galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

EXPAT O EXPATRIADO

LA CLASE DE EMIGRANTES EN LA QUE NUESTRA ÉLITE POLÍTICA NOS ESTÁ CONVIRTIENDO

EMIGRACION GALLEGA 1915 - 1943

Por Raquel SERTAJE NOGUEIRA, desde DINAMARCA.

¿Qué tipo de emigrantes somos los jóvenes de hoy en día? ¿Cómo vivimos el estar fuera de nuestra patria?  ¿Somos expatriados en el sentido más peyorativo de la palabra o somos emigrantes privilegiados con títulos e idiomas y muchas ganas de comerse el mundo bajo el brazo?  ¿Se benefician los países a los que llegamos de nuestra presencia? ¿Cómo nos adaptamos a ellos?

Yo pensaba que le había dado la vuelta a la tortilla a esto de emigrar; creía que estaba fuera del alcance de las garras de los motivos que en el Siglo XX empujaron a mis antepasados a buscar un porvenir más fructífero en tierras más prósperas. ¡Ilusa de mi!

Para sorpresa de muchos, el cambio de milenio no fue el fin del mundo y recién estrenado el año 2000 salí de España como “estudiante Erasmus” dirección a Irlanda. La cosa ya prometía porque ahí estaba yo, de Galicia -tierra de emigración por excelencia- viajando a Irlanda -país emisor de emigrante por excelencia-.

No sé quien nos crió, pero las circunstancias nos juntaron en situaciones muy diferentes a las que nuestra historia más reciente nos tenía acostumbrados a irlandeses y gallegos. Para mí, la pequeña isla celta fue mi primer contacto con el mundo exterior tal y como me lo había imaginado, soñado y esperado. Aunque la realidad suplió mis expectativas. No puedo decir que salía de la tierra más rica de la Península, pero ni de lejos de la más miserable. Quizás fui una privilegiada, un producto de la época del boom económico y cultural al que vinimos al mundo muchos de los españoles de mi generación.

Tampoco es que nadásemos en la abundancia. Las cosas no nos cayeron del cielo en la misma medida en que nosotros nos caíamos de la bici cuando, a pelo, o sea, sin casco ni rodilleras, aprendíamos a pedalear sobre dos ruedas. Pero seguro que lo tuvimos más fácil que las generaciones precedentes. Aquí adjunto algunos ejemplos de por qué:

1. Mi abuela emigró a Francia a finales de los años 30, justo cuando España terminaba su cruenta Guerra Civil. Dejaba atrás un país desolado y desgarrado por la contienda; un país que se sumergía en el silencio y la forzada resignación de la incipiente dictadura. Yo salí en el año 2000 de una nación que tenía una democracia de algo más de 20 años, pero en cuyos valores de libertad había crecido como si hubiesen estado siempre ahí. Mi España era parte de la Unión Europea. En 1992 ya había organizado unos Juegos Olímpicos y conocía el orgullo de su despertar cultural y la tremenda fuerza renovadora y ansias de gozar lo que por tantos años se les había negado a nuestros padres.

2. Mi abuela emigró a un país que se adentraba en una Guerra Mundial en un momento en el que a los españoles se les miraba por encima del hombro, como emigrantes de tercera -en los casos afortunados- , refugiados -en los no tan afortunados- o exiliados políticos –lamentablemente, en demasiados casos-. Yo me fui a un país que atravesaba un despertar financiero como nunca antes habían conocido los irlandeses. La Isla que durante años había sufrido las consecuencias de la penuria económica, era conocida por aquél entonces como el Tigre Celta. De aquella, ser español era casi lo más cool que se podía ser en el planeta Eire.

3. Mi abuela emigró sin el bachillerato terminado. La buena mujer sabía leer, pero español. El francés lo aprendió en los ratos libres que su trabajo de sirvienta le permitía y no en la escuela precisamente: ¡En el día a día de los mercados parisinos! Yo perfeccioné el inglés en las aulas de la Universidad Irlandesa, amparada por una beca, escueta, pero que me permitió pasarme un año empapándome de la cultura irlandesa y de vez en cuando, de alguna pinta de Murphys, rival de la Guinness en las colinas de Cork. Mi único trabajo fue sacar el curso académico y aprender cómo se insulta a un británico en gaélico:   

—– “Póg mo thóin, Brit”

