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HERMANOS. Un relato de Andrés Rojo Torrealba*

«El Abrigo del Silencio», de Carmen Salamanca

            Gómez, López y Pérez eran tres hermanos, hijos de don Fernando Urruticoechea Del Bosque, casado con doña Blanca Errázuriz Wilkinson, un descendiente de vascos sin fortuna que llegó a Chile buscando hacerse la América y quien consideraba que los apellidos que legaba a sus hijos ya eran suficientemente rimbombantes como para cargarlos además con nombres que hicieran juego con los Urruticoechea y Errázuriz.

            A modo de hoja de ruta para la vida, quiso ponerles como nombres algo que les impidiera creer que eran algo que no eran y que, en cambio, les hiciera andar por la vida con los pies bien firmes en la tierra.  Y así fue que fueron Gómez, López y Pérez Urruticoechea Errázuriz.

            Doña Blanca, por el contrario, no compartía para nada la decisión de su marido, de modo que cuando murió este quiso cambiar los nombres de sus hijos por los de Fernando, Hernando y Hernaldo, pero cuando ella también falleció a su turno Fernando volvió a ser Gómez Urruticoechea, Hernando retornó al López Urruticoechea y Hernaldo al Pérez Urruticoechea.

             Sería fácil terminar sumariamente la historia de los hermanos Urruticoechea Errázuriz diciendo que fueron felices y comieron perdices, pero ni la vida es fácil ni las perdices tienen nada que ver con la felicidad.   Quizás sería mejor un buen asado y el cuerpo de una mujer, o un hijo dando palmadas en la espalda dando las gracias cuando se llega a la vejez.  Incluso un padre en el lecho de muerte declarando su orgullo por su descendencia, pero nada de eso rima con gentes felices como lo hacen las perdices.

            Cuando llegó el momento de tomar las grandes decisiones de la vida, Gómez, el mayor de los tres, se hizo derechista furibundo, suponiendo que sería lo que su padre hubiera considerado correcto y las emprendió con la promoción de las grandes haciendas y la defensa de los poderosos empresarios.   López, por el contrario, se hizo izquierdista frenético, argumentando que era lo que hubiera deseado su madre, siempre tan sensible al sufrimiento de los pobres y se dedicó a buscar la forma de igualar las posibilidades de oportunidades para todos, redistribuyendo las riquezas de los ricos en favor de los pobres.

            Pérez, en cambio, el hijo del medio, preocupado por la capacidad de sus hermanos por dejarse llevar por las utopías de moda, siempre tan cambiantes, prefirió trabajar concienzudamente para forjar la fortuna familiar que el padre no les dejara.   Decía que lo único que valía en la vida era el trabajo y la dedicación para aprovechar los talentos que Dios les da a todos, sin fijarse en sus apellidos.

            De esa manera, cuando vino la revolución, Pérez pudo apoyar a Gómez y a su familia cuando sus industrias fueron confiscadas en nombre de las necesidades populares, y cuando vino la contrarrevolución y los revolucionarios de antes fueron los perseguidos supo ayudar a López a huir del país para salvar su vida y, años después, para regresar y poder instalarse con un pequeño negocio que fue creciendo con mucho esfuerzo.   Mantenerse al margen de las disputas le permitió a Pérez conservar amigos en todos los bandos necesarios como para poder auxiliar a sus hermanos cuando fue necesario.

            La vida fue y vino tantas veces que el apellido Urruticoechea ocupó muchas veces los titulares de la prensa, con uno y otro nombre, de buena y mala forma, pero siempre presente porque si algo no se podía decir de los hermanos era que pasaran desapercibidos.

            Para evitar que estas habladurías se extendieran a las siguientes generaciones y que el público pudiera hacer mofa de ellos, a medida que fueron teniendo hijos insistieron en que fueran bautizados con nombres que no tuvieran nada de risibles y el apellido comenzó a salir de los periódicos de la misma manera en que los propios hermanos fueron retirándose de sus actividades públicas.

            De esta manera, y con el paso del tiempo los tres hermanos -con sus tres ex-esposas, sus tres nuevas esposas y los tres hijos que cada uno de ellos tuvo con cada una de ellas, dando un total de 18 nuevos Urruticoecheítas que pronto eran ya los señores y señoras Urruticoecheas- llegaron a un punto en el que ni sus familias los necesitaban ni ellos querían seguir preocupados de los demás, por lo que decidieron que ya estaba bien de tantos desvelos y quisieron marcharse de la ciudad.

            Conscientes de que no podían imponer una decisión de tal relevancia a sus hijos y a los nietos que ya amenazaban con asomar sus cabezas al que para ellos era un nuevo mundo, los tres hermanos se reunieron para resolver qué hacían.   López propuso que se marcharan a alguna de las islas del sur, en donde siempre hay tanto por hacer y donde la persistencia vasca podría favorecer enormemente la colonización de las selvas que permanecían aún vírgenes.

            Gómez consideró que el proyecto era demasiado radical y que si López quería hacerlo era completamente libre para renunciar de tal manera a la civilización, pero él pensaba, más bien, en una parcela no demasiado grande ni demasiado lejos de alguna ciudad de mediano tamaño, de manera que, en caso de necesidad, pudieran pedir ayuda.  Había que recordar que no eran ya tan jóvenes, les explicó.

            Pérez, que siempre era el último en hablar y al que sus hermanos habían aprendido a encontrarle la mayor parte de las veces la razón, argumentó que lo mejor era que permanecieran unidos, ya que renunciarían a todo para emprender la que probablemente sería la última aventura de sus vidas y propuso, a modo de cierre simbólico de su paso por el mundo, que regresaran a la tierra de su padre, en Bilbao.

            Como el asunto fue acordado sin dilaciones, fue cosa de días que los tres hermanos Urruticoechea Errázuriz llegaran al aeropuerto de Bilbao, cosa de semanas que se instalaran gracias a sus ahorros puestos en un fondo común en una casona de la ciudad de Uribe, pero sólo fue asunto de horas después que llegaron a Barajas y tomaron un vuelo a Bilbao para que descubrieran que la felicidad no consiste en las perdices sino en el bacalao y la merluza con salsa bilbaína o vizcaína.

            De esta manera fue que les escribieron a todos sus familiares y amigos diciéndoles que habían encontrado el paraíso y que aunque había una receta para disfrutar del edén sin necesidad de moverse del terruño, ellos al menos no volverían.  

* Andrés Rojo Torrealba es escritor y chileno

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