galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA

Mis pájaros cantores se han subido a las ramas de la única lagerstroemia del jardín y me han dado los buenos días todos a coro. En su “chuchurrío” subyace una invitación a que yo salga del nido y me organice para que disfrutemos juntos de la playa gigante, próxima al territorio fantástico del que surgen los resplandecientes lagos que conforman en verano un universo de nenúfares y juncos. Están próximos al castro que habitan los fantasmas del pasado, hoy convertido en mirador que emerge del mar para que veamos como navegan los barcos en la lejanía atlántica, inmensa desde el paisaje marino donde las olas de colores se deshacen y sobre la que se produce el milagro del horizonte incendiado allá donde los romanos creyeron ver el fin de la Tierra.   

Aquí me tienes, amigo; subido a lo alto de esta península que llaman del Barbanza tras haber atravesado las tierras de Lousame en busca de la serenidad marina, hoy teñida de azul intenso y abierta al horizonte por dónde llegó el Patriarca. Se escucha, incluso, ese rumor de olas atlánticas que van y vienen a Baroña. Interpreto el sonido como una llamada del mar, de mi mar, para que un día más de esta ya larga existencia ponga rumbo hacia la Costa del Son…

DE BAROÑA A PONTE NAFONSO

Posiblemente sea la belleza de este océano la que despierte el sentir mágico de las cosas. Su litoral es el origen de legendarios escritos nacidos, incluso, a la sombra del Imperio. Al romano Plinio y a su imaginación debemos buena parte de las leyendas surgidas a pié de agua…

Plinio dice en su Crónica, como “navegó, por este mar y tras aquel diluvio, Noé, el Patriarca”. También cuenta que “le acompañaba su hija Arnoia,  a quien dedicó la villa más importante de la comarca”.

Entonces, voy a imaginarlo otra vez. Venid conmigo, mi gente, que si no hallamos el arca perdida nos refugiaremos en otros relatos que se confunden con la historia.

Por ejemplo, el Castro que preside el paisaje de Baroña fue habitado por los “Presamarcos”, pueblo galaico dominante en todas estas tierras. He aquí un castro-poblado, un castro-vivienda; pero también una fortaleza que protegía entonces un sistema de vida. Es un monumento nacional más de los así declarados en la modernidad y en esta zona.

Los cronistas del mar  descubrieron en las playas de O Son a piratas portadores de  tesoros. Los escondían en cuevas que llegaban desde O Fonforrón a Montemuiño.  La imaginación aún nos permite escuchar el canto de un gallo que vigilaba las joyas.  

Contra los bucaneros lucharon caballeros cristianos, benefactores que se distinguían por erigir cruceiros como testimonio de sus victorias.

Así se pueden contemplar hoy en Laranga o en Noal, cruceiros únicos conocidos como “de capilla o de Loreto”.

La historia de cada día, sin embargo, es otra cosa:

Si navegas por esta Ría, bordeando la costa en busca del Faro de Punta Ínsua, el mar concentra su belleza en los vibrantes espacios humanizados. Villas que crecen desde las azules aguas y recogen su bien y su beldad. Puertos llenos vida donde cantan marinos de alma errante, Porto do Son… Portosín. Villas monumentales que son historia en cada casa, en cada piedra, en cada plaza… Noia, la pequeña Compostela.

Lugares para el descanso. Rincones fulgurantes de violentos contraluces… Villas nacidas en la prehistoria y marineras como la brisa de este mar fecundo,  de barcos que van y vienen hasta que el crepúsculo escribe ese instante en el que todo brilla más con intensidad profunda y un misterioso florecer sobre el agua. Quienes aquí habitan llevan un crepúsculo en el alma…

Sé que hoy te apetece navegar. Si no encontramos el arca, descubriremos al menos el refugio de la luz y escucharemos música de olas en este espacio litoral salpicado de imperfectos rincones, donde prevalecen siempre una hermosa playa y la postal de rocas que escupen blancura de espuma. Sube pues a bordo y contempla la primaveral calma del puerto de los veleros y también el de la estirpe marinera, que esta es la hora de la vida y ya se ha vestido de amarillo el amanecer. 

