galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

HUBO PEORES CUARENTENAS

Para los quejosos de siempre: lo crean o no,  todo tiempo pasado fue peor para nuestra especie. Somos unos privilegiados. Apenas cien años atrás este virus nos hubiera fulminado a la mayoría. Algunas aglomeraciones para pedir la clemencia de Dios se convertían en grandes focos de muerte y contagio.

Por J.J. García Pena

Los amuletos servían de consuelo y las pócimas eran experimentos sobre la marcha, necesarios ante tanta ignorancia. Se seguían asentando, eso sí, las bases de la farmacología. Tuvimos que aprender desde cero.  

Por lo menos ya nos habíamos dado cuenta -inteligencia no nos falta- de que aislar a los enfermos era parte de la solución. Empíricamente y sin entender muy bien el por qué, descubrimos la efectividad relativa del aislamiento  durante cuarenta días bien contados. Había nacido la Cuarentena sanitaria. Esa práctica preventiva se extendió a todo el mundo, cubriendo extensos períodos históricos hasta hoy.

En Montevideo, al fondo de su bahía, los esclavos que habían sobrevivido a la travesía desde su captura en África y tras un remojón higiénico en la playa hoy llamada de Capurro, eran puestos en cuarentena en barracones de sus proximidades, a la espera  de su exhibición y venta en la plaza de la Iglesia Matriz -hoy Catedral Metropolitana- o de ser  derivados a Buenos Aires u otros lejanos destinos virreinales, como Chile o Perú. 

A la salida de misa, si un  devoto comprador se quejaba del alto precio de la mercancía exhibida, se le recordaba que ello obedecía a las claras y sencillas  leyes del mercadeo: el barco negrero partía repleto de carne sana;  y aún «con el favor de los vientos y de Nuestro Señor», llegaba a destino con una gran merma. 

La venta de mujeres -obviamente no se importaban sino jóvenes- dejaban mejores dividendos que la de varones. El sensato y práctico criterio aplicado  era similar al ponderar los vientres ganaderos: mujer y vaca, además de otros beneficios colaterales, multiplicaban su descendencia y enriquecían rápidamente al  adquiriente.

Los africanos fueron los únicos «inmigrantes «contra su voluntad llegados al Río de la Plata. La Corona, desde los tiempos de don Cristóbal El Terco, tenía prohibidísimo usar nativos en régimen de esclavitud.  

Debéis tratarlos en un pié de igualdad con vosotros, puesto que, nacidos en las agora mías tierras, vasallos míos son, como vasallos míos  sois vosotros mesmos».

Solo podían ser «reducidos y catequizados» para, «apartándolos de la idolatría hereje«, salvar sus almas.

Los negros, por ser hijos de Caín, aquel que mató a su hermano, carecían de alma y eran otra cosa.

Ante el reclamo de mano de obra gratis de los colonos  españoles y portugueses, el Papa de turno bendijo, beatíficamente, el trasiego forzoso de millones de infelices a las colonias.

Los portugueses, viejos  explotadores  de colonias en África,  tendrían la exclusiva del redondo negocio de la mano de obra baratísima… porque tenían la vaca atada: la captura y stockeado en sus posesiones de la mercancía para el inminente envío a destino en su propia flota trasatlántica. 

Los godos, usando los cuerpos permitidos, fingían respetar las vetustas e imprácticas amonestaciones de Fernando de Aragón.

El Papa vaticano, encantado del resultado de su honrado arbitraje,  encargaba frescos,  marmóreas obras de arte, crucifijos y anillos de oro al por mayor, «para mayor gloria de nuestra fe«. 

Y todos felices.

—- Bueno… los morenos no tanto.

—- Pero como los pobres  ni alma tenían…

Cierto que en su tierra, presa fácil de tratantes de esclavos también para consumo interno,  no lo pasaban mejor. Pero al menos tenían cerca sus dioses tribales y las cenizas de sus antepasados.

Los inmigrantes «blancos y  voluntarios», ya en en siglo XIX, y previo a su arribo a tierra firme, eran puestos en cuarentena en el lazareto de la Isla de Flores frente a Montevideo, con todos los avances,  alojamientos y filtros  sanitarios de la época, que incluía desde amplios comedores, dormitorios y enfermería,  hasta un pequeño cementerio y , algo más tarde, su crematorio.