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LA PRESIDENTA MADRILEÑA Y LA QUEMA DE IGLESIAS


La asociación que acaba de hacer Isabel Díaz-Ayuso  entre la exhumación de Franco en Cuelgamuros y lo acontecido con algunas iglesias y conventos, especialmente en mayo de 1931 –cinco años antes del Frente Popular-, solo documenta cómo algunos políticos, en vez de ocuparse de gobernar, alientan cierto guerracivilismo  para atraer adeptos. 

Por Manuel Menor Currás

Los tiempos preelectorales son propicios a todo tipo de invenciones. En el afán de saldar cuentas con oponentes, erigirse en campeón de las sombras propicia que los votantes no analicen qué esté pasando mientras reviven estereotipos de cuando el pasado tenía quien lo contara en exclusiva. No se olvide que la Enciclopedia Álvarez entre 1954 y 1966 y, antes, aquella Historia de España contada con sencillez, de José María Pemán, o , igualmente, el Manual de Historia de Españadel Instituto de España, en 1939, fueron de obligada lectura para varias generaciones. Tampoco se ha de omitir que las explicaciones de Historia española distan de ser igualmente razonables en todos los centros educativos, como ha mostrado un análisis de 2016: El bulldozer negro del general Franco. Aquellos libros, de tan prolífica difusión antes de la LGE en 1970, todavía siguen siendo objeto de culto  en librerías diversas.

EL TEXTO

La mención a imprecisos incendios de iglesias, conventos y similares, lo banaliza todo. No solo la Historia sino también los proyectos de arreglo de problemas urgentes de la vida política. No es notoria la existencia de grupúsculos empeñados en repetir las fórmulas de pelea incivil de las guerras carlistas, que ocuparon a los españoles durante más de 15 años del siglo XIX y alcanzaron a repetirse hasta 1936-39. Las estadísticas sobre  prácticas religiosas indican la poca pasión que suscitan ese tipo de asuntos, y cómo crece el proceso de secularización frente a las obsesiones del nacionalcatolicismo.  

Esta situación, sin embargo, no gusta a grupos ultras de distintas configuraciones pero de credo similar, para los que, pese a lo postizo que pueda ser, el discurso sobre aquel pasado conflictivo y goyesco les sigue siendo rentable. En este plano es en el que se ha movido la Sra. Díaz-Ayuso. Plenamente consciente de lo que decía el  pasado día tres de octubre en la Asamblea de Madrid, se la vio leyendo  para no trabucarse en lo que dijo; no fuera a desagradar a sus socios de Gobierno. No mencionó, sin embargo, el desvalijamiento de patrimonio cultural de que han sido objeto esos espacios religiosos –por robo, malversación y descuido intencionado- en los años de postguerra, y no precisamente a mano de quienes, en un lapsus freudiano, relacionó la presidenta madrileña en  su aparición pública el pasado día tres.

Técnicamente hablando, la gran aportación “histórica” de Isabel Díaz-Ayuso en esa fecha ha consistido en dejar bien documentada la complacencia de la Sra. Monasterio cuando asoció lo que los jueces del Supremo acababan de dirimir respecto a Cuelgamuros, con los responsables de uno los episodios que más dañaron el prestigio de la IIª República hace 88 años. Con tanto salto en el tiempo,  ni le importa lo ocurrido entretanto, ni que lo realmente acontecido entre el 10 y el 12 de mayo de 1931 haya tenido interpretaciones contrarias. Confundiendo el post quem con el propter quem, su lección de Historia ha omitido que tengan consistencia las que apunten a una reacción provocada en círculos monárquicos contra la recién proclamada II República; y ha obviado, asimismo, que la Presidencia de aquel Gobierno provisional la detentara un católico como Niceto Alcalá Zamora y que el responsable de Gobernación fuera un liberal moderado como Miguel Maura. 

Acomodándose bien a sus prejuicios sobre “rojos”, Díaz-Ayuso se dejó llevar por el afán de epatar confundiendo. Como si aquellos luctuosos acontecimientos, a casi un mes del 14.04.1931 implicaran que, per se, la República fuera culpable. O como si explicaran que la “Cruzada” de Franco y sus compinches –muchos de ellos gente de iglesia- fuera justa u obligada. Con tales sofismas como bandera puede explicarse que haya hecho carrera en un partido que tiene sub judice importantes causas de corrupción.  Pero por menos –como plagiar un texto académico-, su directora general de Educación Concertada ha visto truncado su currículo.  Tal vez podría disculparse que, a título personal, Díaz-Ayuso valorara tanto a Franco que entendiera  que con él se habría acabado la Historia y que sin él  no haya futuro. Pero, aparte de mendaz, esta beatífica teoría  es impresentable en quien pretenda representar a una sociedad plural como la madrileña.

EL CONTEXTO

El “triunfo”, la “victoria” y los revisionismos torpes a los que la duda, predicción y desconfianza de esta señora se adhiere, expresan que llena sus carencias políticas con  compromisos ciegos. Después de 88 años, y sin cuidado alguno por sostener al menos una mínima equidistancia respecto a lo acontecido –lo que ya indicaría dificultad para limpiarse de prepotencia-, este género de discurso es de pésima pedagogía.  Cuando la conciencia y lealtad democrática no alcanza al relato, inútil es alardear de diálogo, hermandad y similares.

Si no hay justicia en lo que se quiere compartir, y solo se anhela que la ignorancia prosiga en bronca y camorra,  no hay Historia. Quiéralo Díaz-Ayuso o no, es necesaria  alguna Ley de Memoria Histórica que repare injusticias sufridas por las víctimas en aquella contienda o en acontecimientos similares como ha demandado la ONU. Y por mejorable que pueda ser la de 2007, su artículo uno es bien fácil de entender:

“Reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura”.

Nada se gana con promover el negacionismo de miles de damnificados. A la pérdida de tiempo, la extravagante mención de la presidenta madrileña a la quema de iglesias añade servilismo a las obsesiones de VOX, de similar desvergüenza a la de Ortega Smith mentando a las 13 Rosas. Los ciudadanos votantes  tienen perfecto derecho a repudiar a quien se mete en ese triste jardín de manera tan deshonesta.