galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA ESPAÑA DE AYER Y LA ESPAÑA DE HOY

Por J.J. García Pena

Español de mi quinta, querido hermano:

                                                                         Tanto ha cambiado -para bien-  España y en particular Galicia desde que dejó de enviar a sus hijos hacia Pobramérica que,  por suerte,  sus muchachos actuales difícilmente puedan entender, sin una explicación previa, la fenomenal metamorfosis operada en estos últimos cincuenta o sesenta años.

Me dirás y  con razón, que aún deja perderse parte  de su mejor «generación cualificada», que el milieurismo, que la cuenta de luz, que las miserables pensiones, que el empleo precario, que los inmigrantes, que  los okupas, que si yo soy fascista entonces tú eres golpista, que…

—- ¡La ostia! Dejen de quejarse y aprendan a escucharse, por favor! No hablen todos a la vez, faltándose flagrantemente al respeto como los observo desde mi Pobramérica todos los días. Y no sigan  confundiendo  tener un máster con ser educados.  Eso no es más que  trastocar por pura ignorancia,  serrín con pan rallado.

“Venceréis pero no convenceréis”

Las ideas las imponen la razón o la fuerza bruta, pero solo se sostienen y perpetúan sobre el respeto mutuo. Y el respeto, como la educación,  no lo otorga un título comprado, ni siquiera  ganado en buena ley, sino la conciencia que tengas del derecho que asiste «al otro», y la de tus propias fronteras  éticas.  Probá a  ponerte, durante unos minutos de respetuoso silencio y sincera  atención, en su lugar.  Mirálo a los ojos, sin mofarte de sus argumentos, sino interesado en conocer su alcance.

Si conseguís escucharlo atentamente sin interrumpir su monólogo hasta que lo haya agotado, quizás no lo habrás doblegado, pero habrás dado el primer paso en  el largo camino de la aceptación, por » los otros», de tus propias  ideas… si son tan nobles como vos presumís que son. Eso es empatía, la base de toda relación humana sana y duradera. 

Así que, si querés que ellas, tus ideas,  ganen espacio y perduren, tratá de ser amable con tu ocasional adversario. Mañana puede ser tu aliado, si tus razones demuestran que valen más que tus desplantes y zancadillas. Jamás lograrás convencer a nadie de salir de su error mediante el escarnio o la sinrazón.

Creo que fue don Unamuno el que, frente a uno de los tantos fascismos habidos en los dos últimos siglos, nos enseñó:

—- Venceréis, pero no convenceréis.

Te repito que te entiendo y te reconozco  razón, porque la tenés. Aunque no toda. 

Yo también  estoy de tu lado del mostrador, no del lado del gobierno de turno. Que ninguno nos conformará a todos por igual, es cosa sabida. Pero mientras, en vez de tiranía o dictadura de cualquier signo, haya democracia,  aunque fuera renga y contrahecha, cada pocos años podremos  optar por el mal menor o, durante todos ellos, corregir las propias leyes que nos dimos entre todos. Por suerte está en nuestras manos su mejora, a pesar de todo.

—- El voto legal nos protege y obliga a todos. 

Desde cerca verás muy bien un solo árbol, pero solo desde lejos verás el bosque entero.

Volverán a tu memoria en alas del No-Do

Una de las mayores diferencias entre aquel doloroso y prolongado pasado español y este imperfecto pero alentador presente, es que, en general, la juventud que emigra de España está infinitamente mejor formada que aquellos «indianos»  obligacionales. Es decir, vocacionales por obligación. Hoy nuestros españolitos for export, actualizados y  con sus infaltables herramientas audiovisuales en ristre, nunca experimentarán, por suerte,  el alcance emocional que entraña la palabra «morriña». Saben que, cuando mucho,  en pocas horas pueden estar, mejor o peor,  de nuevo en casa.

