galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

GALICIA ES UNA NACIÓN

Las viejas crónicas de nuestra historia te lo cuentan así:

Habitaban los egobarros la mediamontaña del norte de Galicia y los oestrimnios el mítico monte Tecla. Los cigurros los valles de Valdeorras y el Macizo central. Y los albiones y zoelas, las montañas de Ancares…

Navegaban nuestros dos mares los ártabros; y los límicos buscaban el milagro del agua del gran lago de Antela. En el Pindo, los nerios adoraban al sol del Fin de la Tierra

Cito solo algunos de los más de cien pueblos galaicos de nuestras raíces, autores de las iniciales páginas de nuestra historia.

Eran los habitantes de nuestros castros y los dueños de las tierras fértiles y del ganado que libremente pastaba en este confín de los verdes prados.

Los pueblos galaicos son nuestro origen más lejano en el tiempo.

Lo son hasta que, en la Edad de Bronce, protagonizaron aquellas primeras batallas contra los invasores Saefes, los celtas; los hombres-serpiente, como los describió en imaginativas crónicas el inolvidable Ramón Piñeiro.

Sí, el paisaje más primitivo está en la media ladera, en lo que aún llamamos outeiros. Y desde él se alcanza el valle, por donde el río discurre para matizar las perspectivas de la Tierra. La ría, que genera una bahía mansa con puertos y playas de acuarela. O el mar, nostálgico, donde la mirada se pierde en el infinito.

Son todos lugares de sublime belleza, donde el tiempo escribió también  la historia de Galicia.

Los códices medievales indican, asimismo, que el paisaje medieval gallego está siempre dominado por el Castro, el origen de la vida organizada de esta Tierra verdescente.

Sobre los castros se elevaron las torres, fortalezas y castillos y, a la sombra de estos, nacieron las pequeñas leiras, las parcelas de la tierra cultivada que hacen posible la vida campesina. Y también se aforaron.

La Edad Media transforma a Galicia y cabalgan sobre su piel  feudales señores, de nobleza conquistada, absolutos dueños de provincias enteras. Son los Andrade, los Lemos, Pedro Madruga, los Altamira, los Trastámara

Se dedican a la caza, especialmente del jabalí y también  a la guerra. Porque esta es la época de los días militares contra el invasor y cuando se agiganta la leyenda de Santiago Apóstol, Hijo del Trueno.

Entre la leyenda y la devoción, se abren los caminos que desde Europa, atravesando las más altas montañas, llegan hasta Compostela. Vienen miles de peregrinos y surgen los grandes monasterios, que serán los centros culturales de los días medievales de Galicia.

… Hasta que los “Irmandiños” protagonizan la decadencia feudal.

A la revolución Irmandiña se debe la destrucción de las fortalezas, desde las que se cometían todo tipo de atropellos contra los indefensos burgueses y campesinos.

Casi un siglo ha pasado ya desde que los gallegos celebramos aquel primer Día Nacional de Galicia.  Fue la Asamblea de As Irmandades da Fala, la responsable de que cada 25 de Julio honremos a nuestro país. Porque nadie duda aquí de que somos, históricamente, un país. Tan país como esa Cataluña que quiere ser independiente o ese Euskadi que de momento no insiste en lo que ya dijo.

Aquella reunión se celebró en 1919, en Santiago, actual capital de Galicia y epicentro de casi todas las celebraciones. Porque es aquí donde confluyen todos los caminos. Crisol de culturas, cuna de genios y emprendedores. A donde llegan cada año miles de peregrinos procedentes de cualquier parte del mundo.

La fe nos invita a pensar que bajo su Catedral, una de las más impresionantes de Europa, están los restos  del Apóstol Santiago. La razón nos indica que el Santo no pudo escoger lugar mejor.

Por último.  Galicia ha elegido el camino del progreso, en el punto y hora en el que votó su actual Estatuto de Autonomía. El autogobierno y la integración española en la Europa de las regiones  han sido los factores más decisivos de esta innegable mejora social,  pese a la crisis del coronavirus en la que actualmente está inmerso todo el planeta. Para alcanzar el actual estado resultó básico tomar nuestras propias decisiones, en materia social y administrativa.

Los gallegos lo hemos notado en las nuevas infraestructuras viarias.  En la calidad de la enseñanza, desde los ciclos elementales hasta las universidades. En la mejora de la Sanidad pública y en el número de infraestructuras culturales diseminadas por todo el territorio… En la preservación de nuestro idioma y en todo aquello que, directamente, influye en la calidad de vida de los habitantes de esta tierra, calidad que nos proponemos conservar luchando contra la peor crisis.

También ha influido todo esto en esa puerta de la esperanza, que hoy encuentran abierta muchos miles de compatriotas sufridores de los avatares de aquel éxodo. Aquella gente “buena y generosa” que, desde Las Américas, nos legó el orgullo de ser gallegos.

Esperamos que el futuro inmediato nos devuelva el progreso iniciado hace cuarenta años, aquel 6 de abril de 1981, cuando se promulgaba la Ley del Estatuto de Autonomía de Galicia. Confiemos en que se esas voces disonantes que culpan a las autonomías del desgobierno y el derroche sepan distinguir el grano de la paja.

En este caso el grano es la historia que identifica a cada pueblo, dentro de un mismo Estado al que, por supuesto, los gallegos nos sentimos muy unidos. Pero nosotros, no hay quien nos lo quite, somos una nación. Eso no nos impide sentirnos orgullosos de pertenecer a una España plurinacional.