Navegar por esta bahía  es todo un gusto.  El Atlántico inicia aquí su conquista del Tambre, que da origen a la más norteña de las Rías Baixas, la que se conoce como de Muros-Noia.

Sin embargo,  antes de llegar a encontrarse con el río, el océano bate con fuerza acantilados hermosos entre la Punta do Castro  y la Punta Magrio, desde donde se divisa la primera de las playas de Porto do Son, la de Arnela.

Al doblar la Punta Sagrada ya aparece ante nosotros Porto do Son, que supo conservar todo su sabor a mar pese a su crecimiento. O Son es puerto marinero por excelencia y en el puerto encontraremos las más vibrantes escenas de la vida de la villa.

Seguimos navegando en busca de Punta Aguieira para que conozcas uno de los lugares más envidiados: aquí  se reconvirtió una antigua fábrica de salazón en privilegiada residencia de verano.

Esta Punta marca el inicio de Playa Cedeira, que no es más que la continuidad de los hermosos arenales de Langaño y el de Coira, la playa urbana de Portosín, el centro de veraneo más importante de toda esta comarca.

Vamos ría arriba, mi amigo, para recorrer una de las maravillas que te ofrece Galicia. Al dejar atrás la Playa del Testal se inicia la costa de Noia, muy singular. Cuando doblas esa punta te encuentras ya con el estuario que provoca el río Traba, el nuevo puente que evita los atascos de antaño y la “Pequeña Compostela”.

Noia es un luminoso espacio de tierra y mar. Por el este tiene cuerpo montañés y por donde se pone el sol el azul de la calma llega con suavidad a la playa. Entre ambos, al norte, el Tambre pone brillos de plata bajo la Ponte Nafonso. Al sur, la medieval villa nos muestra las huellas de la vieja estirpe bajo soportales de leyenda, mientras la alameda marca los límites de la modernidad con su policromía. En Noia  se escucha la canción de los árboles y se contempla la belleza del paisaje en los espejos del agua.

La ría parece más amplia navegándola, ¿Verdad? Es generosa en matices a lo largo del trayecto que, en verano, presume de calma entre las bateas y las pequeñas calas que nos salen al paso.

Estamos navegando de punta a punta. De Abruñeira a Barquiña. De A Barquiña a Punta Teixeira y al doblar la Punta Saiña,  ya ves, estamos frente a Ponte Nafonso.

El encuentro de la Ría y el Tambre resulta increíble por la fascinación que crean mar y río fundidos en el paisaje de la Ponte Nafonso. El río es el verdadero modelador de cada perspectiva.

¡Ay, amigo, que estuario magnífico! Hemos de desembarcar…

Hasta aquí ha venido el Tambre demorándose para crear sus propios canales y marismas. Llevó tantos aluviones hasta los fondos de la ría que la convirtió en un inmenso lodazal de enorme riqueza, tanto ecológica como marisquera. Cuando baja la marea, salen a la superficie extensas llanuras  de lodo y arena que, en invierno, atraen a muchas especies de aves acuáticas. La bajamar es el momento de mayor actividad. Las garzas reales rastrean cada palmo de la zona intermareal. Los cormoranes visitan la ensenada en busca de bancos de peces…

El estuario del Tambre  acoge en su interior varios hábitats de interés comunitario cuya conservación es prioritaria para la Unión Europea. En una superficie de casi 1.600 hectáreas de tierra y agua dulce aparecen llanuras intermareales, pastizales salinos, dunas blancas, dunas grises, brezales secos, bosques aluviales e incluso carballeiras. Amplias zonas de las marismas están colonizadas por plantas acuáticas: Los carrizales y las junqueras escoltan al Tambre desde Ponte Nafonso hasta Loureiro y llegan a formar islas inaccesibles, como la de Meán, la más grande.

—– ¿Y el arca perdida?

Cuentan que Noé, tras encomendar a su hija Arnoia el futuro de estas tierras, siguió navegando para crear otros mundos, después de aquel diluvio.

Xerardo Rodríguez