—- Por eso te mirarán extrañados,  entre burlones y dudosos, cuando  les digas que hasta pasado más de medio siglo XX otros españolitos de su misma edad, demorarían semanas o meses en desandar el mismo trayecto…

Ellos no lo saben, pero vos, que ya peinás  canas, recordá cuando tu mejor (por única) e infumable red  social se resumía a los minutos en que el régimen  en que naciste y creciste batía el falso parche de cuán bien y decente  andaba todo bajo su sabia conducción.

Vendrán a tu memoria, en alas del NO-DO, las hazañas de un  pacífico y afortunado pescador de caña y certero cazador de perdices  en tierra, cuán temerario lobo de mar sobre el Azor… remolcando cetáceos ya arponeados.

Tras tanto ejercicio cinegético,  se ocultaban los barcos partiendo desde Vigo y A Coruña cargados con generaciones de españoles que ni  sospechaban que, afortunadamente, serían los últimos «indianos» morriñentos. 

—- Europa, aún estaba restañando las heridas  de su reciente barbarie, pero les quedaba más a mano…

Luego realizaron, entre todos los españoles, el mayor logro en la historia de España. Certificaron, cual  hijos ante su Adn, lo que siempre habían sido: europeos, ahora  de pleno derecho. Vos lo viviste, yo me lo perdí.

Cuando me alejaron de ella aún la llamaban La Cenicienta de Europa. A pesar de ello, lejos de sentir vergüenza,  siempre sentí amor y orgullo por nuestra patria, tan desgraciada como diversa. Conjugué a  Galicia en singular y a España en plural  y las defendí como pude y supe en toda ocasión en  que pretendieron mancillar su nombre; de niño con los puños y  ya de hombre con mis razones,  herramientas más efectivas que la brutalidad y el fanatismo.

—- Una cosa es un Administrador  de Turno  y otra bien distinta es una Patria.

Entre los objetos que partieron conmigo de ella me  traje atesorado un libro recién comprado en A Coruña. Su nombre lo resumía todo: España, mi Patria. No es perfecto. Ni siquiera completo. Nada lo es. Pero no falta ni una región de las muchas que componen su cuerpo admirable.

En sus páginas, mil veces consultadas en la nostalgia,  aprendí que  ser español es aceptar a mi patria como un todo, como aceptaría la casa heredada de mis ancestros, con sus amplias habitaciones, sus goteras  y sus rajaduras, sus ventanas apolilladas y sus muros protectores y desconchados. Es mi deber y mi derecho mantenerla y engrandecerla para mis hijos. La patria, como un hogar, es para vivirla, para disfrutarla, para ajustarla a nuestro talle, para defenderla, no para velarla inerte. Eso es tarea de museos.

Yo  albañilearé,  yo cerraré huecos innecesarios y practicaré nuevas aberturas, tenderé puentes y balaustradas, si fuese menester. Yo la pintaré y llenaré sus aires de mi música preferida. Yo, en suma,  la mejoraré. Pero, aún cambiada y radiante como  de estreno, seguirá siendo mi casa familiar. Cada una de sus estancias es necesaria, importante y bella en su singularidad.

 —- Si arriendo o vendo  cada una de ellas por separado, dejará de ser lo que es: un hogar,mi hogar . En él están  mis raíces, las mismas que nutren  la sangre que me recorre.

«Los periódicos festejaban las capturas de cachalotes hediondos”

Reconocerás sin dificultad nemotécnica  y por simple comparación,  que este asombroso cambio fue posible   gracias a las dificultosas conquistas políticas de la mayoría de los españoles,  a pesar de sus eternas peleas intestinas y corrupciones que cada tanto afloran.  

—- Es decir que, ahora, siempre hay alguien sacando a luz los trapos sucios de tal o cual partido.

Hoy en España, gracias a la imperfecta democracia,  se descubren y extirpan  tumores que antes mataban, no al que los portaba si no a sus hambreados vasallos. Que los ladrones de cartera  y terno  sean descubiertos y engayolados es una de las mejores noticias que puede producir  un pueblo, cualquiera sea.

