galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

“JUAN COPETE”, FLOR DE TRES SIGLOS.

Por J. J. García Pena

Fue don Francisco Acuña un empleado público montevideano cultísimo, de gran ingenio para las letras, sexualmente adelantado y desprejuiciado, increíblemente lúcido, obsecuente, acomodaticio e insólitamente camaleónico.

Si debiera, forzosamente, definirlo  en una sola palabra,  aún a riesgo de cometer injusticia con sus muchas virtudes, creo que ningún otro término o rasgo de su peculiar personalidad lo pintaría mejor que el de veleidoso. 

Compuso odas pomposas -a veces escandalosamente antagónicas-  para todo triunfador sobre los sitios de la amurallada Montevideo, una vez acabados los tales, claro.

Se diría que era un sastre de altísima costura confeccionando un traje de gala a la medida de su admirado de turno.

Sin embargo, nadie como él nos dejó descripciones más vívidas del día a día intramuros  en la  cíclicamente acosada  Montevideo.

Duros días  que le tocaron al vate en suerte o desgracia vivir y sobrevivir.   Gracias a su prolija metodología de bibliotecario, podemos reconstruir el ambiente sofocante, luctuoso y famélico de la castigada población. 

Sus relatos puntillosos, verosímiles y descriptivos, los considero el mejor aporte, proveniente de una sola persona, a la reconstrucción histórica de buena parte de nuestra joven república.

Esos relatos nada tienen de socarrones, píos, épicos, genuflexos, impúdicos ni grandilocuentes, recursos tan frecuentes en la dialéctica de Acuña.

Creo que en ellos Figueroa nos muestra, desnuda, su alma de hombre sensible, alma que solía ocultar tras un telón  de oropeles, musas importadas y absurdos cantos helénicos , cortados por pedido e hilvanados a medida.

Fue tan abundante y variopinta su obra, que podemos encontrar, rebuscando entre plumajes, laureles, sedas y oro falso, ejemplos de su sencillez, perspicacia y observación crítica de la pacata sociedad de su tiempo.

Cuando leemos y releemos el contenido de su “Juan Copete”, nos invade la inquietante sensación de que pudo ser escrita esta madrugada por un periodista honesto y filtrada viralmente para que nos la encontremos en la pantalla de nuestro ordenador, compitiendo página con  un acerado batracio cibernético: un futurista y presentista auto multibios.  

Si tenemos en cuenta que “Juan Copete” fue escrita a mediados del siglo XIX,  tal vez se nos atragante el desayuno en el esófago al reflexionar lo rápido que avanzamos técnicamente, pero lo renuentes que somos en avanzar moralmente. Lo que vamos siendo  y lo que queremos -y debemos- dejar de ser. 

Estoy seguro de que el rechoncho y miope Francisco imaginaba que, más de cien años después, habitaríamos un mundo moralmente superado… ¡Qué desengaño sufriría al vernos! 

En los años setenta del siglo XX, Alfredo Zitarrosa le puso voz y música a los versos de Juan Copete, y alteró, leve pero significativamente, el estribillo al final de su interpretación.  

Hoy, andando el siglo XXI, creo que la conjunción de estos dos uruguayos, Figueroa y Zitarrosa, separados por un siglo y unidos por el conocimiento de sus respectivas sociedades, es un acierto. 

Ahora, disfrútenlo y júzguenlo ustedes.