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FÚTBOL: NO NACEMOS FANÁTICOS

JJ GARCIA PENA + (2)

“Es la eterna lucha por el dominio y, sobre todo, la satisfacción por la humillación del rival, sea hombre, geografía o toro…”

El fútbol moderno (a todas luces remedo de viejas justas medievales y  batallas contra rivales habidos y por haber) fue inventado por los ingleses para canalizar y utilizar, provechosamente, la violencia natural del ser humano, especialmente agresivo cuanto más  joven. No por casualidad nació (como otros tantos deportes) en lugares de estudio y trabajo. Y lo hizo como idea corporativa para descubrir, mantener, exaltar y exacerbar el espíritu de pertenencia grupal presente en todo ser humano, cuanto menos pensante mejor.

Con el advenimiento de la era industrial, de la mano de sus padres ingleses, esa «moda» corporativa se instaló en cada rincón en donde llegaron los intereses industrio-comerciales británicos.  La pretendida caballerosidad deportiva inglesa me hace sonreír: también es originalmente gentleman  la persecución concertada de un pobre zorro o corzo por la alegre campiña  con reglas, señales acústicas, colores distintivos y trofeos para el o los cazadores-ganadores.

El  aparente (y solo aparente) inocuo aire de fiesta popular del fútbol actual, puede llevarnos a creer en una inofensiva manifestación de jolgorio y regocijo totalmente inocente. Sin embargo, tiene tanto de inocente como las corridas de toros o los cobardes lanceamientos de los mismos en Tordesillas: embozan una  humanidad lúdicamente cruel y, por tanto, estúpida. Violencia institucionalizada.

Por eso no debieran extrañarnos estas «raras» demostraciones de miserable comportamiento bélico de los hinchas más exaltados, porque no son sino el compendio de lo ruin que subyace en el fondo de todo fanatizado por unos colores que, en estado de serenidad, ningún ser pensante puede dar como valederos y justificadores de ningún acto vandálico.

VANDALOS INGLESES ++++

En un comienzo el fútbol era,  de alguna manera, representación genuina de la supremacía deportiva de una entidad, comunidad, empresa o gremio, ya que todos sus componentes pertenecían por completo a dicho núcleo. Cuando perdían o ganaban, sus éxitos o fracasos delataban las carencias o virtudes reales de cada parcialidad auténtica. Quizás ahí podría tomarse por legítimo cierto orgullo si gananciosos, o dolor personal en la derrota. Al comienzo cada cuadro tenía, como seguidores e hinchas interesados, a sus propios compañeros y directores de estudio o trabajo, y, cuando mucho, se les sumaban sus  familiares y amigos, que los alentaban desde las precarias primeras tribunas.

Pero como los humanos somos incapaces de aceptar, sin rencor, una derrota, nos fuimos haciendo, de cualquier manera y costo, de los mejores jugadores posibles para suplir las carencias físicas y anímicas de nuestros jugadores.

Cuando el fervor deportivo salió de aulas y talleres y se extendió más allá de sus muros, se formaron justas de barrios contra barrios, más tarde de ciudades contra similares y países contra países. No tardarían en llegar, previsible e inevitablemente, las competencias entre continentes. Todos contra todos.

Y paramos ahí, porque aún no hallamos rivales fuera del globo… Es la eterna lucha por el dominio y, sobre todo, la satisfacción por la humillación del rival, sea hombre, geografía o toro. Un mal día, lo que para reemplazar la guerra nació, como ella se prostituyó.  Había que ganar a como diese lugar.

 Ahí fue el empezar a importar y exportar (a precios obscenos para sociedades que suelen retacear alimentos y medicamentos a su gente) a los mejores mercenarios del balón, a los que les pintamos el alquilado lomo con los colores que nos representan, sin molestarnos en pensar que, esos que hacen los goles que son incapaces de hacer nuestros soldados, lo hacen por puro compromiso contractual y afán del botín ofertado, no porque compartan nuestro sentir grupal, tribal, ni nacional. Cuando lo consideramos conveniente hasta los adoptamos, dándoles con gran facilidad la misma ciudadanía  que a un paria refugiado le costará lo indecible conseguir.  Es así como, una vez más, la soberbia y el placer de destruir rivales nos hizo cómplices de vergonzantes contratas.

Entonces, ¿qué puede extrañarnos del comportamiento fanático y bestial de estos anormales rusos, ingleses o croatas, que bien podrían ser de cualquier otra nacionalidad (que no pocas veces son compatriotas nuestros)  que se rompen las caras, propias y ajenas, para demostrar cuán valientes son ellos y cuán maricones los contrarios? ¿Acaso no aplaudimos y voceamos todos cuando uno de los nuestros hace una zancadilla criminal al que pretende meternos un gol? ¿Acaso no insultamos airados y en coro al juez que cobró algo que nos perjudica y hacemos un silencio de ladrón flagrante cuando aplica la misma pena a nuestro enemigo?

INGLATERRA- RUSIA

No hay inocentes. Los únicos, por ahora, son esos pequeños que llevamos sobre los hombros, vestidos con los colores con los que los marcaremos de por vida y que un día heredarán y defenderán por simple emulación de nuestro adocenado comportamiento. También estos salvajes de rúa, -irrespetuosos de todo y todos- de hoy, fueron inocentes ángeles un día. 

Los fanatismos no solo provienen de los templos, los cuarteles y las trincheras. Se generan, también, en apacibles y verdes campos y en terrazas, cuando les enseñamos a nuestros hijos, de palabra y de ejemplo, que al rival hay que frenarlo y derrotarlo con cualquier argucia, astucia, arma o mentira. Alentamos fanatismos y desprecio cuando festejamos, cobardemente, un chiste que ofende la preciosa condición de la mujer o la dolorosa del inmigrante pobre.

Cuando alguna víctima muere por efectos de la intolerancia, brutalidad y fanatismo humanos, se nos dio, ahora, por repetir cual papagayos…

—- Todos somos Fulan…, mientras guardamos un breve silencio cronometrado.

Pero jamás tendremos la valentía de confesarnos, mirándonos mutuamente a los ojos:

—- Entre todos dejamos morir a Fulan...

SALIDA NUBES + (2)

ESPIRAL-EN-AZUL