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LA REVOLUCIÓN DE LAS PALABRAS

PALABRAS CHICA +

PANACEA, O CUANDO LA RAE DIJO SÍ.

Por J. Javier García Pena

Nos  ilustra el Diccionario de la Real Academia Española, refiriéndose a la palabra PANACEA, en su segunda acepción:  Remedio o solución a todo mal.

La Asociación de Afrodescendientes de Uruguay reunió y envió a la Real Academia Española firmas   apoyando su  petición de borrar de sus diccionarios la vieja definición” trabajar como negro”.

No recuerdo, apenas conozco  alguna de  las vetustas palabras  con que, antaño, definían  el estado de cosas en que se desenvolvía la vida de nuestros ancestros.

Trataré de utilizar aquellos términos perimidos y ustedes, con ayuda del A.T.R.A.S.O. (Automático Traductor de Remotos Alfabetos Supervivientes al Ocaso) podrán leerlo de corrido. 

Por aquel entonces, cualquier situación dolorosa, por más trágico que les parezca a ustedes, estaba representada en toda la extensión terráquea: guerras, pestes, políticos, hambre y hambrunas, esclavitud, abusos todos, dictaduras, peculado, narcotráfico, muerte, enfermedad, infanticidio, polución, homicidio, mujercidio, viejicido, airecidio, venganza y contra venganza.  Parricidio…

Sin embargo, entre tantos millones que llegaron a ser, también crecían los que usaban su cerebro de vez en cuando, buscando alguna fórmula para acabar con tanto dolor, que la mayoría juzgaba  inextinguible. No en vano llevaban desde siempre perjudicándose unos a otros.  Lo curioso es que todos, sin excepciones, ansiaban una vida mucho mejor pero, como ratoncillos ciegos, no encontraban la luz en su laberinto de fanatismos y pasiones embrutecedoras.        

Era tal la lobreguez mental en que nacían, se multiplicaban y desaparecían nuestros lejanos mayores, en aquel ríspido planeta, que los más recalcitrantes solían denominarlo, resignadamente, ”este valle de lágrimas”.    ¡Si viesen en qué se convirtió y cómo vivimos en su resignado y lacrimógeno  valle!       Cierto es  que intentaron hacer “el valle” mucho más amigable. Les sobraba imaginación y tenacidad que, por suerte, heredamos. Intentaron, entre llantos, reverdecer el Amazonas, convertido, a histérico temblor de  motosierra monstruosa, en páramo sin árboles, animales ni humanos.

Sin embargo, debieron ser los O.S.O.(Organización de Sufrientes Ocaseños), sus descendientes inmediatos, quienes  terminasen la obra y superaran cualquier expectativa de aquellos. El Amazonas, pulmón recuperado y transitable sin tocar suelo, de copa en copa de frondosos árboles, es abrigo de nutridas tribus originales salvadas, justo en la hora, de su casi total holocausto. Me pregunto si nuestros viejos ancestros creerían, de volver a la vida, que todo el Sahara, Atacama y  el desierto de Gobi son, hoy, los graneros del mundo.  Posiblemente  atribuirían  -de nuevo, como hicieron siempre- a un ente superior la felicidad en que nos movemos sus descendientes.

Noble es reconocer que nuestra durable dicha y armonía se la debemos  a los astutos y tenaces O.S.O.

Sin su supremo ingenio, del cual somos naturales herederos y gozosos usufructuantes, seguiríamos dándonos de palos entre nosotros, cortándonos los cuellos, intercambiándonos veloces y destructivos misiles o soportando las duras convulsiones telúricas del aprovechable, ¡ahora sí!, Paraíso Terrenal.

Claro que, como toda revolución, -en este único e  histórico caso insólitamente pacífica-, necesitó de ajustecillos y algunas alteraciones menores y mayores.

