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ENTRE LA DUDA Y LA CONFUSIÓN

Por Diego Carcedo

Los trámites para la investidura del Gobierno siguen dando mucho que hablar, pero sin que se entienda nada. Los días van transcurriendo, las promesas se acaban evaporando y las personas, que son en definitiva quienes se juegan su futuro, se impacientan sumidas entre la duda y la confusión. La realidad es que nadie entiende nada y cada vez son menos los ciudadanos que aceptan que este proceso esté protagonizado por personas adultas, inteligentes y responsables.

Cuando en medio del caos mental que todos estamos sufriendo, entre tantos tejemanejes políticos e intereses particulares, se recuerda que no es un programa de Gobierno lo que se está negociando sino simplemente la abstención de algunos diputados para acabar de una vez por todas con esta incertidumbre. Las explicaciones que se escuchan no convencen. Todo el mundo coincide en que urge un Gobierno estable y nadie cede un ápice para lograrlo.

Es más que evidente que ERC, un partido independentista, de izquierdas y republicano como su nombre describe, se ha encontrado de repente con una oportunidad única e histórica de conseguir objetivos que no se había imaginado sin arriesgar nada y de paso aprovechar para hacerse valer cara a sus estrategias para un futuro próximo en que el enfrentamiento entre las organizaciones nacionalistas catalanas acabará con su unidad coyuntural.

Hay varios elementos en todo el embrollo que chocan. En primer lugar, que el candidato Pedro Sánchez esté aguantando tanto. Todos los días asistimos a una palada de cal que anticipa que el tira y afloja acabará con acuerdo y otra de arena que parece volcada para demostrar que el acuerdo es imposible. La necesidad de negociar entre constitucionalistas y nacionalistas es evidente, pero de forma reposada y sin las actuales tensiones.

En segundo lugar, también se entiende menos que los partidos de derechas, particularmente el PP, critiquen lo que está sucediendo cuando podrían implicarse, poner algo más de su parte, en la búsqueda de una solución que resuelva el problema sin tener que recurrir ni deber favores a un partido que por mucho que ceda en sus planteamientos, siempre va a mantenerse fiel a su principio de conseguir la independencia.

El líder popular, Pablo Casado, que hasta ahora se limitó a criticar las negociaciones, sugirió que si Sánchez no consigue la investidura, siga la lista, es decir que según la costumbre de la democracia parlamentaria, sea el siguiente partido en número de escaños quien lo intente. ¿Es lo que desea Casado, sabiendo de antemano que su fracaso aún sería más probable? Pues si es así, que Sánchez renuncie y le ceda el encargo. ¿Aceptará? Lo dudo.

La aritmética parlamentaria y los llamados cinturones sanitarios son muy elocuentes. Sólo existe la posibilidad de que sea el partido más votado si se quiere evitar la hipoteca nacionalista o la deplorable alternativa que sería convocar nuevas elecciones, las terceras. Un fracaso que sólo traería males añadidos empezando por un desprestigio aún mayor de los partidos y de sus líderes constitucionalistas, ninguno de los cuales saldría libre de culpa.