galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EL QUE TIENE UN HUERTO TIENE UN TESORO

Por José Carlos Romero Pérez

Una señora que ya hace unos años que se fue para emprender el viaje eterno, pero sigue aquí mi lado, me contaba que tenía una madrina que vivía Fernán González esquina con Jorge Juan de Madrid, y que le invitaba a su casa a pasar temporadas. Corrían los años siguientes a los de aquel conflicto que convulsionaron este país. Para mí fue  la cronista perfecta de aquellos traumáticos y tristes tiempos de la postguerra. Entre todas las cosas que me contaba, había una que me llamó especialmente la atención, era la historia de aquella maleta que su madrina preparaba con detalles para todos los vecinos de la aldea. La llenaba de paquetitos para obsequiar a sus paisanos a su regreso, cuando llegaba el estío. Era una maleta hecha con mucho detalle, que le llevaba su tiempo: que sí pendientes de cristal, que sí cajitas de botones, que sí calcetines, que sí onzas chocolate, que sí horquillas para el pelo,  que sí corchetes para la ropa, etc., que iban envolviendo cuidadosamente en aquel papel de  periódico de la época. Su ahijada, mi cronista, en cada paquetito iba poniendo el nombre del obsequiado, pues los conocía personalmente.

Contaba que al llegar a la aldea hacía llamar a aquellas gentes para hacer el reparto. Todos esperaban a la puerta de su casa, impacientes para recibir su regalo; al día siguiente los paisanos le llenaban la casa, de huevos, gallinas, chorizos, hortalizas, frutas de verano, etc. Cuando fui creciendo y me fui interesando por la historia de España, leí en alguna parte uno de esos pasajes de la conquista de América en los que se mencionaba como se intercambiaba con los indígenas cuentas de cristal por oro; y me dije, esto me suena.

Lo que acabo de contaros formó siempre parte de la picaresca, aprovecharse de los corazones más generosos y nobles. Pero cuando esto se institucionaliza  en pleno siglo XXI con si fuese algo normal, es de difícil comprensión.

Hoy la economía de trueque es una anécdota en las economías occidentales, ya no se cambia los productos del campo por baratijas, pero no se sabe lo que es peor, esto o el daño que está haciendo los grandes distribuidores agroalimentarios que funcionan como  oligopolios y  que son auténticos lobis en los centros de poder.

 Todos sabemos que la gran distribución agroalimentaria es la gran culpable del deterioro de la agricultura y ganadería tradicionales, hasta el extremo de hacerlas desaparecer o convertirlas en guetos de cuatro románticos que subsisten a duras penas. Estas organizaciones con su inmenso poder son capaces de controlar prácticamente la totalidad de la cadena alimentaría e imponer a los agricultores  y ganaderos las normas que tiene que cumplir sus productos en cuanto a tamaños, aspecto, etc., si los quieren vender, y todo enfocado a una industria con costes ecológicos tremendos; para ello también necesitan de la libre circulación de mercancías  a nivel global para tener una posición de dominio en toda la cadena y así vulnerar unos de los principios básicos del capitalismo, la libre competencia, y también imponer precios.

Estamos hablando lisa y llanamente del capitalismo salvaje, que yo llamaría Gansterpitalismo, emulando a nuestro paisano Luis Piedrahita, y lo definiría como: forma que adopta el capitalismo cuando se organiza en grupos mafiosos o gansteriles para saltarse todas las normas e imponer las suyas propias, y, a la vez, maquinar desde un despacho para alterar el precio de las cosas y así obtener pingües beneficios hundiendo al eslabón más débil  de la cadena de distribución en la pobreza, que suelen ser las pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas.

Pronto se convertirá en un recuerdo lejano los sabores de lo auténtico, aquellos que añoramos los que cogíamos el tomate, las lechugas, las judías verdes, los pimientos, etc. en el huerto. En las grandes cadenas de alimentación encontramos estos productos como si viniesen de fábrica, como si una máquina los hubiese hecho todos iguales, todos muy bonitos; pero el sabor natural de siempre  no se puede imitar en las fábricas, pues necesita el tiempo que dicta la madre naturaleza, y,  quizás por eso, también nuestros pequeños son reacios a consumir estos productos, es decir, las malas imitaciones de frutas y verduras. No es de extrañar, vienen de fábrica. Y no hablemos de los productos cárnicos chutados de antibióticos hasta el tuétano.

 A menudo nos dicen que estos productos tienen las mismas propiedades organolépticas que los de la agricultura  y ganadería tradicionales,  creo que también son los mismos que pensaban, cuando eran pequeños, que la lecha la hacían en la fábrica.

¿Y quién controla los productos fitosanitarios y antibióticos utilizados y su impacto sobre la salud? ¡Ah, vete tú a saber!  No hace mucho tiempo un responsable un responsable del actual gobierno, justificaba la falta de inspecciones en la industria agroalimentaria porque resultaba muy cara, pues hacían falta muchos más inspectores. Como siempre, cómo es posible que gente con este pensamiento abstente algún cargo público. Después decimos que ciertos trapicheos son un atentado contra la  salud pública; sin justificar nada, da risa.

Para terminar, el que tenga un huerto que lo cuide, pues tiene un tesoro. ¡A coger la azada y al tajo que ya viene el buen tiempo!