galiciaunica Un recorrido semanal por Galicia, España.

LA VERDAD CONSTRUIDA

Por Alberto Barciela

Al no estar en China, nos atrevimos a desobedecer aquella disposición de Deng Xiaoping, exhibida en un cartel de propaganda del régimen, que proclamaba: Deberíamos hacer más y hablar menos.

He viajado por buena parte de Asia y muy ampliamente por el maravilloso país amurallado, generador de incertidumbres de salud y económicas. Soy más prosaico que sus gobernantes y amante de la verdad, de ejercerla y de decirla, por eso hace algún tiempo escribí: He observado, he escuchado, he prestado atención humilde, casi suave, a los días y a las criaturas, me he sentado en la naturaleza bajo sombras y a pleno sol, he sentido, me han amado y he correspondido, y ahora que ya he olvidado casi todo lo sencillo, recurro a mis apuntes de pensamientos, palabras sueltas, casi escurridizas, ideas incompletas o sugerentes argumentos apenas esbozados, pero que resultan un hilo que conduce a la evocación de otros tiempos, de inspiraciones viejas, desusadas por mi memoria descuidada. Los leo en silencio, reflexiono, hablo y actúo, y no hace falta que ningún dirigente me diga sobré qué o como debo hacerlo.

Los periodistas vivimos de nuestros apuntes, de bocetos hechos con palabras, de borradores, de reescrituras, de lecturas como la del delicioso Manual de Estética Taoísta de Luis Racionero. También nos alimentamos de rumores que, antes de avalar como noticias, hemos de confirmar en fuentes sólidas. Nos sometemos a espacios en blanco y con demasiada asiduidad los emborronamos con avisos de guerras absurdas y lejanas, sueltos inverosímiles, columnas agrietadas por variables y apretados bailes de intereses, breves y anuncios dirigidos, imágenes corporativas perturbadoras, publicidad engañosa o alertas infundadas.

Todo se propaga en busca de una teórica verdad. Por eso, si en algo debemos coincidir los informadores es en reclamar una actitud ética y profesional. En el futuro parece claro que nuestro rol consistirá en asegurar una perspectiva humana, con sus aciertos y errores, y evitar envolver nuestro trabajo con sesgos que aseguren titulares atractivos que no responden a realidad alguna, lo que ya ocurre muy habitualmente en las versiones digitales del papel prensa. Habremos de corregir a robots sabios, conocedores de tendencias y apetencias de los lectores, pero que nunca podrán aportar humanidad a sus planteamientos.

La unanimidad raramente es necesaria, siquiera resulta recomendable como norma. La discrepancia tributa tonalidades a la discusión, matices o caminos paralelos o contrarios. El disenso es útil, hay que defender al menos la posibilidad de opinar y, por supuesto, las diferentes líneas editoriales. Hay que estimular la libertad, alentar y nutrir las discrepancias honestas; hay que tolerar los puntos de vista divergentes. Pero también hay que combatir -el actuar que proponía el chino- ese coronavirius informativo que nos atenaza: las fake news, sean rusas, estadounidenses o anónimas.

En el ahora, sabemos que en el mundo virtual en red, lo globalizado, se impone sobre lo local, lo infinito suple al uno, los sentimientos hacia cada persona se dispersan en multitudes. Hemos de trabajar pues en preservar las culturas y con ellas la profesionalidad y a nosotros mismos. Estamos obligados a asumir los cambios, las corrientes de pensamiento emergentes, el mundo con sus evoluciones, a entender las tendencias. Hemos de adaptarnos pero también tenemos que preservar las esencias, un mínimo de sentido común, de respeto y de humildad.

Internet es y será ya para siempre un libro inacabado. Las redes posiblemente resulten el descubrimiento humano más trascendente, lo que más se aproxima a lo infinito, la mayor acción de colaboración en masa, pero también es el mayor vertedero de basura de la Historia y la mayor herramienta de manipulación colectiva.

Ahora, hay una versión virtual del mundo que circula en tiempo real por circuitos digitales. Una sociedad irreal que se comunica vis a vis sin conocimiento previo, ni presentación, ni invitación, ni prejuicios. Todo se vive como en un escaparate. Estamos expuestos, participamos de una suerte de canibalismo vital e informativo, en el que las nuevas noticias, verdaderas, falsas o basadas en admirables recreaciones, fagocitan en lo inminente a las inmediatamente anteriores. Poco queda para que se suplanten personalidades con tal precisión que hará indistinguible al individuo de su avatar. ¿Estamos preparados? Lo dudo.

Antes se decía que un periódico lo sabía todo y que lo que sabía variaba cada día. Ahora la red lo crea todo, refleja alguna verdad y muchas mentiras o falsas apariencias, y lo aparentemente consolidado cambia en décimas de segundo. Es como vivir del ruido, sin conocimiento claro sobre su origen o intención, sin reflexión sobre sus repercusiones, sin más futuro que el presente inmediato, sin valores. La posteridad cada vez durará menos y con ello se anularán y diluirán las responsabilidades sobre los contenidos.

Cuando el periodismo era realmente vocacional y humano, en el “Diario de Pontevedra”, dirigido por el maestro Pedro Antonio Rivas Fontela, existía una sección que se titulaba El Tiempo ayer. En ella se describía la situación meteorológica del día anterior en la comarca de influencia del periódico. Los lectores podían corroborar la verdad de la imprevisión meteorológica. Todo cambia, no solo el clima, lo hacen también el sentido del humor y el común.

Los informadores tenemos que hacer un gran esfuerzo para que se conozca lo que realmente ocurre, hablar menos de lo que no podemos corroborar y confiar en las posibilidades de influencia, en ellas está la exigencia que debemos autoinducirnos. Hay profesionales impagables e intrusos a sueldo.

La verdad nos hace libres para investigar, informar y denunciar aquello que es incierto, aunque discrepemos. Alguna responsabilidad nos incumbe a quienes ejercemos el oficio más bello del mundo.

Deng Xiaoping creía en la verdad construida. Un coronavirus contemporáneo.