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LA SOLEDAD DE DRAGHI

Una vez apurada la artillería monetaria, es hora de que los Estados arrimen el hombro.

Por Luís Caramés Vieitez

Don Mario no había sido llamado para luchar contra guerras económicas, Trump y China mediante. Ni nadie le había dicho que la Gran Bretaña, y más concretamente algunos de sus políticos, podían llegar a perder la chaveta, ni que Alemania barruntaría una recesión de verdad. Él tenía un objetivo, que eran las generales de la ley: mantener la estabilidad de precios, coadyuvando al crecimiento de la Unión, con otras funciones colaterales. Y ahí se encuentra, queriendo que la inflación suba, porque está hecha unos zorros, resistiéndose a la otrora eficaz alquimia de la política monetaria. Las cosas han cambiado tanto, que quizá convenga modificar el objetivo del 2%.

Draghi ha sacado sus herramientas: bajada de la tasa de depósitos, relanzamiento del programa de compra de títulos y la promesa de no subir tipos mientras el nivel de precios no remonte. Pero una vez más, y ya no sabemos cuántas van, se muestra enojado porque es la voz que clama en el desierto. ¿Dónde están las otras políticas? Mirando por el rabillo del ojo a Berlín, pide acción a aquellos Estados que poseen margen de maniobra presupuestaria. Algunos, quiero creer que no pocos, pensamos que Alemania debía haber hecho algo así hace tiempo, olvidándose de sabios de laboratorio y de reflejos condicionados por la historia. Y ahora también están en condiciones de contribuir los Países Bajos y Austria.

El presidente del BCE demanda sin rodeos una cierta política económica expansionista que tome el testigo, porque sabe que sus medidas sostenidas en el tiempo y en solitario, no son lo mejor, por el riesgo de burbujas especulativas y de posible asignación incorrecta del capital, entre otras cosas. Hay que ir contra el ciclo, usando las herramientas precisas, porque una recesión no es broma, sobre todo en términos de empleo, lo que llevaría a una mayor depresión de la demanda.

Y faltaba Trump, el presidente twitter, que desata su cólera contra la Reserva Federal, a pesar de que el euro ya se ha recuperado. “No hacen nada, no hacen nada”, repite, acordándose de los antepasados de Jerome Powell. Bueno, este ya se ha movido, mientras SuperMario, con una flema poco italiana, responde que sus decisiones no miran al tipo de cambio y que el consenso del G20 es el de no recurrir a devaluaciones competitivas, esperando que otros hagan lo mismo. Puro sentido común.

También topamos con la política en Berlín, cuyos criterios técnicos, no por teutones, son a veces poco discutibles. La coalición en el poder es frágil, por lo que una posición colaboradora no resulta probable, y los creadores de opinión tampoco están por la labor, empezando por el diario de mayor circulación, que tilda a Draghi de vampiro, un más que pálido conde Drácula. La cosa está que arde, los ahorradores alemanes ponen el grito en el cielo, meterse con el italiano es ya un deporte nacional. En el fondo, llorar por la leche derramada, pues la derecha germana había aceptado un banco central europeo, pero realmente alemán.

Sin embargo, y a pesar de una división parcial en el gobierno del BCE, creemos que la cosa está bien resumida y reflejada en una frase del gobernador del Banco de Finlandia: “El paquete adoptado por Draghi no es un error, sino más bien el mejor esfuerzo que se ha podido hacer para reaccionar ante la ralentización económica”. Con arsenal monetario, que el propio jefe en Frankfurt sabe que es muy insuficiente. Por ello hay que dirigir la mirada a otro lado, precisamente el que la UE, por diversas razones, no consigue desatascar. Nos referimos a un presupuesto auténticamente comunitario.

Merkel y Macron, en junio de 2018, parecían haberse puesto de acuerdo para establecer un presupuesto de la zona euro, que ayudase a promover la competitividad, la convergencia y la estabilización, a partir de 2021. Pero la realidad ha mostrado que no estaban pensando en lo mismo. Alemania y otros países del norte, constituidos en grupo de presión bautizado como la nueva liga hanseática, rechazaron un instrumento tan ambicioso, por lo que la Comisión se atrevió a proponer un sucedáneo, que al menos protegiese la inversión pública en caso de shock. Tampoco salió adelante y, en todo caso, no podría tener ninguna finalidad estabilizadora, aunque en estos días se ha querido ver el vaso medio lleno, afirmando algunos responsables en Bruselas que se había puesto un modesto cimiento para ese futuro presupuesto. Probablemente persiste la desconfianza respecto a los países del sur y la arquitectura institucional de la eurozona permanece coja, dígase lo que se diga.

La ministra de Hacienda española, ante estos magros resultados, ha hecho unas manifestaciones muy expresivas: hubiera sido mejor ningún acuerdo que esto, porque su sola existencia dificultará todo progreso posterior. Y Draghi tiene más razón que un santo, pero Europa, la UE, que ha conocido desarrollos considerables, tiene una historia marcada por fases de stop and go que han vuelto su camino no siempre previsible. Una Unión golpeada por populismos y escepticismos, entre el deseo y la necesidad. Lo dijo Jean Monnet: “Europa se hará en las crisis y será la suma de las soluciones aportadas en esas crisis”, e incluso se ha llegado a afirmar que la crisis es su estado natural.

La sulfatadora monetaria de Draghi, como seguramente la de sus sucesora Lagarde, ya poco puede dar de sí. Por eso el romano clama por la política fiscal coyuntural, pero Berlín acaba de presentar un proyecto de presupuesto para el 2020, sin aumento significativo de gastos. El cielo puede esperar.

Luis Caramés Viéitez es Economista y asesor de la Presidencia del Consejo General de Economistas