Por el camino debieron desecharse algunos apellidos agresivos, tales como  Guerra o Batalla, o el menos popular de Verdugo, trasmutados en Paceño, Calmo o Salvádez.

Algunos viejísimos (y otros no tanto) oficios y carreras desaparecieron,- entre gozosos aplausos, por  ya  inútiles-, de la actividad humana: enterrador, médico, llorona, ortodoncista, abogado, policía, curandero, militar, traumatólogo, psiquiatra, bombero, sacerdote (entre los  más aplaudidos) y se transformaron en sus alegres antagonistas. 

Algunas riquísimas  viandas vieron modificados sus nombres en aras del buen decir.    Por ejemplo, nuestra atávica fijación por las armas, trasladada a la gastronomía, debió ser trasmutada a términos menos bélicos; así los cañoncitos de dulce de leche son nuestros actuales cucuruchos de dulce de leche, las añejas bombas de chocolate hoy son esferas de lo mismo, aquellas  granadas son nuestras manzanas con rubíes, y los bizcochos borrachos nuestros panes celestiales.

Un puñado de apelativos étnicos se vieron trocados por otros considerados menos agresivos  y tenebrosos: así fue que  uno muy en boga en países  de parla hispana, negro, perdió su sombrío sonido y mutó en afrodescendiente.   Ya no sonaría  jamás aquel luctuoso epíteto, que en los barrios, trabajos y universidades se utilizaba en su forma diminutiva para expresar afecto, a veces sin que el interlocutor perteneciese a esa etnia invocada. A partir de entonces, en su lugar del sospechoso “Mi querida negrita,” se escuchó el adorable y tierno afrodescendientecita, o su variante masculino.

Familias enteras de palabras desaparecieron del gordo registro académico. Y las añosas aprehensiones con nombres de sombría  ralea se disiparon: cáncer, Alzehimer, locura, cuernos, traición, ceguera, ladrón, desalojo, emigración, bula, piojos, desempleo, politiquero, impuesto, deuda, etc, etc… dejaron, para siempre, de atormentarnos.     Le cupo nada menos que a nuestro Diccionario y en especial a su monárquica madre, la Rae, la inabarcable gloria de comenzar a cambiar, para siempre, la afligida faz de la Tierra.

Pero aún mayor gloria que al Drae, debemos tributar loores a quienes, un lejano año a comienzos del siglo XXI, decidieron que la forma de erradicar las amarguras e innobleces de todos los pasados y futuros siglos, era borrando todo lo desagradable del hoy enflaquecido,- casi enjuto-, Drae y sus equivalentes de otras lenguas.

No hizo falta invertir más en inútiles y costosas cárceles ni hospitales. Ni en cementerios, cuarteles u hospicios.   La siempre postergada, en el orden de prioridades de casi todos los gobernantes terráqueos, la  Cenicienta de los Ministerios, la hoy ya innecesaria Educación, ni fue consultada.  No hizo falta.  ¿Para qué?

De un trazo, de un solo trazo, teatralmente genial, todos los males imaginables desaparecieron del mundo.   Lo más asombroso del magno acontecimiento  fue  que la propia palabra   que trajo la eterna felicidad a nuestra especie en forma radical, la tuvimos siglos frente a nuestros alucinados ojos: estaba escrita y pacientemente esperando entre las, antaño, rollizas entrañas del Drae: PANACEA=cerrar los ojos, negar, borrando las amarguras, en la brillante definición de los O.S.O.

El  Drae intentó defenderse,  fungiendo de lo que era: un acopiador y ordenador de palabras, no un generador de las mismas.

Por suerte, lo hicieron entrar en razón y decidió hacer dieta.  Gracias a esa luminosa decisión hoy el mal, sencillamente, no existe.  No hizo falta educar. Fue suficiente con negar lo ingrato.   ¡Si no está escrito no existe y ya está.

Me pregunto: ¿por qué demoramos tanto?, ¿cómo no se nos ocurrió antes?