No hay más que consultar las hemerotecas para constatar que en los desgraciados años de posguerra y hasta el advenimiento de la frágil democracia española, jamás se destapaba ninguna olla podrida de padrino conocido.

—- ¿No existían, simplemente? ¿O… existían  (tanto como las ocultadas agresiones machistas) y no nos enterábamos o , temerosos, mirábamos para otro lado?

A nuestra Marisol, la niña que nos enamoró, la manoseaban los ojos pervertidos de protegidos por el poder. Lo sabemos por ella misma, asqueada,  hoy. Pero ocurrió hace más de medio siglo.  Hoy, maduros institucionalmente, los españoles no toleran corruptos. ¿Es que hay más que antes? No lo sé. No existen estadísticas cotejables.

Solo debo suponer que si. Porque, si a lo de mono ladrón le añadimos la impunidad del poder absoluto,  tenemos el robo perfecto.

Hoy, casi  nadie apaña  a los Miguelianos. Ayer nada de negociados, componendas, corruptelas y prebendas  civiles y religiosas. Nada de curas pederastas, diputados y ministros  manolargas, ni monjas tratantes de niños recién nacidos… y no tan recién.

Nada de tales horrores aparecía, ni por descuido, en aquellos mismos folclóricos periódicos que, entre bailaoras y peteneras,  festejaban las heroicas capturas de cachalotes hediondos.

—- Porque la nuestra  ¿a qué negarlo?, era una sociedad de mierda.

No obstante, pocos lo percibían, porque  el nauseabundo ambiente  era encubierto, bajo palio, mediante cirios, plegarias y las volutas incensarias del «botafumeiro».

“Nuestros muchachos deben conocer sus raíces”

La historia, no los cuentos, deben relatarse sin concesiones interesadas,  con crudeza si fue cruda, o con alegría si acaso  fuese insólitamente divertida.

Esas enormes diferencias entre el ayer y el hoy español, debemos transmitírselas a nuestra juventud, a nuestros pibes y botijas, mozas y mozos, rapaces y rapazas. Para que sepan  distinguir y valorar las conquistas, nunca gratuitas,  de unas generaciones sacrificadas en beneficio de las siguientes. Para que no los engañen los falsarios traficantes de votos  con consignas pensadas para enfrentar, artera y artificialmente, de nuevo, a  españoles contra españoles. Para que sepan por qué, a pesar de todos los pesares, son de las generaciones menos desgraciadas de todas las habidas en nuestra patria.

Pero para amar y respetar debemos conocer, previamente, el objeto de nuestra devoción afectiva. Debemos educarnos. Nuestros muchachos deben conocer sus raíces aunque sean retorcidas,  poco gloriosas y nada glamurosas, por cierto.

Es posible que cuando alguno de ellos escuche de ustedes, o lea por un casual estos versos que un muy  lejano día  tuvieron razón de ser, no entiendan ni  jota de lo que están oyendo o viendo. Ha de ser tarea de nosotros, sus mayores,  el  revelarles  que no siempre el pueblo español necesitó ir al gimnasio, ni seguir la dieta de la luna ni la manzana para perder kilos.

—– ¡Los perdía con una naturalidad asombrosa!

Nadie se moría de anorexia ni de bulimia. Simplemente no había con qué. La infelicidad usaba otros alias…  

As rapazas d´A Coruña (non é unha, que son todas), botan dous pares de medias pra facer as pernas gordas…

Dale, ahora te toca a vos. Explicáles  a nuestros muchachos y a algún veterano olvidadizo,  de qué  tratan esos viejísimos versos, pretendidamente jocosos. Quizás los ayude a ser más agradecidos con sus mayores y, por tanto,  más felices o menos infelices al saberse, por cotejo y descarte,  tan bien tratados por la vida.