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JOSÉ MARÍA BARREIRO

80 AÑOS Y UNA ETERNIDAD FELIZ

Por Alberto Barciela

La edad no es tiempo. En realidad, uno tiene la de su memoria o la que alcanzará su obra. El pintor José María Barreiro cumple 80 años con la lozanía de saber un creador de eternidades, de dibujos, de pinturas o de esculturas, que adquirirán el tono sentado y suave que da la existencia a las obras y a otros objetos antiguos, en su caso una pátina de excepcionalidad. 

El arte es un bien necesario y por lo mismo perdurable. La escritura, la pintura, la música, son destinos ciertos de la evolución, camino de lugares exactos por definitivos. En la indagación de la belleza está la búsqueda del ideal o de la armonía. En cierto modo un inventor solo puede serlo de certezas, aunque resulten abstractas. En cada hallazgo hay mucho de emoción e inteligencia.

El misterio de la vida  puede que sea secreto, pero la prospección cultural, con sus excavaciones artísticas, tiende a la plenitud, trata de comunicar ese enigma esencial, no con la exacta creación, sí con la justificación de la vida misma en un momento determinado. La curiosidad existe en la persona, el autor aporta sus muescas, sus conclusiones al admirador. Público y artista se mueven en tiempos distintos, en planos seguramente desiguales, con sensibilidades matizables. A todos compete la pesquisa misma de lo esencial, el rastreo del arca con la verdad definitiva, primera y última. Los caminos se llenan de matices, de interpretaciones y de aleatorias posibilidades. El virtuoso aporta la activación de la mente de los espectadores y todo avanza cada vez con menos precariedades.

Al vivir, el ser humano ya construye una cultura espontánea, al convivir participa de otra colectiva. Para adornarlas crea o acepta propuestas geniales, se entretiene con espectáculos o exposiciones, en tanto se impone adivinar su futuro con la magia o la religión, reservándose una esperanza superior a cualquier otra utopía: la aspiración a la inmortalidad. Un acto creativo elevado supone un aporte, una ruptura con los convencionalismos y ejemplariza una posibilidad de trascendencia única.

¿Cuántas veces más indagaremos sobre los mismos temas recurrentes, sobre el valor redentor del arte, sobre la decadencia física, sobre la esperanza, sobre la posibilidad de la eterna juventud, sobre la gloria? Llegaremos a nuevas conclusiones parciales, subjetivas, redentoras, a nuevas justificaciones y esperanzas, quizás a nuevas religiones, menos historicistas y melancólicas, a renovadas utopías diversas, a drogas estimulantes y soñadoras, pero solo en las consecuciones talentosas, muchas exhibibles, algunas enmarcables o elevables en pedestal, otras leíbles, etc., encontraremos rasgos de pervivencia de lo sustancial.

Evocar el arte, reincidir en su comprensión y disfrute, supone entender la inspiración enigmática y la fracción del mensaje trascendente que conlleva. Quizás exista una maestría feliz y precisamente puede ser la que nos propone  José María Barreiro, una persona, un dibujante, un pintor, un escultor, un coleccionista, un compositor y un amigo excepcional y admirable, que ha aportado luz y color a nuestras vidas con la sencillez aparente de trasladarnos un atardecer sobre la bahía de Cela.

El tiempo no envejece, transcurre con placidez. Tras los artistas cumbre se aboceta un sol de permanencia, su obra.

Un apunte final, un deseo. Salud y hermosos días para el genio. La felicidad residirá ya para siempre en sus obras pasadas, presentes y futuras, ya perennes. Eso creo.