galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

ESTA EDAD NO ES DE ORO SI NO DE LATA

Aún queda un debate en el aire que nos invita a recapacitar sobre cuando aquí debemos llegar a “la edad de oro”, que es como llaman a esa etapa de la vida en la que cambiamos de actividad, cuando nos jubilamos. Es decir, cuando la gente sabia opone buen humor a la aventura física, que el cuerpo no da para más, pero sí la inteligencia.

Los sindicalistas dicen que no mas de a los 65 y los del gobierno que mas allá de los 67. Todos ponen frontera a la vida de los demás sin preguntarles a las personas que piensan ellas del asunto.

Porque, ya se sabe, ellos lo saben todo. Sobre todo esos tipos que ahora se hacen llamar emprendedores.

Hace dos años y un lustro, me miré al espejo y viendo como encanecieran mi barba y mi cabello, me hice la pregunta de cuándo me jubilaría…

— Hasta que el cuerpo aguante tendrás que aguantar tú… ¡No te queda otro remedio!

Pero lo que me dije estaba ya fuera de mi propia realidad.

Porque al día siguiente un jefe, con ninguna delicadeza, me dijo que ya no estaba yo para ningún trote. Así que me fui con los de mi edad, supuestamente la de oro.

Entonces me di cuenta de que una vez que atraviesas el umbral de ese tiempo ya dependes de tu mísera pensión y de tu salud… Es decir, o creas nuevas formas de vivir o te mueres de asco, que es aún peor que morirse de hambre.

Y te cuento.

En mi paseo de tarde vi a Manuel con su carretilla de estierco en su leira, preparándola para la primavera que viene, cuando, a sus ochenta y seis años, aún sementará patatas en perfecta alineación.

Luego, más allá de la casa que yo llamo “de la pradera”,  estaba la cuasi anciana Manuela segando la hierba que habría de llevar su anciano marido para la cuadra de las ovejas.

Aún más.

En la casa que está construyendo cerca del Riamonte la hija de Mucha, vi a su padre, ex albañil de casi ochenta, subido al andamio y dándole a la paleta.

También pasó a mi lado por Augapesada el tractorista y no sabría decirte si era de más edad el conductor o aquella primaria máquina de los cuarenta.

Cuando me paré a tomar el agua de rigor en La Casa de la Abuela, calculé que Tino, el mal encarado tabernero, tendría casi setenta y su mujer no se quedaría muy atrás.

No te digo nada de Asunción, la gran matriarca de la aldea. Se me quejó al cruzarnos de que le dolía todo; es que a sus noventa aún cocina para una familia de hijos varios, nietos y biznieto.

También vi esta tarde a Marina limpiando las malas hierbas de su leiriña. A Pepe organizando rastrojos de la poda de hace unos días. A Mingos cortando leña. A mi vecino José colocando los pies de berza… Todos siguen activos, muy activos. 

Eso sí. Antes de entrar en casa, me saludó con mucho respeto el único joven que parece tener mi aldea: Martín, un estupendo electricista que sigue en paro después de dos años y pico parado…

Así que…

Si en un pueblo de menos de cien habitantes trabaja toda esta gente, “porque no le queda otro remedio”,  digo yo que los únicos jubilados jubilosos serán los llamados urbanitas, que son los que no tienen ni leira, ni tractor, ni taberna, ni hierbas que limpiar, ni berzas que plantar. Pero los urbanitas pudientes, claro, los que tuvieron dinerito para pagar un plan de pensiones y además cotizaron lo máximo para cubrir las necesidades del tramo final de la vida.

Así que Sánchez, por el momento presidente, te lo digo porque me lo pide el cuerpo…

— A nosotros nos importan un carallo los planes de Toledo y mucho menos que los huesitos podriditos de Franco sigan donde están. Lo que realmente nos preocupa es que nos devuelvan nuestra dignidad, esa de la que nos despojaron los buitres adinerados ayudados por políticos sin vísceras.

A mí ni me habléis de este estado de bienestar.

Tampoco le preguntéis a mi gente porqué ha vuelto de aquel largo viaje emprendido hace tanto tiempo, que se pierde en la memoria del exilio… porque os insultará.

Es que… Ese oro de nuestra edad no es metal precioso sino lata y para colmo nos han llenado de espinas un camino en el que solo deberíamos encontrar rosas.

Otra vez, como cuando éramos jóvenes y en España reinaba un dictador, tenemos que gritar en las calles para que nos devolváis lo que os dimos.

¡Vaya historia de mierda esta que nos ha tocado vivir!