PARIS-IRLANDA copia

4. Mi abuela emigró a tierras Galas en la aciaga época en la que el gallego desapareció de la escena pública. Mientras en España Franco implantaba el castellano como única lengua oficial y permitida, el gallego tuvo que ser protegido y conservado por aquellos que se exiliaron en México, Argentina, Venezuela o Cuba, auténticos Cruzados de nuestro idioma materno. La primera vez que vi a Manolo Rivas fue en los pasillos de la Universidad de Cork, a donde había ido a dar una conferencia sobre el nuevo ”Rexurdimento” de nuestra lengua, apoyado por la Universidad y los Gobiernos de Galicia e Irlanda, interesados en recalcar nuestra hermandad y fomentar el florecer de la diversidad cultural.

5. Mi abuela apenas escribía. Apenas llamaba. De aquella, la emigración tenía que ser un proceso más aislacionista y alienante. Aunque en el 2000 yo carecía de Facebook, Skype o Iphone (ni 1, ni 4, nin o carallo 29), no me libré de la tarifa ”Europa 15” de Telefónica que religiosamente me comunicaba con la familia 15 minutos al día. Mi país estaba a un vuelo Ryanair de distancia. No había drama en la distancia –bueno, quizás para mi abuela sí- pero para mí todo era una aventura. La mejor de mi vida.

Podría dar más ejemplos, pero ninguno me impactó tanto como el de una prima de mi abuelo, emigrada a Argentina con sus padres cuando tan sólo tenía 14 años…

—–  Mis padres murieron allí, sin haber vuelto a ver España. Pero el día que mi madre murió, su mente estaba aquí, en el pueblo, y me llamó desde su casa en Buenos Aires para decirme que no me olvidase de dar de comer a los pollos…

Eso le dijo a mi abuelo con la voz temblándole de emoción y lágrimas en sus ojos. Los dos estaban abrazados. Hacía más de 60 años que no se veían.

En el 2013, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó las Cifras de Población y la Estadística de Migraciones que mostraban que en nuestro país la emigración había subido un 10%. El año pasado, 100.000 españoles dejaron su país y salieron a buscarse las castañas por el mundo adelante. Quizás los datos hayan sido inflados y, como dice Carmen González en su artículo Los Nuevos Emigrantes, aún son mucho más elevadas las cifras de inmigrantes que se han asentado en nuestro territorio en los últimos años que la de españoles que hacen maleta y se lanzan a la aventura.

Pero…  ¿Es la suya, la nuestra, una aventura forzada o voluntaria?

Desde que estalló la crisis del 2007, se cifran en más de 700.000 los españoles que han dejado el país. A muchos jóvenes emigrantes, a los que este momento de desbarajuste político y económico nos pilló con experiencia de ”expatriados” a las espaldas, nos choca vernos en viejos zapatos. Más fuertes y brillantes que los de antes, pero de parecida horma. Y nos es para menos, porque la paradoja en sí es de ingentes dimensiones: Salimos a prepararnos de un país que se gastó un montón de recursos para darnos una base educativa sólida y competitiva y… ¡Y nos tenemos que quedar en donde aprecian esas cualidades porque en nuestra casa las cosas andan un tanto revueltas!

A todo esto nuestros políticos, magos y oportunistas del lenguaje, lo llaman ”Movilidad Laboral” y se quedan tan anchos con sus dietas y bonos extras, mientras que nosotros nos las vemos putas para hacernos un huequecito en el maravilloso mundo exterior.

Para mi sigue siendo una aventura positiva esto de ser expatriada o emigrante. Quizás me crezca en las adversidades. No sé. Pero no me deja de alarmar que haya mucho descontento social, que los que mandan en casa nos estén poniendo muy difíciles las posibilidades de volver, hasta el punto de quitarnos las ganas. Sobre todo me alarma que, vista desde aquí, esa patria a la que pertenecemos nos ofrece poco más que nada, una visión de lo más desoladora y pesimista. Con estos ingredientes, a duras penas se puede construir un futuro.

Así que, aunque no sea del todo cierto, aunque siga habiendo esperanza y España tenga posibilidades y recursos para salir de esta, es imperioso levantar la voz para indignarnos y dejar patente la clase de emigrantes en la que nuestra élite política nos está convirtiendo.

RAQUEL SERTAJE    Raquel Sertaje Nogueira