galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

GENTE CON OFICIO

Te invito a reconocer el país a través de aquellos viejos oficios que aún nos permiten recrear nuestra propia historia social.

He viajado esta semana en busca de la artesanía de la tierra, desde el mar de Teucro hasta los bosques del ciervo; desde las islas de las gaviotas hasta la Ribera Sagrada; y desde la costa de la vida hasta el estuario magnífico.

Son más de cien los oficios propios de la Galicia más rural, que es también la más desconocida y hermosa. Y todos tienen raíces profundas en la tierra en la que crecimos.

Los  oficios son la memoria de aquel ayer no tan lejano y suponen hoy la recreación artística y etnográfica de aquellos singulares esfuerzos:

Canteiros de Poio, oleiros de Buño, ferreiros de Riotorto, palilleiras de Camariñas, fiandeiras de Zas, panadeiros de Cea, afiadores de Luintra, carboeiros de Castrelo do Val, arrieiros de Maside, campaneros de Caldas, telleiros de O Rosal, seitureiras de Calvos, guarnicioneros de Maceda, tecedoras de Parada, alabarderos de Melide, Redeiras de Cangas…

Queda en la modernidad de Galicia mucha gente con oficio, protagonista de los mitos que pueblan el paisaje. Permíteme que les rinda homenaje porque también son únicos…

   CANTEIROS

En la actualidad, los canteiros de Galicia son artesanos de la piedra, altamente cotizados en la construcción, a nivel internacional; pero  a ellos debemos también las más bellas piezas de nuestra arquitectura popular.

Los canteiros, labradores de la piedra, convirtieron en arte la artesanía, dejándonos una larga muestra de su saber hacer. 

En los cruceiros, hórreos, petos de ánimas e incluso en los pazos. También en las románicas iglesias y hasta en las fuentes más populares. Es decir, en los más bellos y típicos elementos etnográficos del país.

   OLEIROS      

El de oleiro es uno de los oficios más ancestrales cuyos orígenes se remontan a las antiguas tribus galaicas. Fueron  hallados restos prehistóricos de sus piezas cerámicas, pero  será en la Gallaecia romana donde alcance una mayor importancia este trabajo, debido a la invención del torno; sistema que actualmente siguen utilizando  los maestros artesanos de Buño, Gundivós o Niñodaguia, que dan nombre a la cerámica más popular de Galicia.

A los oleiros se debían las cazuelas, las jarras, las tazas o los platos con los que antiguamente se cocinaba. Hoy sus productos tienen un cierto componente decorativo y turístico.

    PANADEIROS

El panadero perdura en el tiempo por los siglos de los siglos. Hay en Cea alrededor de veinte antiguos hornos, alguno recuperado con fines etnográficos, que nos hablan de la importancia de este oficio en el entorno del monasterio más importante de Galicia; el de Oseira, donde los monjes nos enseñaron también a cocinar el pulpo.

Los panaderos de Cea son hábiles en la mezcla y el amasado, conocen perfectamente las características de la “capela”, que es donde se cuece el pan, sobre el “lastro”, el granítico suelo del horno que, con leña de carballo, alcanza las altas temperaturas que precisa el pan para su cocción.

Los panaderos de Cea convierten este proceso en un trabajo artesano. Por eso el sabor del pan que elaboran es excepcional. 

   TECEDORAS Y PALILLEIRAS

Tuvieron una enorme importancia en la Galicia costera y los valles próximos, los oficios textiles artesanales.

La artesanía del lino tuvo especial relevancia en los siglos XVIII y XIX, cuando el lino se plantaba en el país y se importaba de los países del Mar Báltico.

Hoy sobreviven por el entusiasmo de algunas asociaciones, en Baio, Manzaneda y Lourenzá, algunos talleres donde se sigue todo el proceso; es decir, el tascado, el peiteado, el fiado  y el tecido.

Se producen mantas, colchas, toalla, alfombras, chales e incluso trajes de un liño que cultivan las propias asociaciones, sobre todo la de Baio, en el municipio de Zas.

El encaje de bolillos es otra cosa; porque aún tiene mucho arraigo en Camariñas, Muxía, Vimianzo y otras poblaciones de la Costa da Morte. Dicen que tiene tanta magia como el propio paisaje.

Son cientos de mujeres de esta comarca las que dedican su tiempo a palillar y a las que se debe la conservación de este arte a través de los siglos.

A ser palilleira se aprende desde niña, generación tras generación; porque el encaje de bolillos aún hoy es un excelente complemento a los ingresos familiares.

La muestra del Encaixe de Camariñas y otras iniciativas municipales y de las asociaciones, han revalorizado este producto artesanal que se vende en toda España.

     FERREIROS

En las casas y en aquellos carros cantores de los que tiraban bueyes -que hoy nos parecen tan ancestrales como los bueyes luparios de la tradición xacobea- es donde más se notaba el trabajo de los ferreiros de antaño.

También fabricaban todos los utensilios agrícolas y los elementos necesarios para el herraje.    

El ferreiro de hoy aún trabaja el hierro en la forja, a la que se añade el fogón y el barquín para avivar el fuego.

Actualmente los ferreiros se dedican a la artesanía y sus trabajos se utilizan como elementos decorativos. 

     AFIADORES

Es oficio de aventurero, errante y soñador. De gente dispuesta a recorrer mundo con todo su equipaje metido entre las bolsas de una rueda, compañera inseparable de camino y emigración.

El primer viajero ourensano que llegó a Buenos Aires, en el siglo XIX, era un afilador de Luintra, capital de Nogueira de Ramuín, tierra de afiladores como indica el monumento que hoy preside la plaza principal del municipio.

El afiador afila cuchillos, navajas y tijeras, pero también es paragüero y recompone cazuelas y toda suerte de utensilios del hogar.

Tiene idioma propio, el barallete, y mucha chispa, que es tanto como decir, mucho ingenio.

    CARBOEIROS DE TURGUEIRAS DE XESTA 

El oficio de carboeiro tiene mucho que ver con otro, el de ferreiro. Cuando abundaban las forjas en los valles próximos al Invernadoiro de aquellos montes salía tanto carbón como madera.

El carbón vegetal lo fabricaban los carboeiros abriendo un agujero de medio metro de fondo y unos dos metros de diámetro en el suelo del monte. En él quemaban las raíces de los torgos o turgueiras, arbusto abundante en las zonas más altas de Castrelo do Val. Para conseguir el mejor carbón, había que tapar las brasas con tierra para que se apagasen por sí mismas…

Una vez logrado el carbón, lo metía el carboeiro en sacos y lo llevaba hasta las villas y pueblos próximos a lomos de burro o de mula, para vendérselo a los ferreiros.

Este oficio se extinguió pero aún queda gente con iniciativa dispuesta a ponerlo en valor el día de las fiestas patronales.