galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

¿IGUALDAD FORZOSA O JUSTICIA PLENA?

Por J.J. García Pena

El ansia comprensible de igualar derechos puede conducir a generar nuevas posiciones extremistas, tan potencialmente malas como lo fueron y son las viejas conocidas. Todo extremismo niega su parte a la razón objetiva. Blanco o negro. Niega los grises y hasta el deslumbrante prisma del  arco iris.

Hay cosas por el momento inmutables: ni amanece  por occidente, ni la mujer produce semen ni el hombre  óvulos. Por tanto, situar a estos últimos en un mismo plano de igualdad forzosa, sería como  ponernos a la obtusa altura de los terraplanistas o los negadores del holocausto judío.

Reconocer la desigualdad física y actuar en consecuencia, no implica desconocer la necesidad de proteger a todos los humanos por igual. De hacer justicia. Ante un grupo de niños de entre tres y trece años, no es razonable  vestir a todos con idéntico talle de ropa, bajo el ridículo pretexto de ser tildados de discriminadores, en caso contrario. El sentido común, la razón, nos obliga a actuar con proporción y justicia,  obviando la imposible igualdad de los talles.

Ello no significa vulnerar derechos,  sino todo lo contrario y todos lo entendemos.  Lo mismo ocurre con el reordenamiento social, con la Justicia, a secas. Aplicando tal imprescindible justicia (desconocida hasta ahora) acorde a la personalidad de cada  individuo,  estaremos ejerciendo el verdadero respeto por  la individualidad , base de una sociedad futura y razonablemente feliz, la cual se  ajustaría ,casi de forma automática, -o al menos naturalizada-,  a  la peculiaridad de  cada persona, dado que, en el conjunto, se les aseguraría la misma calidad de  protección y amor a todos sus diversos  miembros. 

Algo nunca visto, claro está,  pero posible.

«No caigamos en la nueva hipocresía de repetir que mujeres y hombres  somos iguales.»

Las mujeres y los hombres, nos guste  reconocerlo, entenderlo  o no, tenemos organismos diferentes, aunque  complementarios. Ambos somos igualmente validos espiritualmente y ambos debemos tener derechos a ser  respetados y defendidos en nuestra maravillosa diversidad. Pero no caigamos en el error de crear un mundo en que seamos tratados como si fuésemos idénticos, porque, evidentemente, no lo somos..

Los extremos se suelen parecer y con frecuencia reproducen  lo negativo de sí mismos. Dar por hecho una igualdad forzada sin tener en cuenta a la propia Naturaleza, sería tan nocivo y retrógrado  como lo es la bárbara ignorancia en  que hemos vivido hasta ahora.

A las mujeres les hemos otorgado un rol de segunda fila, infamia que debemos «agradecer» a la «educación» heredada de nuestros patriarcales ancestros. Ellos (mucho más limitados que nosotros, que aún nos afeitamos) tuvieron sus motivos para actuar así. 

Pero nadie en su sano juicio podrá negar que hoy  no podemos seguir rigiéndonos por parámetros milenarios. Cuando el pueblo hebreo vagó por el desierto durante cuarenta años,  no teníamos vehículos de exploración en Marte, no existían los drones, ni el GPS, ni la chatarra cósmica.

—– Ni siquiera jugábamos al fútbol.

Ninguno se sentiría a gusto en un mundo donde se nos obligase a una igualdad irracional, tan irracional (lo entendamos o no)  como la bestialidad de quemar mujeres acusadas de «brujería». La mujer, orgánicamente, está dotada, hasta en el último detalle biológico,  para llevar y bien lograr un ser engendrado en su vientre, maravilla totalmente negada al varón. El hombre, en ese trance vital,  no es más que un invasor circunstancial de su intimidad. Su función se reduce a la fecundación del óvulo, previamente existente en la mujer.

Cualquier hombre puede fecundarlo.  Pero el óvulo sólo es de la mujer, de cada mujer.

Un hombre puede fecundar a varias mujeres en un solo día, pero la mujer solo puede ser fecundada por un solo hombre en ese mismo lapso, aunque la invadan cien. No caigamos en la nueva hipocresía de repetir que mujeres y hombres  somos iguales.

Nuestra especie es maravillosamente diferente a las demás. Y, dentro de sí misma, diferentes e igualmente valiosos son sus individuos. Valiosos a pesar de  (o gracias a) sus innegables diferencias.

Razones para entenderlo sobran y están a la vista de  quien quiera ver…