galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA MEIGA QUE VENCIÓ A LA MUERTE

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Por Rosa Alonso

Hace muchos años, una enfermedad asoló todas las riberas de mis dos mares y nadie podía detenerla. Las personas morían a cientos y ninguna meiga podía  frenar su avance.

En un viejo molino, en medio de las fragas más frondosas de la alta montaña y en la parte más inaccesible,  vivía entonces la meiga más hermosa y sabia de la comarca. Hasta ella y guiada por la desesperación llegó una joven madre con su bebé, infectado y moribundo, en sus brazos.

La puerta estaba abierta. La joven penetró en el molino. La buena Meiga parecía estar aguardándola y tomó en sus brazos al niño. Luego, de una esquina, recogió un saco de arenilla de piedra lumbre.

Hicieron juntas el camino de la montaña al mar, pero…

—– Has de recoger todo cuando yo te indique a lo largo del trayecto.

Así, un guerrero cortó una rama pequeña de roble y se la entregó a la joven. Otro soldado le dio una antorcha ya prendida…   

Seguida siempre por la mujer y con el bebe en brazos la meiga alcanzo el arenal. Construyó un círculo con piedras y las cubrió con la arenilla de piedra lumbre. En medio del círculo, la meiga sostenía con una mano al bebé que agonizaba apretado contra su pecho,  y en la otra la rama de roble. Su mirada se dirigía atenta al norte y hacia allí apuntó con la rama de roble, el lugar por donde aparecería la Muerte con la intención de llevarse al niño.  

Entonces, la Meiga arrimó la antorcha al punto del Sur. La piedra prendió y un círculo de fuego rodeó a ella y al bebé que apenas respiraba. La muerte acudió en busca de su presa a los pocos minutos.

—– Entrégame a ese niño, que llegó su hora.

La Meiga la miró, sonrió y se negó. Bien conocía que si pasaba la hora, si el plazo de entrega vencía, ya no podría llevárselo nunca. También era conocedora de que la Muerte no puede atravesar el fuego de un círculo mágico y que la rama de roble utilizada con arte paralizaba su fuerza.

Meiga y Muerte se enzarzaron en una tremenda discusión, todo un desafío de palabras, amenazas y retos. De pronto, la que venía del Mas Allá cambió su agresivo tono por una voz amable, que susurró…

—– ¿Por qué sois tan hermosa?

La Meiga, le respondió…

—–  Porque en cada amanecer del solsticio de verano voy a la fuente para mojar mi rostro con la flor del agua…. Puedo enseñarte cómo hay que hacer.

E insistió…

—– Podríamos hacer un trato. No me está permitido, pero si tú descansas  hasta el día del solsticio y no te llevas a nadie en ese espacio de tiempo, te enseñare como debes recoger la flor de agua para ser hermosa…

La Muerte, desde siempre, había querido ser amada, deseada, respetada y aceptada como la Meiga y tan hermosa como ella. Por eso aceptó y determinó el lugar donde se encontrarían, un poco antes de la alborada del próximo solsticio de verano.

A raíz del trato, la enfermedad desapareció y durante el tiempo convenido nadie más enfermó ni murió.

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El día del solsticio la meiga acudió a su cita como había prometido. Descubrió que la muerte se había adelantado y paseaba de un lado a otro frente a la fuente. Estaba impaciente pero antes de que pudiera preguntar nada, la meiga se arrimó a la pileta y le explicó mientras vigilaba el cielo…

—–  La Flor del agua es el primer rayo de sol que se refleja en el agua. Has de ser muy rápida. Cuando nace, tienes que recogerla entre las manos y levantarla sin dudar hacia tu cara.

Ambas se colocaron la una junto a la otra,  apenas separadas por unos centímetros. El sol apuntó en el horizonte y sus primeros rayos alcanzaron la superficie del estanque, reflejándose en él cómo en un espejo maravilloso.

La Meiga sostuvo entre las palmas de sus manos la flor del agua y la levanto rociándose la cara con ella. Su rostro se iluminó intensamente mientras la piel adquiría la textura y la suavidad de una concha de nácar.

La Muerte, a su lado, intentaba una y otra vez hacer lo mismo, pero le resultaba imposible. Por más que lo intentó, no pudo recoger la luz entre sus oscuras manos. Y es que… la flor del agua es luz y la Muerte es la oscuridad.

No tenía nada que reclamar. La Meiga  había cumplido su parte del trato.

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