galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA PESTE DE LAS MENTIRAS

Por Alberto Barciela

La peste era como una siega. Llevaba jóvenes y viejos de manera desacostumbrada. Mucha gripe y mucho tifus. Venían médicos de Lugo y de Monforte, y no llegaban para nada. Hubo casas en las que había tres personas o cuatro de cuerpo presente. Sepultureros, curas, boticarios y médicos trabajaban a destajo. Gracias a Dios -decía el dueño de una funeraria- que se acabó la peste de la salud…”.

Lo escribió en 1955 el lucense Anxel Fole, uno de los maestros de la narrativa gallega. Lo hizo en “Terra Brava”, un conjunto de relatos contados, como si el autor estuviera sentado al lado del fuego. Es un libro de fantasmas, de celos, de premoniciones, de crímenes y de difuntos, pero que, según se afirma en la contraportada -Editorial Galaxia, edición de 1997-, es una obra “que deja en el lector un vago sentimiento apacible, levemente irónico”.

El propio Fole narró la existencia, que él dijo conocer en primera persona, de la caja del movimiento continuo caja del triquitraque, máquina (?) inventada por un tal don Elías de Andía que estaba pintada “de amarillo, lacrada, no necesitaba mecanismo de cuerda, y contenía una música perturbadora que al avanzar se hacía patibularia”. Sobre este asunto escribió Manolo Rivas, para decirnos -y esto es lo que nos interesa de voz tan autorizada y nada dudosa de progresía-, que lo malo de estos artilugios es que no pueden desinventarseporque la música debe poderse tocar y destocar, como los periódicos se pueden leer y desleer, las películas, ver y desver, y los políticos, decir y desdecir”.

La melodía de la actualidad es demasiado compleja para desmentirse a sí misma. Y lo escrito tampoco puede ni debe desescribirse, bien que en Galicia gocemos del trasacordo, la nueva orientación o cambio de opinión con respeto a algo acordado con anterioridad.

Los gallegos somos expertos en los mundos fantásticos, y sabemos que lo tangible y la ficción se mezclan, como muy bien demostró el creador de la realidad mágica, Álvaro Cunqueiro, o como mantiene el lúcido José de Cora, retranqueiro, satírico y excelso todoterreno de la comunicación. Más, siguiendo la teoría del autor de Bonsai Atlántico Un Millón de Vacas,  el tiempo no puede ser destiempo, y el ahora exige cuando menos seriedad y rigor. Ya llegará el momento de reírse, de abrazarse y de contar cuentos junto a lareira. Ahora toca escuchar la sabiduría de la Tía Manuela de Lois Celeiro, maestro de periodistas, y con ella guardar respeto por los que han fallecido o han perdido a seres queridos, por los que están superando la enfermedad o trabajan con denuedo para evitarla.

En esta crisis de salud la primera en morir ha sido la verdad. Se ha muerto de sobredosis de comunicados oficiales, de bulos, de ruedas de prensa sin preguntas, de estadísticas infundadas, de wassapp limitados y teóricamente controlados -curiosamente por empresas vinculadas a periodistas o por la admirada Guardia Civil-. La ha envenenado el partidismo -en medio de un teórico consenso, imprescindible- o la rivalidad interesada. La intoxicación es tal que, al margen de quienes conocen la realidad tangible de morgues, hospitales y geriátricos, nadie sabe cuál es el estado de la cuestión, que diría Antonio Alférez, referencia inexcusable de los informadores.

Me formulo dos preguntas:

1.- Si no existen test de coronavirus garantizados y suficientes, ni se han realizado pruebas al conjunto de la población -siquiera a todos los sanitarios-, ¿cómo pueden conocerse datos exactos respecto al número de infectados? ¿Extrapolando indicios o imaginándolos?

2.- Si no hay acuerdo en el recuento de fallecidos de COVID 19 -improbable si no se conoce el número real de infectados- y si, además, cada Estado o Comunidad aplica criterios distintos para contabilizarlos, ¿cómo pueden facilitarse cifras diarias sobre la personas que han perdido la vida a causa del coronavirus?

Es evidente que nos enfrentamos a una circunstancia sin antecedentes, en la que la experiencia en China u otros países tan solo puede ofrecernos alguna pista sobre la casuística, nada más.

Debemos narrar con viejas palabras nuevos entendimientos, y no es fácil, ni para los gestores ni para los cronistas. Reconózcase y punto, Lo que no resulta aceptable es la ficción o la creatividad analítica. El buen periodismo, libre, sin censuras, es más necesario que nunca. La información, en especial la que se difunde en las redes, necesita muchas vacunas y de distinto tipo. Los remedios solo los pueden prescribir los profesionales, los únicos con autoridad para corregir uno de los peores males de este trágico ahora: la peste de las mentiras. Recurran a las cabeceras de prestigio, a las emisoras de radios y televisiones serias, a los medios que defienden valores firmes, exijan conocer sus líneas editoriales.

Los cuentos hay que dejarlos para genios como Ánxel Fole.