galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

GÉNESIS Y PAISAJE DEL HIMNO GALEGO

Esta semana me he subido al mirador atlántico, el que está por encima de los pinares de Ponteceso, para imaginarme al Bardo, de pié y con pluma en la mano, escribiendo el poema de nuestro orgullo galaico, el que hizo renacer al caudillo Breogán. A Eduardo Pondal le debemos no solo la letra de nuestro himno, nacido entre los poemas de “Queixumes dos pinos”, sino también la épica del pueblo sometido.

Porque el Himno Galego es para mí la composición más solemne y trascendental de Galicia como comunidad política, como país. Es el reflejo del ambiente social y cultural de una época y uno de sus más importantes testimonios.

Sin embargo se estrenó en La Habana, donde residía la comunidad más representativa de la intelectualidad gallega de finales del siglo XIX.

O Himno tuvo una difícil génesis. El promotor fue un linotipista devorador de libros de temática gallega; de su historia, su geografía, su lengua, las artes y las tradiciones. Llegó a tener más de 3.000 volúmenes en aquella época y todos, tras haber pasado por el Centro Gallego de La Habana, terminaron en la biblioteca de la Real Academia Galega que este ferrolano ayudara a fundar, junto a Murguía y a Curros Enríquez, en 1906.

José María Benito Fontenla Leal era un simple emigrante que llegó a Cuba de la mano de sus padres en el año 1874, cuando solo tenía diez años. Pero su grandeza como persona y su reconocible espíritu galeguista merecen el justo recuerdo y bien podríamos concederle la gloria que se le otorgó a otros personajes a los que aún llamamos por aquí padres de la Patria.

Fontenla hizo su primer encargo de un poema para O Himno a Manuel Curros Enríquez, por entonces también residente en la capital cubana; pero el poeta celanovense se sintió incapaz de tal creación.

Pero Fontenla siguió en su empeño. Se dirigió a Eduardo Pondal, al que puso en contacto con el músico mindoniense Pascual Veiga; de la unión de ambos creadores nació un poema épico con una música solemne que resultó ser el grito de liberación y el primer síntoma de que nuestro pueblo sabría conservar su cultura a pesar de las prohibiciones.

El estreno en La Habana, aquel 20 de diciembre de 1907,  fue algo más que el reflejo de la universalidad de nuestra cultura, impulsada por aquellos gallegos de corazón errante, en el que llevaban profundamente grabado su país.

Xosé Fontenla murió en La Habana, a los 55 años, de una enfermedad muy común entre los gallegos: “morreu de amor a Terra”. Ocurrió el 5 de diciembre de 1919 en el hospital Calixto García. Pobre y abandonado por aquellos cuya dignidad había defendido a lo largo de su vida. Porque no tenía dinero a Fontenla lo echaron del Centro Gallego y por ello no murió en el sanatorio La Benéfica, como casi todos los gallegos de la época. Sus biógrafos terminan todos con un lamento…

—- Quien había sido promotor de la Academia Galega y del Himno de Galicia terminó soterrado en una fosa común del cementerio Colón de La Habana.

Mejor será que hoy, segundo día del nuevo año, me pierda en la descripción de la tierra del poeta que escribía de pié; no vaya ser que me amargue otro viaje la memoria de quienes tuvieron la obligación de rendir respeto y tributo a la gente como Fontenla y nunca lo hicieron. Esos que miraban y aún miran nuestro mundo desde una confortable poltrona y nunca alcanzarán a ver con su escasa inteligencia las muchas cosas que hicieron país, al otro lado de este océano inmenso. Así que, te contaré cosas de esta tierra y de esta costa.

Corme es el mar. Pondal, el bardo nativo. La ensenada del Anllóns el paisaje que lo distingue. La Punta del Roncudo el  emblema de los mejores percebeiros del mundo. La cruz da Cova da Serpe, la leyenda…

Ponteceso es uno de los municipios de la Costa da Morte con mayor interés turístico, en el que hay que imaginar el paisaje leyendo a Eduardo Pondal,  el poeta de la raza,  y visitarlo siguiendo sus pasos.

Así descubrirás las dunas de Monte Branco, el encuentro del Anllóns con el mar en un paisaje inigualable, en  la ensenada de A Insua. Las playas y un mar de agujas en la Punta del Roncudo, cuna del mejor percebe. E incluso los verdes pinos que inspiraron los versos del Himno galego.

Dicen que aquí está el paraíso aunque para llegar a él haya que ir a propósito.

De las catorce parroquias de Ponteceso solo tres miran el mar. El resto son de interior y su economía tiene mucho que ver con el rural gallego. Donde antes había trigo, ahora hay hierba para el ganado y algunas zonas hortícolas para el autoconsumo.

Pero el interior es tan hermoso como la franja costera, con rutas de senderismo que nos sorprenderán, como la que va desde el monte da Garga, en la parroquia de Anllóns, hasta el refugio de Verdes, una de las maravillas del municipio vecino de Cabanas.

Ponteceso, la capital municipal y Corme, la capital pesquera, concentran la mayor parte de la actividad económica y en estas villas habita la mayor parte de la población.

Esta es tierra con mucha historia: el castro de Nemeño es uno de los más grandes de la comarca. La Pedra da Serpe, en Gundimil, cerca de Corme, es una buena prueba de los ancestrales cultos ofiolátricos prerromanos. Y entre Ponteceso y Corme aún quedan restos de la Per Loca Marítima,  la vía romana del comercio que recorría toda la costa desde A Guarda hasta la ciudad de Cruña.

Es decir, esta fue tierra habitada desde muy antiguo por las tribus galaicas y por los celtas saefes y en ella, los romanos, construyeron un puente levadizo sobre el río Ceso, que así llamaban al Anllóns.

Sus monumentos más interesantes son: la iglesia de A Graña, lo que queda del antiguo monasterio de Almerezo. Los románicos templos de Anllóns y Cores. Y las bóvedas de crucería de Cospendo, donde fue bautizado Pondal. Por cierto, el pazo del Bardo sigue en pié y lo habita un sobrino suyo.

Termino el viaje como me gusta: contemplando el mar inmenso al atardecer. A ver si la perspectiva y las sirenas que cantan bajo las olas me inspiran y puedo seguir peregrinando contigo a los santuarios de la belleza de Galicia.