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EN LUGO CON ALVARO CUNQUEIRO

Lugo era para Álvaro Cunqueiro la ciudad de sus emociones y recuerdos jóvenes. De sus amores y desamores. De sus mitos romanos y de sus leyendas urbanas… Por eso escribió:

          El viaje físico, si se acompaña del emocional, gana mucho atractivo”.

Puede que encaramado a la muralla descubriese la ciudad e imaginase la provincia conquistada por el emperador Augusto, fundador de Lucus, hace dos mil años. Porque desde ella contemplaba la vida plácida…

           El muro romano cerca mi ciudad y cerca mi corazón. He paseado la muralla en la vacación de mis años mozos y, una de dos, o me sentaba a ver desde ella la huerta de los franciscanos o me asomaba a los cubos que, entre las puertas del Campo Castelo y de San Pedro conservan aún los arcos del mayor aparato de la fortaleza antigua…”

La vida feliz de Cunqueiro se nota en las calles viejas del Lugo moderno. Porque esta es la urbe tranquila y comedora de siempre, que conserva su mayor encanto dentro del círculo mágico que la envuelve.

Así la describen los lucenses y los turistas, estos, cada vez mas asombrados por el descubrimiento de la historia escrita en las piedras de su catedral, de su plaza de Santa María, de su arquitectura museística o del bullicio del tapeo de las tardes en los bares de las calles céntricas, que también son de piedra.

Cunqueiro era entonces un joven de Mondoñedo que amaba la montaña y quizá por ello, encaramado en su literaria muralla romana, imaginaba las más altas cumbres…

            Perdidas en el horizonte, blancas, doradas bajo el sol de mayo y junio, las cumbres de los Ancares eran para mí, estudiante, la estampa maravillosa que ilustraba la lección de las nieves perpetuas…”

Aún no poseía Lugo más jardines que la vieja Alameda ni parques tan asombrosos como el que la ciudad dedicó a Rosalía de Castro, tal vez porque sus frondosos paseos rezuman romanticismo.

Y aunque ya la ciudad se reflejaba en el Miño, que pasaba bajo el mismo puente por donde entró el Cesar Augusto, no pudo el Cunqueiro estudiante disfrutar de los paseos creados para disfrutar del río y su entorno.

Quizá por ello fabulase…

Detrás de los Ancares yo inventaba un país de eterna primavera; lo que para Goethe eran los Alpes eran para mí los Ancares; mas allá de sus montañas estaba el país donde florece el almendro”.

Tampoco Cunqueiro pudo admirar la ciudad moderna, la que crece más allá de la Muralla, ni el modélico campus universitario donde se forman hoy en día los mejores veterinarios de Europa.

Hay quien dice por Lugo que si Cunqueiro hubiese nacido cuarenta años más tarde hubiera sido veterinario, en vez de periodista.