galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA MUJER FLORERO

Por J.J. García Pena

España, desde muy antiguo, ha surtido al mundo de mujeres de un arrojo admirable. No hace falta recurrir a las lejanas epopeyas de Sagunto o Numancia en búsqueda de féminas ejemplares que escribieron con su heroísmo páginas dignas del cincel y la pluma. Mucho más recientemente nos suenan los nombres de varias heroínas verdaderas y otras tantas de ficción. Entre las primeras son de destacar las figuras de Agustina de Aragón enfrentando a los franceses y en el noroeste de la Península la gallega María Píta, haciendo lo propio con los ingleses. Luego el genio de nuestros maestros escritores de coplas parió toda una nómina de mentirijillas, poblada de heroínas de tablado y castañuelas, que defendían su honor o la propiedad y goce exclusivo de su hombre a fuerza de coraje en el decir o el uso del puñal y soga en el hacer, llegado el caso.

Entre estas tremebundas protagonistas citaremos el nombre de unas pocas, desde Concha Veneno a La  Marimorena, pasando por Lola Puñales, Trini “La Parrala” o La Zarzamora , todas ellas mujeres de fantasía y “pobre como la  araña, pero mu honrá, oiga uzté…!” inspiradas en  jóvenes en flor deseadas por bandoleros, marqueses, condes y regidores con sombreros tricornios y quien sabe si por algún rey enamoradizo de más…   

Eso es agua pasada, que hoy las mujeres que se estilan no cuidan tanto de su pundonor, y son muy capaces de llevar con descaro y hasta diría con garbo las faltas que, una vez descubiertas, tiempo atrás obligarían a cualquier mujer medianamente decente a buscar el ostracismo entre los muros purificadores de algún olvidado monasterio o alta torre castellana.

Tal vez la primera transgresora a la pudorosa  regla no escrita, pero acatada por toda la sociedad española, de no verse involucrada en escándalos públicos, haya sido la esposa de un  dictador que ejerció de malo  promediando el siglo XX y de cuyo paso de la tal dama por el planeta solo se recuerda su desmedida afición a las joyas, en especial por los collares de perlas naturales que, según cuentan las malas lenguas, solía obtener comprometiendo, mediante  sutiles y estudiadas indirectas, la generosidad del joyero que tuviese la mala suerte de ser «premiado» con una indeseada visita de la consorte del olvidado dictador.

La Historia registra solo el seudónimo irreverente con que el pueblo español, siempre certero y mordaz, bautizó a la singular pedigüeña del siglo XX: La Collares.

Avanzado el siglo XXI, el pertinaz gusto por la monarquía del pueblo español dio señales de su inquebrantable estado de salud. Por más intentos que hicieron muchos de los más conspicuos integrantes de la “troupe” real en pos de socavar el milenario prestigio de la institución, nada pudo contra ella la maledicencia inventada por sus detractores ni las verídicas fotografías de los “paparazzi” que testimoniaban las malandanzas de algunos de sus miembros que creyéndose (¿o sabiéndose?) impunes daban rienda suelta a sus lujurias y desmanes, propios de turistas adinerados, incultos y desprejuiciados. Pero llegó un día en que el escándalo golpeó de lleno en la familia real: una infanta se vio involucrada en los turbios negocios de su esposo.

Se temió que, por primera, vez un integrante directo de la familia real fuese a dar con sus coronados huesos en la trena, pero la sabia justicia, más tuerta que ciega, supo cómo zanjar tan enojoso entuerto, desactivando y dejando sin efecto el bombazo prometido por la Corona de “juzgar a todos los españoles por igual”. Posiblemente lo que los españoles de a pie nunca comprendieron es el espíritu de sus leyes: juzgar y condenar a todos por igual. Es decir, los iguales con los iguales, lo que en buen romance da por sentado que no todos son iguales entre sí, sino entre capas sociales diferenciadas por “el tengo o no tengo”. Como dice vox pópuli… 

— El que por carecer  de padrino no fuese bautizado , morirá infiel.

Sea cómo fuese, los habilísimos defensores del honor real hallaron un recurso donde jamás para una mujer pobre lo hubiera… 

— Se encuentra y declara que doña Blá, Blá  de Blo blón, fue absuelta y libre de todo cargo en su contra ya que en todo el período en que su esposo aportó al erario familiar dinero cuya procedencia pudiera llegar a  demostrarse como ilícita, representó el inocente y pasivo papel de Mujer Florero.   Dase por cerrado el caso, léase, publíquese, archívese y olvídese. He dicho.

El caso es que la Mujer Florero proviene, a su vez, de un padre criado sobre un florero, como así se lo hizo saber un desprejuiciado e irreverente expresidente sudamericano, una tarde en que el rey maltrecho quiso conocer por qué ese hombre de verdad no necesitaba más que lo elemental para ser feliz con su esposa y una perrita de solo tres patas. Y ese hombre, posiblemente el más humilde con el que el soberbio y baldado monarca haya cruzado dos palabras en toda su vida, le respondió burlón… 

– ¡Es que vos tuviste la desgracia de nacer rey y te sentaron sobre  un florero! (Consultar You tube)  

Dos años después de esa tarde, como una premonición, la hija mayor de ese rey autodestruido, fue absuelta de cargos por fraude, pero cargará como un sambenito el heredado alias del asiento de su padre, con el que será conocida por siempre en la Historia Mundial: La Mujer Florero.