrían como siempre.

—  Mamá y yo ya los queremos igual a ti y a tu hermanita, no temas…

El hombre, no obstante, comprendió que no lo convencería con los razonamientos al uso. Sin cambiar de postura, tomó la delicada mano derecha de su hijo y así le habló:

— Mirá tu mano: ¿Cuántos dedos tenés en ella?

— Cinco- contestó, mohíno, el niño.

— ¿Y son todos iguales?-

— No…– respondió algo dudoso, pero casi sonriente ante la pregunta tan tonta de su padre.

— Si tuvieran que cortarte uno de ellos, ¿cuál te dejarías cortar?-

— ¡Ninguno!- exclamó de súbito, encerrando simultáneamente en el pequeño puño protector los dedos.

— Bueno, pero, a lo mejor, el meñique, como es el más pequeñito…- insistió el padre.

— ¡No! , lo interrumpió y se opuso instintiva y enérgicamente el niño.

—  Tal vez no te importaría perder el pulgar, que es tan diferente y no está a la altura de los demás…

— ¡No, tampoco! ¡Ninguno! ¡Son míos!-,  casi berreó el infante.

– Me alegra que los defiendas como lo que son: una familia de dedos que llamamos mano.                

El hijo lo quedó mirando con curiosidad.

— Así es nuestra familia -prosiguió el hombre-  y así son para mamá y para mí de importantes vos y tu hermanita: son diferentes, pero tienen la misma importancia para nosotros. ¿Lo comprendés?

El abrazo del niño, enlazando el cuello de su progenitor, fue el reconocimiento tácito de la lección aprendida.

Del diálogo bien intencionado y empático, sale la luz del acuerdo respecto al lugar a que todos tenemos derecho a ocupar en el mundo, como el chiquilín del cuento.

Del mismo modo, las sociedades humanas se han ido haciendo y deshaciendo, conformando y consolidando a través de los milenios mediante pactos, traiciones, camelos, coacciones, imposiciones, invasiones, rupturas, desacuerdos y alianzas. 

De esa manera, tambaleante y brutal, hemos llegado a este futuro imperfecto, en que deberemos empezar  a usar la buena intención y la empatía como herramientas sinceras de acuerdos duraderos.

Porque  es inocultable que, en breve, la evolución de la humanidad y el mismo cuidado del planeta, demandarán muchos más armisticios que guerras, más fraternidad que odio, más colaboración que zancadillas, más solidaridad que  indiferencia. 

En suma, más unión que separatismos inconducentes y debilitantes.

Las naciones, como los hombres, se potencian cuando unen esfuerzos, dejando de lado viejos conflictos que, si bien se justificaron en tiempos remotos, hoy ya no les sirven ni pertenecen, por obsoletos y sin sentido en la vida actual.

Hace doscientos años, en  Pobreamérica, un hombre de bien no pudo cumplir su anhelo de ver federadas a todas las provincias del antiguo y deshecho virreinato español del Río de la Plata. Con mucho esfuerzo llegó a confederar a un puñado de ellas bajo el nombre de Liga Federal, con el apellido de Unión de Pueblos Libres y el honroso título de Protector para José Artigas, su impulsor y escudo. Pero la mala fe y la mezquindad de unos cuantos, que solo atinaban, neciamente, a  cuidar de su propia chacra,  congeló en el tiempo las esperanzas de aquel prócer y el bienestar de millones de Pobreamericanos.

Mientras tanto, en  Ricamérica, se producía un drama similar al de su par infortunada del sur. Solo que en aquella  región norteña prevaleció el sentido común y, luego de enfrentamientos terribles y dolorosos para las partes,  aplicaron, inteligentemente, el principio de diferentes sí,  pero con iguales derechos. Resultado: esos pueblos tan numerosos y diversos, pero confederados en estados que se unieron en nación, a partir de ese fundaron  la más poderosa del globo. Y sus integrantes, conocidos como Ricamericanos , a diferencia de los hombres desunidos del Sur y el Este, jamás emigran, solo pasean por el mundo. Por algo será que nadie quiere salir y todos entrar a Ricamérica.

El federalismo es el mayor ejemplo de cómo comunidades de concepciones sociales diversas, pueden unir esfuerzos y vivir en sensata  y próspera armonía. Es la avanzada, la muestra de cómo será el relacionamiento político en el mundo del futuro que todos anhelamos. El respeto por la diversidad del otro es lo que nos hará alcanzar ese mundo que todos deseamos pero que cada cuál cree, como un niño caprichoso, que  le pertenece a él sólo.

Así nos sucede, sin solución de continuidad, con la idea de un dios que vele en exclusiva por nuestros intereses, sin darnos cuenta de que nuestros enemigos (¡nuestros hermanos!) le rezan a ese mismo dios, dándole otro nombre.

Los separatismos, antítesis del racionalismo federativo, son herencia feudal y cerril de épocas de oprobio, y  solo producen debilitamiento  y soledad a sus seguidores. El mundo actual, y en especial el venidero, reclaman unidad, no desgarros.

Eso sí: no hay federalismo que se sostenga sobre la injusticia. Cada estado federado debe contar con el respeto y respaldo de las demás comunidades que lo componen. Cada uno de sus integrantes debe tener movilidad autónoma, como los dedos en una mano.  Pero en decisiones capitales actuarán todos a una.

Una mano se integra con dedos especializados, necesarios y bien diferentes entre sí, pero todos ellos conforman el órgano prodigioso que nos elevó desde la bestialidad original a esta genialidad que nos distingue. 

Fuera de la mano viva, un dedo seccionado será poco más que el residuo enteco de una maravilla cercenada.